Agosto: Mes al Inmaculado Corazón de María
Día 15
Meditaciones sobre la Asunción
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Las devociones para el mes del Inmaculado Corazón:
Rosario en Honor al santísimo Corazón de la bienaventurada Virgen disponible en esta publicación y este rosario contiene la Salutación Ave, Cor sanctissimum que también se ha publicado por separado aquí.
Letanía (disponemos de 9 letanías, para cada día de la octava, que se rotarán durante los 20 días) en esta publicación está la cuarta letanía.
El cántico del Magníficat disponible bilingüe en esta publicación. La obra contiene diversos himnos y cánticos (latín con y sin francés). Sin embargo, san Juan Eudes dedica el Libro X de su obra específicamente a este cántico del Magníficat.
Con motivo de la Asunción, se han tomado los puntos 533 - 536, del libro sobre el misterio del rosario de la Asunción, Arco Iris de Paz, de Fray Pedro de Santa María y Ulloa:
ASUNCION DE NUESTRA SEÑORA
PRIMERA CONSIDERACIÓN
Considera la Asunción de nuestra Señora, y su gloriosa coronación. Y lo primero, en cuanto a su Asunción, debes considerar, que resucitada la Virgen en cuerpo y alma, luego se ordenó una solemnísima procesión por la región del aire hacia el cielo empíreo; y ordenada, empezó la música con canciones, voces y músicos instrumentos de alegría. Piensa que todo lo ves y lo oyes, y que toda la tierra y el aire retumbaba con las voces, con el estruendo y con la música; y al paso que era incomparable el regocijo, era inefable la suavidad de las voces, y la dulzura de los instrumentos; y te pongo en esto la consideración, porque el hombre en esta vida no puede entender cómo son las cosas espirituales, sino por la similitud de las corporales.
Piensa tú que así que empezó la música por el aire, llegaron los ecos a la celestial corte, y todos aquellos nobilísimos espíritus que habían quedado asistiendo al trono de la inefable y beatísima Trinidad, se empezaron a disponer para salir al recibimiento de su excelentísima Reina. ¡Oh con cuanto gozo y alegría se disponen! Piensa que por entre las jerarquías y coros corren diversas voces, repitiendo: salid, hijas de Sion, a recibir a la Reina, Madre del verdadero Salomón, a quien vienen alabando las estrellas de la mañana, y aplauden los hijos de Dios. Piensa que al volar estas voces por las calles de la Jerusalén triunfante, empezaron todos sus moradores a sentir una nueva fragancia y suavidad peregrina, y alborozados y llenos de admiración, empezaron a decir: ¿quién es esta que sube como varilla de humo de todos los perfumes y olores de mirra, incienso y todo género de especias aromáticas? Pasó volando aquella voz primera, repitiendo: salid, hijas de Sion, y veréis a la Reina, Madre del verdadero, Salomón, que viene esparciendo por el aire las delicias de regalo, olor y suavidad que sentís con tanta abundancia. En esto piensa que se fueron vistiendo de nueva luz y claridad todos esos orbes celestiales y viéndola los ciudadanos del cielo, que estaban ya aprestados para salir, llevados de una grande admiración, exclamaron diciendo: ¿quién es esta que se levanta del mundo, y vestida de los resplandores de la aurora, hermosa como la luna, y escogida como el sol? Piensa que oyes la voz, que volando por los muros, responde a la admiración de los cortesanos, diciendo: salid, hijas de Sion, y veréis a la Reina, Madre del verdadero Salomón, que sube a su diestra, reclinada sobre el amado, y vestida de resplandeciente oro, labrado con variedad de labores, de donde se origina esa diversidad de resplandores.
