2º concurso 4cuentos - El niño que odiaba el tlacáhuatl

in spanish •  6 years ago  (edited)

Hace muchos años, antes de la llegada de los blancos. Existió un reino hermoso de todos los colores, de todas las razas de animales que uno pudiera imaginarse. La magia podía fluctuar intensamente en los bosques y los misterios surgían en incontables direcciones.

En este recóndito reino vivió un niño de nombre Kuamachi dotado de una testarudez que impresionaba a sus padres. Mientras los demás niños preparaban siempre el alimento de los dioses. Kuamachi se negaba, sin temer a las duras palizas que le propinaba su padre.

La causa estaba en que odiaba el olor del Tlacáhuatl al ser molido, no podía estar cerca de semejante ingrediente, le daban unas ganas enormes de vomitar, tal acción repercutirá en la ira de los dioses, por eso rehuía Kuamachi de preparar el alimento de los dioses.

Un día de tanta intensidad por sus padres decidió decirles la verdad. Las consecuencias fueron ir a hablar con la espiritista de la tribu.

Kuamachi tuvo que sentarse y relatarle las ganas repulsivas que le ocasionaba solamente oler la pequeña semilla, tocarla o mirarla. Reacciones que iban desde esconder las manos detrás de su espalda, hasta arrugar su pequeña naricita como un Jobo.

La vieja llamada Kawao no se alarmó y enseñando los dientes amarillos que poseía, le dijo que debía atravesar todo el bosque hasta encontrar a las diosas que jamás envejecen. Cuando el chico le preguntó donde residían esas deidades, ella respondió:

-Camina hasta que tu corazón caiga por su propio peso-

Debía ir solo nada de padres, nada de hermanos, nada de amigos.

Así el pobre Kuamachi solo, se internó en la selva en busca de las diosas que jamás envejecen. Cargando en una bolsita mañoco, yuca, casabe, un poco de carne asada y frutas secas. Aquello no le daba abasto para el viaje tan largo que le esperaba. Sin embargo, para descubrir su odio al Tlacáhuatl se perdió en el follaje.

Los primeros días no vio nada espectacular, sino sólo se oía el hablar de los monos aulladores y el chismear de las ardillas. Después de dar tantos círculos sin encontrar un rastro significativo para su destino, se paró hablar con los monos y las ardillas.

-¿Saben dónde se puede encontrar a las diosas que nunca envejecen, queridos animales?-

Estos no le pararon a su pregunta y siguieron hablando del tema que siempre les gustaba tocar: el sabor de las frutas de los árboles. Decían que cambiaba de sabor todos los días, y que nunca se irían de las ramas de esos árboles hasta que el sabor se repitiera. Mientras las ardillas chillaban entre sí: monerías sobre entre todos quien era el más bello y quien era el más feo.

Tan cansado se tornó esto que, Kuamachi orinó el árbol causando que se contaminara cada uno de estos. Al irse, el fruto que nacía de estos se volvieron insípidos para los monos y el olor que emanaban los troncos volvía horrible el pelaje de las ardillas.

Siguieron pasando los días, hasta que el joven Kuamachi se encontró un río extenso que no podía cruzar a nado. Estuvo días buscando la manera de cruzarlo. Cuando por fin iba a tomar otra dirección, se encontró con una ranita acercándose en una balsita donde solo cabía una persona.

-¿Por aquí se llega hasta las diosas que nunca envejecen?- preguntó Kuamachi interesado que la respuesta fuera sí.

-El camino ya está hecho, solo debes cruzarlo- croó la ranita seria.

-pero hay un río de por medio-

-El camino ya está hecho, solo debes cruzarlo-croó de nuevo la ranita.

-El río está en medio, me puedo ahogar, ¿acaso ahí en tu barquita hay espacio?-

-El camino ya está hecho, solo debes cruzarlo. No lo ves- croó la ranita molesta.

Estuvieron un largo rato discutiendo, pero Kuamachi era muy orgulloso. No iba a dejarse vacilar por la ranita y de un manotazo la arrojó contra el suelo.

Tan rápido como pudo se puso a navegar en la barquita. La ranita muy molesta, se puso a nadar para recuperar la barcaza, sin embargo, no contó con la presencia de los caimanes. Kuamachi contempló por un largo rato como la detestable ranita era arrastraba hasta las profundidades. No se burló, ni se entristeció solo siguió remando hasta llegar a la otra orilla. Al llegar allí encontró a la esposa de la ranita llorando desconsolada.

-Asesino, has asesinado a mi marido. ¡Todos los de la selva se enterarán y te darán caza!- indicó con las lágrimas en los ojos.

Kuamachi le asustó tanto saber esto, e intentó dejar una ofrenda a la mujer. Le dejo todo el casabe que le quedaba, luego huyó del lugar.

