Caracas y el Cerro el Ávila.

Majestuoso y con su temple altivo, que pareciera perderse entre la nubes y la intensa neblina.
Su cuerpo esta frió por la humedad del rocío y los abanicos verdes que soplan y soplan tras la mirada sutil de las efímeras auroras.
Tu estas allí, como esa misma mañana, o como el atardecer que no le falta a las aves.
Tu estas allí, emanando el aire puro para oxigenar la sangre, para darle vida a los que en tus alrededores descansan.
Sí, tu estas allí, ya se me salen las lágrimas al pensar que algún día tú belleza se esfume y el verdor de tus bosques desaparezca y se acabe.
Que te pasó?, te estoy viendo sangrando, y se me salieron las lagrimas.
Si, estoy llorando, no pude hacer nada, las aves están tristes porque sus nidos dejaron, algunos animales se salvaron y van rumbo a otros lares, desde lo lejos se divisa lo amarillo de las llamas que van destrozando su cuerpo y su alma, discúlpame amigo, no pude hacer nada.

Y abriendo mis ojos exclamo, ¡qué pesadilla tan grande!, tengo que cuidar este Cerro porque sin el, que sería de Caracas.

Amigo, aunque nunca me has estrechado entre tus brazos, siempre he estado cerca de ti mirándote desde el pie de tu montaña y disfrutando del clima y la fragancia que le regalas a Caracas.