Un día tras otro te despiertas con aquella sensación de inutilidad, te encuentras a ti misma repitiendo aquella rutina que haces por inercia. Te levantas a comer, o quizás a hacer café, pero ves que no hay nada que puedas preparar de forma rápida. No hay pan canilla. No hay queso en lonjas. No hay café. Así que sólo te sirves agua. Insípida, aburrida, insulsa… como tu vida. Y como no hay más por hacer vuelves a la cama, a dormir por otras seis horas, a ver si te levantas a tiempo para almorzar cuando los niños ya se están yendo al colegio.Pero no puedes dormir. Estás cansada, tus parpados pesan y tus ojos arden, queman. Siempre tienes sueño. Siempre estás cansada. Sabes que hoy tenías que hacer algo en el juego pero ya ni siquiera tienes ganas de jugar. ¿Qué día era? Martes, miércoles. Da igual, el reset ya debió haber pasado y nuevamente te perdiste las 4 entradas a Torre. Los naracali y algún runatorio. No entiendes hasta que punto de locura te ha llevado aquella pelea constante. No estás segura de cuando fue la última vez que te sentiste genuinamente animada. Genuinamente plena. Recuerdas con anhelo aquellos días en que el despertarse e iniciar el Pingzapper no era el primer interés. Recuerdas las tardes en las que los perros, los gatos, el loro y los gritos inundaban los pasillos. Recuerdas los brazos cálidos del hombre con quien algún día deseaste compartir… y compartir verdaderamente todo. Todo lo que te hacía ser tu, todo eso que había cambiado.Ahora esos recuerdos se desvanecen como polvo y telarañas cuando tu teléfono suena. El tono de llamada se ha convertido en una alerta. Tu cuerpo se torna rígido y comienzan los pensamientos intrusivos. Sabes que hoy no será para nada un buen día. Sabes que aquello se ha vuelto incrontrolable, como el pacman que comienza a comerse todo y se va haciendo más grande. Aquella línea entre la insípida sensación de estar viva y la tortura de aguantar las cosas que ya no te hacen tanta gracia. En este nuevo estado de alerta, respondes el teléfono. Desgano. Desmotivación. Aquella relación que hiciera unos meses sería el placebo era ahora el causante de la desgracia. Quien antes fuera un amor a distancia se había vuelto una obsesión. Enfermizo. Pasan las horas. Ya has discutido más de tres veces. Ya has dicho cosas que has repetido mil veces en la última semana. Te sientes cansada. Drenada. Como si el vampiro se hubiera prendido a tu cuello y succionado todo lo que podía succionar.Muerta en vida.Quizás esa fuera la mejor descripción.Muerta en vida.Los recurrentes pensamientos suicidas. Las horas meditando como sería el mundo si no estuvieras en él. Seguramente no serías un lastre. Te hubiera gustado ser abortada. Lo que está muerto no puede morir. Quizás estás empujando tus pensamientos al límite. A lo inalcanzable. A un rincón oscuro donde no desearías estar. Te sonríes con cinismo ante la idea. Qué fantástico sería si nadie realmente te quisiera, si tu vida fuera realmente tan desdichada. Pero no es así. Lo tienes todo. Quizás no a todos, pero si lo tienes todo. Todo lo que podrías tener dadas las circunstancias. Lo sabes. Lo tienes presente a cada maldito segundo.Y cada maldito segundo la ansiedad y la sensación de culpa se encargan de recordarte que no tienes motivos para sentirte así. Y aún así constantemente la sensación restringe tu pecho. Quizás, entonces, hace falta más que sólo fingir estar bien. Quizás todo lo que hace falta es fingir normalidad. Porque la peor parte de estar muerta en vida no ha sido la constante sensación de querer desaparecer, sino la constante falta de interés por cuidar tu salud.Así que un día te levantas: tiendes la cama, como lo haría una persona normal; haces desayuno, como lo haría una persona normal; haces ejercicio para adelgazar, como lo haría una persona normal. Tomas la decisión de soltar esa cadena que te asfixia, que magulla la piel de tu cuello, como lo haría una persona normal.
Y una vez más te encuentras a ti misma tomándote tu dosis de metformina, como lo haría una persona normal.
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