Con estas voces haz cuenta que ves por las puertas de aquella ciudad soberana innumerables tropas, de manera que toda se despuebla; y todos llenos de alegría inefable salen del empíreo, y asomándose desde aquellos alcázares supremos, vieron la procesión, que con infinita pompa y majestad, pasando de cielo en cielo, se iba acercando; y entonces puedes pensar que se cumplió aquel dicho de Salomón: vieron a María Santísima las hijas de Sion, y la predicaron y aclamaron por la mas bendita de las criaturas, y las Reinas y esposas; esto es, los principados, tronos, dominaciones, querubines y serafines la alabaron y engrandecieron por Reina única, perfecta y escogida entre todas las Reinas y esposas del supremo Emperador. Y para que ahora puedas considerar la entrada de esta Emperatriz, su triunfo y gloria, con que fue recibida, no me pareció te podía escribir cosa más a propósito, que una visión que tuvo de este misterio el beato Alano de Rupe. Te la pondré a la letra, como está escrita y vuelta de latín en romance, y es como se sigue (De Oral. et. Prec. Psalm. part 2 cap. 8.):
SEGUNDA CONSIDERACIÓN
Considera como estando este beato Padre Fray Pedro de Santa María y Ulloa un día de la Asunción de la Reina de los Ángeles, después de haber dicho Misa, puesto en oración, considerando la solemnidad de aquel día, sintió vivas ansias de contemplar el Misterio como había sucedido; y sintiendo en sí una luz, que le disponía el alma para algún particular favor, abstraído de los sentidos, fue arrebatado al Cielo, donde se le presentó en visión la admirable Asunción de María Soberana de la misma forma que sucedió en su primer día. Vio a la Soberana Reina que levantándose siete veces más resplandeciente que el Sol, con admirable ligereza a los brazos de su Hijo y Esposo Jesucristo, y presentes todos los ángeles de guarda de los hombres y los coros celestiales que habían bajado con el Señor y que habían llegado con gran pompa y majestad a las puertas del empíreo, se oyó una voz del Salvador que dijo: Abrid, Príncipes, vuestras puertas, elevaos puertas eternales y entrarán el Rey y la Reina de la Gloria; y sin más dilación entró el Dios de los Ejércitos, fuerte y poderoso Señor de las batallas, con la Esposa soberana, asida de la mano de su Esposo.
Vio que al punto salían innumerables escuadrones de Espíritus celestiales, que repartidos en coros, salían a recibir, llenos de inmenso gozo y alegría a su Rey y Reina, los cuales postrados de rodillas con inefable regocijo y alegría, majestad y reverencia, en multitud innumerable de dulces y concertadas voces, saludaban a María Soberana con alabanzas de la Angélica Salutación, y ninguno de aquella multitud se veía que no trajese en las manos un salterio de música, y todas las voces, ni una palabra se oía que no fuse de Ave María, y cantaban todos con milagrosa suavidad y armonía. Vio así mismo que en medio de los Coros había unos grandísimos órganos, de los cuales cada uno tenía en sí 150 salterios o pequeños órganos, y cada uno de estos 150 salterios tenía 150 cañones, y cada cañón como modo admirable hacía 150 voces distintas, de tanta suavidad y consonancia, que le pareció imposible que los hombres, ni los ángeles, pudiesen imaginar cosa mayor.
Con cada uno de los órganos venían 150 músicos, que al son de ellos cantaban con tanta melodía y dulzura, que le pareció al beato Padre, que aquella dulcísima música podía resucitar a los muertos. Cantaban, pues, estas palabras del Ave María: Dios te salve María, llena de gracia, el Señor es contigo; y respondió toda la multitud innumerable con las otras que siguen: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el Fruto de tu vientre Jesucristo.
Y no obstante que siempre repetían las mismas palabras, eran en sí tan varios los acentos, tan distinta la melodía, tan diversos los sentidos, el alma e inteligencia de las voces, que este que los oía se sentía tan inflamado en tanto amor de Cristo y su Madre, que fue necesario particular auxilio de la Divina Majestad para que no desfalleciese. Fue tan alto el concepto que hizo del santísimo Rosario, que le pareció resplandecía en él toda la infinita sabiduría de Dios.
Y viendo la Reina sacratísima su admiración, mandó a su ángel que le dijese la razón, por qué solo el Ave María era la letra que se cantaba; y la razón porque siempre, por más que se repetía, siempre parecía nueva en el modo, en la canción, en el sentido y en la inteligencia. Se acercó el ángel, y le dijo: oye y atiende, nuevo esposo de la suprema Reina: (llámale esposo, porque se desposó con el nuestra Señora, echándole un rosario al cuello, formado de sus divinos cabellos, y un anillo de lo mismo). En el Ave María se dio el principio a la redención del mundo: por ella encarnó el Verbo, se conquistó el reino de las tinieblas: por ella se libertó el hombre, y por ella fueron reparadas las ruinas de los ángeles, por lo cual todos los coros angélicos cantarán eternamente este nuevo cántico a Dios y a su Madre, y eternamente resonarán en esta corte, y serán eternas estas alabanzas: y porque ninguna pura creatura puede comprender la grandeza de esos misterios, por eso siempre se les hace nuevo este cántico.
