Te conocí por pura coincidencia en las escaleras de la universidad, donde terminamos hablando de cuanta tontería se nos atravesó por la mente, y en cuestión de un abrir y cerrar de ojos pasaste de ser una merecedora de un "Hola, ¿Qué tal?" a un "No me imagino un día sin ti a mi lado" en mi vida. Así comenzó todo en este loco amor; aun cuando decir "loco amor" es redundante, ya que el amor siempre es de locos –¿O no?–. El nuestro hasta en eso destacó, en ser especialmente loco. Digo que te 'conocí' esa vez en cuestión, aunque anteriormente ya nos habían presentado, porque fue la primera ocasión que nos tratamos de tú a tú.

     De ninguna forma llamaste mi atención en algún contexto romántico o sexual, y asumo que yo tampoco la tuya. Aquella tarde charlamos, compartimos historias y nos divertimos por horas; no me percaté del correr de los minutos mientras reía contigo. Sin embargo, como siempre, la charla terminó en algún punto porque el momento de marcharse ya había llegado. Aunque hubiese deseado pasar el día entero hablándote, sentados en el escalón donde estábamos, no me sentí disgustado por dejarte, todo lo contrario, presentí que ese no era el fin de una plática sino, para bien o para mal, el comienzo de algo más.

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     Acerté. La mañana siguiente nuestra conversación continuó justo donde la dejamos y desde ahí cada día se convirtió en una bonanza de experiencias junto a ti. De la simple cháchara nuestro tiempo juntos se tornó en besos, toqueteos y caricias. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que escapé de clases para verte. Te deseaba y en tu mirada comprobé que tú a mí también. Por un tiempo, creí que de eso se trataría todo: dos personas que, buscando evitar el espectro de su propia soledad, se encontraban para satisfacer sus necesidades fisiológicas y sentimentales; en pocas palabras: deseo. Pero me equivoqué.

     Comencé a conocer a tus amigos y los míos empezaron a preguntarme por ti. De una u otra forma todos creían que eramos novios, ¿Y cómo no iban a creerlo? si pasábamos cada minuto posible juntos y cuando no era así nos mensajeábamos por los teléfonos celulares como alternativa. El momento clave llegó cuando, en un salón de clases sin más presencia que la de los asientos, te dije con preocupación que debíamos poner un alto a esto, que se nos escapaba de las manos, y tú entre lágrimas me respondiste: «Te amo y no me quiero alejar de ti». «Yo también te amo» escapó de mí al instante como un suspiro. Allí nuestra locura dio su siguiente paso, un paso que irremediablemente le acercaría más a su inevitable y estrepitoso final, no obstante en ese momento no lo sabíamos.

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     Contra todo pronóstico yo, que me consideré por mucho tiempo como un ser sentimentalmente inquebrantable, caí ante ti. Tú, que decías no querer saber nada del amor porque este ya te había decepcionado muchas veces, te rendiste ante mí. Lo que empezó como un juego avanzó en pro de convertirse en algo más. Caminamos de la mano, sin esconder nuestra pasión ante el mundo, la palabra sexo se transformó en hacer el amor, lo que fue un secreto entre un círculo íntimo de amistades ahora era del conocimiento público.No diré que el tú y yo causaba envidia, pero si era algo que muchos desearían tener.

     Siendo tan diferentes, yo tan estoico y tú tan sentimental, yo tan serio y tú tan bromista, yo tan calmado y tú tan efusiva, yo tan gris y tú tan colorida. Nuestras notables personalidades opuestas, de cierta forma, nos complementaron a la perfección. Ipso facto los años reemplazaron a los meses. Conocí a tu familia y tú a la mía. No sabría decir quién de los dos tuvo más problemas para ser bien visto por los familiares del otro, aunque al final todos cedieron y aceptaron que lo que teníamos iba en serio. Una buena noche junté valor y te dije: «vivamos juntos». No respondiste nada, pero tu rostro, tu hermoso rostro, me lo dijo todo. Claro que esperamos hasta graduarnos. Fueron los meses de espera más largos de mi vida.

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     Un pequeño piso con lo esencial: una habitación, cocina y baño. Era todo lo que tenía –y no exagero al decir todo– y eso nos bastó para sentirnos completos porque nos teníamos uno al otro. Dicen por ahí que la felicidad dura poco. Pues la de nosotros había durado años y fue del tipo que solo ves en alguna comedia romántica o novela clásica. Supongo que, para quien sea que se encargue de esa labor, era hora de que rindiéramos cuentas. Ojalá que al contar esto pudiera decir que nos peleamos, o que la relación gradualmente se desmoronó y todo terminó, pero eso no sería cierto; eramos tan felices como siempre y planeamos toda una vida juntos, aunque la vida tuviese otras maquinaciones en mente.

     Por los azares del destino, casualidad o una broma pesada de seres divinos, te marchaste de mi vida y de la de todos aquellos que te querían. La noche en cuestión se repite mil y un veces en mi mente: te desplomaste contra el suelo, corrí hacia ti y pregunté: «¿Qué te ocurre?». Respondiste entre lágrimas, que por un segundo me hicieron rememorar la primera vez que dijiste que me amabas: «Me... duele la cabeza... algo no anda bien» y cerraste los ojos para no abrirlos nunca más. Tres tumores asintomáticos, que se formaron durante años, en diferentes puntos del cerebro sesgaron tu existencia y todos nuestros sueños. La vida nos acusó de ser muy felices, Dios nos declaró culpables y la muerte, tu muerte, fue la sentencia.

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     Hacía tanto tiempo tu esencia impregnó mi vida con una infinidad de matices que ya había olvidado como era ver todo de color gris. No lloré mi amor, no lloré hasta tu funeral. Sé que no querrías verme como me vi ese día pero fui incapaz de evitar desmoronarme. Ahí estabas, dentro de una lúgubre caja de madera y cristal, tan tranquila e inexpresiva. Sollocé como nunca antes y los otrora hermosos recuerdos me invadieron, mostrándose como las experiencias más dolorosas jamás sentidas. Tanto que me faltó por decirte, tanto tiempo que no pudimos estar juntos. A tus amigos, padres y demás familiares solo me limité a decirles que eres el amor de mi vida y que mi lugar siempre será a tu lado.

     No dudes que regalaría mi alma en un millón de oportunidades a quien pudiera brindarme la posibilidad de observar otra vez a la chica hermosa que conocí en las escaleras de un pasillo en la universidad, con la que charlé y reí por horas, la que tomó mi corazón y a cambio me entregó el suyo junto con sus mañanas, tardes y noches. Aquella que se llevó mis ganas de vivir al momento en el que desapareció de este plano terrenal. Ahora dormiré otra vez para al menos poder verte en sueños y creer, por unas horas, en la mentira de que sigues aquí, que el tiempo no te arrebató de mi lado y nuestra historia de amor terminó con un final feliz.