-“A Juancho se lo llevó el diablo” Esta frase corrió de boca en boca en Caucagua por allá por la década de los 20 y llegó a mí por los 60 en la voz llena de recuerdos de mi madre.
Juancho era el hacendado más importante de Caucagua, localidad de Barlovento, zona costera de Venezuela, poblada mayoritariamente por descendientes de esclavos africanos. Allí, en 1917, había nacido mi madre en la hacienda de cacao “Las Niñas”. Barlovento es tierra de magia, de leyendas, de encuentros entre lo sobrenatural y lo pragmático.
La hacienda de cacao de Juancho era atendida por “muñecos” lo cual le eximía de pagar salario alguno por una labor ininterrumpida de día y de noche. “Muñecos” eran llamados los “muertos en vida”, personas muertas cuyos cuerpos, reanimados con rituales de magia negra recuperaban la capacidad de moverse. Nadie se atrevía a entrar en la hacienda de Juancho, a pesar que la misma carecía de cercado alguno. Se contaba que algún foráneo, desconocedor de la fama de Juancho, había entrado a su hacienda a robar. Tal vez un simple racimo de cambur, sin embargo, le fue imposible salir de allí. Sus esfuerzos por irse se concretaban en caminar en círculos hasta que se acercaba Juancho a liberarlo.
Sea como fuere, el día que murió Juancho, contaba mi madre, se desató una terrible tormenta eléctrica en Caucagua. Fuertes truenos, fusilazos de frecuentes rayos, una lluvia torrencial acompañada de vientos huracanados y, como corolario, la crecida del río que arrastró en su furia varias viviendas.
La población quedó convencida que el maligno se había llevado esa misma noche el alma de Juancho.
Como mamá me lo contó así se los cuento yo.