La joven rebelde

in spanish •  7 years ago  (edited)

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Nela era una joven de 17 años de edad, de tez trigueña y cabello negro, tan negro como la oscuridad, liso al principio y con ondas al final, con un cuerpo bastante esbelto y menudo, junto a rasgos muy poco agraciados. No era la más bonita del barrio pero tenía algo que captaba la atención, quizás eran sus profundos ojos pardos, o la fuerza de su voz al hablar o simplemente lo llamativo de su rostro al actuar.

Sea lo que fuera que tenía su aspecto, recibía la atención de la gente aunque no lo deseara. Sin embargo, tratarla era difícil, su manera de comportarse era bastante inusual, a pesar de lo educada que era, podía llegar a actuar de manera bastante reservada y fría, hasta caer en lo asocial. Algunos de sus contemporáneos la consideraban una “rara”, ya que no iba a los bailes del pueblo ni aceptaba las invitaciones de los muchachos, ni siquiera de los más apuestos, ya que prefería quedarse encerrada en su casa leyendo o pintando algún cuadro. Tenía muy pocos amigos que se reducían a menos de los dedos de su mano, era bastante disímil y también bastante rebelde.

Nela era una joven rebelde, rebelde como ninguna pero no sin causa, según afirmaba ella, desde muy pequeña vivió y observo las injusticias desde la mera vista del otro, hasta en la carne propia. Eso la movió a ella hasta el más pequeño nervio, y la hizo la rebelde de ahora. Entre sus rebeldías se encontraban sus refunfuños con algunas de las vecinas de la calle Caicara y sus jóvenes hijos e hijas, que constantemente promulgaban “el deber ser de una dama”.

  • “Mis calumnias”. Exasperaba Nela. “Porque yo debo seguir esas normas que parecen ordenes, mientras ellos hacen desastres”.
  • “Acuérdate que tú eres una dama”. Comentaba su abuela Tamara.

A pesar de su educación, respondía de manera muy prejuiciosa y amargada ante tales consignas, y no era para menos, al parecer el vecindario promulgaba que entre sus deberes como dama estaba el permanecer virgen para algún caballero, serle fiel sin importar que él ande con otras mujeres y en caso de que ese compromiso se rompiera debía esperar en abstinencia a su próximo “dueño”; alguien de buena familia, con un buen apellido y un fino capital de dinero. Mientras los hombres del pueblo se iban a beber y a tirar en algún cabaret, así ya estuvieran comprometidos con otra mujer, porque según el verbato social de su vecindario: “El hombre, es hombre ¿Qué se puede hacer?, es su naturaleza, hay que aceptarla así por doquier”.

¿Acaso era el amor que merecía? ¿Acaso era el amor al que se debía conformar? ¿Ser la propiedad de alguien? Se cuestionaba Nela, mientras miraba la luna llena apoyada a su ventana junto a su té de valeriana. Sí la respuesta era sí, entonces prefería quedarse sola junto a sus libros mientras su cuerpo se marchitaba, o quizás dejarse atrapar por la lujuria hedonista, esa que corrompía a los otros y que tantos estragos hacía, aun cuando eso significará convertirse en la deshonra de su familia… Prefería cualquiera de esos dos finales, a una vida infeliz con un inepto y desconsiderado amor. Finalizaba Nela, mientras le daba un último sorbo a su té antes de irse a dormir.

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