Considera cómo prosiguió la música las canciones, voces y suavísima armonía, y con ellas se continuaba la procesión, y el triunfo por el cielo empíreo: y reparó el Santo que observaba, que no sólo se cantaba el santísimo Rosario por todas las jerarquías, sino que todo cuanto miraba, oía y entendía, eran números de 150: los coros en todos los órdenes se componían de 150 ángeles y bienaventurados: los instrumentos de 150 voces: las voces de 150 armonías; y de 150 sentidos cada palabra, que causó gran admiración; a la cual, ocurriendo el ángel, le dijo: ¿Qué te admiras? este es numero sacratísimo, figurado en el arca de Noé, en el tabernáculo de Moisés, y en el templo de Salomón, y repetido por varios decenarios en el nuevo templo de Ezequiel, y en los 150 salmos de David, los cuales todos están llenos de las profecías de Cristo y su Madre: por lo cual es el santísimo Rosario el nuevo, vivo y verdadero salterio de la Santísima Trinidad, y por eso propísimo de toda la corte triunfante y militante; por cuyas razones es el sacratísimo Rosario el regocijo del cielo, la alegría de los ángeles, y la gloria de los bienaventurados: todos se alegran, glorían y regocijan con sus voces; porque con ellas engrandecen a Dios, alaban a Cristo Redentor, y aplauden a la Madre y Reina.
TERCERA CONSIDERACIÓN
Considera cómo oídas estas razones, más se le inflamaba el alma en el amor de Cristo y su Madre; y oyó, que la majestad del Hijo hablaba en esta forma a su Madre: Madre mía, esposa, Virgen y Reina, todos los que suben del mundo a estas eternas moradas, son por sus ángeles presentados a la suma, inefable y beatísima Trinidad, a quien eternamente ofrecen con todos sus merecimientos; y así vos ahora también seréis presentada al supremo e inaccesible trono, para ofrecer vuestros merecimientos, y con ellos socorrer a todo el mundo. Yo que soy vuestro Hijo, quiero ser vuestro ángel, y por mí quiero que seáis presentadas. Llegaron en esto al trono de la inefable, beatísima y santísima Trinidad, adonde fue presentada nuestra Reina; y postrada ante el trono, se ofreció toda con la grandeza de sus merecimientos y virtudes a la altísima majestad con suma reverencia y profundísima humildad. Que gozo, ¡qué alegría y gloria la de nuestro Redentor, cuando presentó a su Padre una tan rara, excelente y soberana joya, que sola ella valía más que cuanto de Dios abajo había en los cielos y en la tierra!
Si el ángel de guarda, que presenta una alma santa y pura, tiene particularísimo gozo y alegría, ¿Qué tal sería el de Jesucristo, que presentó a su Madre? Pues, y la alegría, gozo y gloria con que aceptó y recibió esta oferta la incomprensible Trinidad ¿Qué entendimiento lo podrá pensar?
Recibió el Padre a su Hija, el Hijo a su Madre, y el Espíritu Santo a su esposa, recién llegada del desierto y destierro del mundo; ¡pues con cuánto gozo, con cuántas demostraciones de alegría! Pon el caso en un rey de la tierra, que teniendo fuera de su corte, en el destierro de un muy áspero desierto desterrada a su madre, esposa e hija, a quien tiernamente amaba, de repente la ve entrar por su corte, y llegar a su presencia. ¿Quién podrá explicar el contento, gozo y alegría del rey? ¿Quién los carillos, los favores, las honras y estimaciones que le haría?
Por ahí sacarás algo de las caricias, honras, favores y agasajos que hizo a su Hija el Padre, el Hijo a su Madre, y el Espíritu Santo a su esposa. Le dieron la mano a María soberana, y levantándola sobre todas las criaturas, le dieron asiento de infinita excelencia en su trono a la diestra del Hijo. Considera la gloria, la hermosura, la fragancia, la claridad y la gracia. Con su gloria alegra toda la corte celestial: con su gracia y hermosura deleita a todos los que la miran: con la fragancia los recrea; y con la claridad los ilumina.