Anduvo por la selva más días. Pero iba aterrorizado por los gruñidos y alaridos enfadados de una turba de animales, que estaban dispuesto a matarlo. Kuamachi se raspó todo el torso desnudo y las piernas. Su bolsito también se rasgó, perdiéndose parte de su comida en el proceso. Al parecer la misma selva no lo quería tampoco, había perdido la sintonía verde.

A punto de ser atrapado por la turba se encontró con un grupo de cazadores humanos. Lo único que pudo decir Kuamachi antes de perder la conciencia fue:

-El camino ya está hecho, solo debes cruzarlo. No lo ves-

Al despertar se encontró en una tienda de pieles. Al salir de allí atisbó toda una civilización. Kuamachi nunca había visto en su vida montañas de piedra sólida tan cuadradas o habitadas por personas con unas sábanas tan livianas como el aire.

Los ojos Kuamachi se toparon con algunos cadáveres de los animales que le perseguían, estaban en filas clavados en unos postes, esperando su turno de ser lanzados a una gran olla. Tampoco conocía semejante utensilio de ese volumen.

-El camino ya está hecho, solo debes cruzarlo. No lo ves. Ven siéntate a disfrutar el festín- dijo una anciana al ver que había despertado.

Por el hambre que tenía no le dijo su verdadero nombre y se unió a la fiesta. Comió, bebió y bailó como un demente. Descubrió que esa gran civilización se llamaba los Sāiwàntísī, al principio Kuamachi pensó que eran muy amables por darle la hospitalidad, además de darle un poco de unas piedras plateadas llamado Jiāmì. Sin embargo, fueron mostrando unos comportamientos detestables posteriormente.

Lo primero fue que iniciaron una serie de imitaciones a su persona. Si lo veían agarrar una piedra con la mano izquierda lo hacían, si estaba sentado mirando los árboles los demás hacían esto. Hasta que finalmente, se le acabaron los movimientos para copiar y lo ignoraron por completo. Si antes se veían con telas ligeras como la brisa del mar, ahora se la pasaban vestidos como Kuamachi, con unos sencillos taparrabos.

Se alejó de aquella civilización imitadora y siguió su sendero, no había olvidado a las diosas que nunca envejecen.

Después de muchos días llegó a las montañas Blancas. Por primera vez Kuamachi conoció lo que era la nieve, lo que era temblar por la helada brisa que pasaba a través de su piel. Quería devolverse, pero el sentido común le decía que las diosas estaban en esa dirección. Al chirrían sus dientes se le salían las sílabas el nombre de su objetivo.

En uno de esos momentos, cincos águilas blancas como la nieve lo atisbaron y no pudieron evitar sentir compasión. Aterrizaron junto al chico y le proporcionaron con sus plumajes un traje de color pálido. Al ponérselo Kuamachi dejó de temblar inmediatamente.

Quiso agradecer y pedir orientación, pero las cinco águilas se pusieron a quejarse de sus vidas. Una se quejaba de lo aburrido de volar, otra de lo horrible del color blanco, el siguiente de los vientos fuertes de la montaña y el último juntaba todas las quejas para sí mismo.

Cuando Kuamachi volvía a preguntar la dirección sobre las diosas que jamás envejecen, estas volvían a la misma rutina, haciendo perder a Kuamachi su tiempo en el mundo.

Sin obtener una contestación, se marchó después de residir un gran tiempo con las aves. Atravesó las montañas Blancas e ingresó en un nuevo territorio donde se divisaban los famosos tepúes.

En esos territorios no divisó ningún asentamiento del hombre, ni siquiera la luminosidad del fuego. Intranquilo Kuamachi recorrió la región. Contempló árboles que daban cualquier tipo de fruto cada cierto tiempo, serpientes gigantescas que podían tragarse civilizaciones enteras, nieblas que adoptan la forma que más temías y lo peor de todo, se podía oler a donde se fuera el aroma que desprendía el Tlacáhuatl.

Kuamachi procuró escapar del olor. Por donde pasaba, vomitaba estrepitosamente. Se topó con un árbol que se elevaba hasta el cosmos. Allí mismo sin pensárselo Kuamachi comenzó a trepar. La fragancia le seguía, por ende, nunca se paró a ver la extensión de la tierra que dejaba. Sin saberlo, se internó en el mundo de las nubes.

En ese sitio el olor del tlacáhuatl se disipó un poco de sus fosas nasales, pero allí seguían. Deambuló largo rato por las nubes, rebotando entre ellas. Hasta que tiempo escuchó unos gimoteos. Mientras más perdido estaba Kuamachi, más los chillidos aumentaban.

Y por fin, la vio. Una mujer que estaba embarazada era la que lloraba, estaba mirando por un agujero. Entre tanta oscuridad Kuamachi había perdido los recuerdos. En el hueco se podía ver toda la tierra, precisamente, todos los territorios que había andado Kuamachi.

-¿Por qué lloras?- formuló Kuamachi sentándose al lado de la mujer.

-Lloro porque me siento triste- respondió ella secamente, ni siquiera miraba a la cara al joven Kuamachi.

-Eso no es una razón válida- dijo Kuamachi pensando en voz alta.

La chica se tapaba el rostro y seguía sollozando intensamente.

-Soy fea, fui la única de todos en quedarse aquí. Soy fea, soy fea, soy fea- dijo sin dejar de chillar.

Kuamachi eso le pareció una estupidez y como era hombre, intentó forcejear con la muchacha para verle el rostro. Tanto fue su hincapié en observar su rostro que los dos terminaron cayendo por el hoyo. La caída de la mujer fue rápida, pero la de Kuamachi fue como si todo su cuerpo se hubiera convertido en una pluma.

Pudo admirar por un largo rato el paisaje que se extendía ante sus ojos, mientras oscilaba tranquilamente por los fuertes vientos del cielo. Su traje hecho con las plumas de las águilas le permitió vivir a esa caída.

Desde una posición cercana contempló como diversas mujeres ya grandes salían del vientre roto de la chica. Lo asombroso que cautivó a Kuamachi fueron los rostros hermosos de las cinco mujeres, parecían jóvenes, pero viejos a la vez. Contenían la sabiduría de una anciana, asimismo la picardía de una jovenzuela, los cabellos ondulantes bailaban al compás del viento, a su vez unas arrugas surcaban con magnanimidad el rostro de las señoritas.

Aterrizó unos metros de ellas, pero Kuamachi corrió para verlas mejor. Su corazón latía azorado y no era por la caída. Antes que pudiera llegar a ellas, el horrible olor de tlacáhuatl lo fulminó, cayó al piso. El aroma que aspiraba Kuamachi le producía nauseas, pero se levantó y anduvo hasta las cinco mujeres. Cada paso que daba Kuamachi incrementaba la esencia, no obstante, siguió caminando, llego un momento que se vio arrastrado por el suelo.

El joven estaba enamorado de ellas, las quería por esposa a cada una. Las mujeres no se habían movido de su sitio, estaban esperando la llegada de Kuamachi. Miraban con amor, pero a la vez reprochador.

Kuamachi compareció ante ellas tocándole los pies. Las cinco mujeres estaba perfumadas con el aroma tan odiado de Kuamachi. El chico estaba enamorado. Y su deseo se vio satisfecho al admirar por unos cuantos segundos el intrigante rostro de las mujeres, todos eran idénticos en hermosura.

Finalmente, Kuamachi vomitó encima de las chicas.

Las cinco se desvanecieron al instante, se transformaron en millones de mariposas de colores vividos y volaron en contrarias direcciones. Mientras se marchaban, soltaron diversos polvillos que cayeron en el cuerpo de Kuamachi. Quedo envuelto en tlacáhuatl.

Desde ese día, fuera a donde fuera, el joven Kuamachi siempre percibiría ese odiado olor. No importaba el camino que tomara o el baño que se diera, estaba sentenciado. Pero lo peor, con el corazón caído por su propio peso

Referencias:

Las imagenes estan hipervinculadas

Concurso 4cuentos

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Muchas gracias por el apoyo @rutablockchain jejeje

Me pareció muy interesante tu cuento, deja mucha enseñanza en el camino. @ricardo993, en cada etapa queda un mensaje. ¡Suerte en el concurso!

jejejeje si vale es muy loco el relato @evagavilan y gracias por sus buenos deseos.

Muy bueno tu cuento

Gracias @edward.parra me alegro que te gustara.

Tremenda historia @ricardo993 ¡Mucha suerte en el concurso

Hermoso cuento. El estilo de narrar es interesante. Las estrategias metacognitivas que se plantea el lector las satisfaces con tu imaginación y creación. Felicitaciones y suerte en el concurso. Te sigo.

Logré imaginar cada párrafo escrito. Lo disfruté mucho. Éxito!

la lectura me entretuvo y estuvo llena de imagenes mentales muy bonitas, senti un poco de repelus cuando mencionaste el repudio a las semillas y su reflejo de la ansiedad mediante las manos, me pasa con el foami ahahaha.

Estimado @ricardo993 , maravilloso mágico mundo, en el cual la moraleja salta a la vista por sí sola. Lograste mezclar lo realista, hasta desagradable (jejeje, una distinta dimensión del vómito), con lo mágico maravilloso.
Te felicito, en verdad muy bueno