En las artes visuales, el impresionismo da comienzo a una serie ininterrumpida de revoluciones técnicas y conceptuales en el terreno experimental. Desde la conquista de la representación claroscurista, que se apoyó en el estudio de las ciencias naturales proveniente del Renacimiento, no se produjeron cambios fundamentales en la concepción plástica de Occidente –tanto en pintura como en escultura- hasta la eclosión del impresionismo. Sin embargo, suelen considerarse precursores algunos hallazgos en la historia de ese arte: con rara lucidez crítica, el pintor Paul Signac, miembro activo del movimiento neoimpresionista, rastreó estos antecedentes y los documentó suficientemente en su libro De Delacroix al neoimpresionismo, publicado en el año 1899, en París. Alrededor del 1900, el impresionismo se constituye en un puente ineludible para todas las renovaciones plásticas que llevan hasta conclusiones imprevisibles los descubrimientos realizados por los maestros de la escuela.
Fuente Claude Monet
El movimiento impresionista comenzó su existencia pública al realizar su primera exposición en París, en el año 1874. Una nueva manera de ver el mundo, que también se llamó “airelibrismo”, se fue precisando a medida que los pintores que componían la vanguardia del movimiento profundizaban en sus experimentos. El tema central de éstos era la luz en el paisaje (el impresionismo es esencialmente una pintura de paisajes: de allí que sus inmediatos antecesores en Francia sean los pintores de la llamada “Escuela de Barbizon”), el estudio detallado y minucioso de los cambios que se observaban en los colores propios de los objetos, según sea la luz que se baña. Un ejemplo de la rigurosidad con que se estudiaban los progresivos cambios en la apariencia de los objetos lo constituyen las series realizadas por Claude Monet –para muchos el verdadero iniciador y líder del movimiento-: serie de Las parvas (1890), serie de Los Álamos y La Catedral de Ruán (1891-1894), las de las Mañanas en el Sena y Las Ninfas (1896-1897), las Vistas de Londres (1900-1904), Los Nenúfares y Los efectos de Agua (1905-1909). Estas series permiten demostrar la fantasmagórica presencia de los objetos ante la acción devoradora de la luz solar, comiendo aquí los contornos o fundiendo allá en iridiscentes pasajes las siluetas de la realidad corpórea. Además, significan la destrucción del principio del que se había valido la pintura desde el Renacimiento: el claroscuro como expresión de los volúmenes de los cuerpos en el espacio. El impresionismo logra que toda la superficie del cuadro se convierta en una fiesta de colores, y éstos adquieren valor por sí mismos, independientemente de los objetos que nombran. Así también se explica la admiración que sostuvieron los maestros de la escuela por las láminas orientales de Hiroshige, Hokusai, Toyokuni y otros que a fines del siglo XIX comenzaron a ser conocidos en los grandes centros europeos y que expresaba una pintura sin claroscuro y de colores ligeros y saturados, no dependientes de un color o tonalidad clave.
Fuente Claude Monet
Si observamos las convenciones establecidas partir del naturalismo renacentista, debemos reconocer la presencia de una tonalidad dominante en todas las zonas del cuadro, o el mural inclusive, que lograba un acorde cromático en la tonalidad de la superficie. Este “tonalismo” pictórico, cuyo hallazgo podemos situar en las obras más maduras de Leonardo da Vinci, sirve para expresar las “modulaciones” de la atmósfera natural y corresponde a una pintura “realista”. Mediante sutiles juegos de valores cromáticos (en una escala de claroscuro) los colores se interpenetran en detrimento de su propio grado de saturación, y hay un color –preferentemente una “tonalidad”- que participa de todos los colores del cuadro. Una tonalidad clara, en Leonardo; una tonalidad oscura, en el Caravaggio, por ejemplo.
Fuente Auguste Renoir
La pintura de los impresionistas, al liberar el color de la tonalidad clave, preanuncia tendencias que habrán de germinar más tarde, como el neoimpresionismo de Seurat y Signac, o posteriores aún como el fauvismo francés y el expresionismo alemán. Pero esta concentración en la autonomía de los medios permanece latente en la pintura de los impresionistas, llegando a su manifestación más alta en las obras de Claude Monet, particularmente en las series ya mencionadas. Decimos “latente”, porque la yuxtaposición de las pequeñas pinceladas de colores puros, en el cuadro impresionista, también suponía la mezcla óptica de esos colores, coincidiendo con los descubrimientos de la física, debidos a Chevreul y Helmholz, acerca de la descomposición del rayo solar, la formación de la luz “blanca” por la participación de los colores primarios y secundarios, y las leyes de los contrastes entre los colores del espectro. Observados a una distancia de un metro o más, los cuadros de la escuela logran un parecido con el tono atmosférico de la pintura anterior, pero esto se consigue por la mezcla óptica de los colores en la superficie del cuadro. Por eso dijimos que alrededor de 1900, la pintura de los impresionistas es un puente entre el pasado y el futuro de las artes plásticas. Otros de los aspectos importantes del arte de los impresionistas es haber llevado a su culminación el remplazo del tema grandilocuente, anecdótico y con pretensiones alegóricas, religiosas o filosóficas por el sencillo motivo. Cualquier motivo de observación puede convertirse en una verdadera fiesta para los ojos en manos de alguno de los partícipes de la escuela. Auguste Renoir, uno de lo mas grandes pintores impresionistas, a quien también se considera iniciador de la tendencia, cuando trabajo junto a Monet en 1869, decía que hubiera preferido pintar toda su vida el mismo tema para que la concentración de los esencial (las líneas y los colores del cuadro) fuera más profunda. El contenido y la forma de expresión constituyen una unidad dialéctica en la obra, y participan de la poética particular del autor. Cuando hablamos del impresionismo como tendencia, como escuela revolucionaria, lo hacemos abracando la totalidad y sin entrar en la consideración menuda de las obras particulares; sin embrago, es necesario dejar establecido que dentro de la corriente general, de la escuela existen las distintas poéticas personales que hacen al contenido de cada pintor individualmente. El impresionismo proclama la relatividad de los objetos fijos que tienen una vida independiente del hombre; la relación entre sujeto y objeto se establece a partir del registro humano de los fenómenos e impresiones del mundo material. En este sentido podemos decir que no existe mundo material sin la inclusión del componente humano en ese contexto.
Fuente Auguste Renoir
Impresionismo y escultura.
El impresionismo pictórico no sólo cambia el rumbo de su disciplina artística específica –la pintura-, sino que también influye decisivamente en la marcha de la escultura. Sin embargo, en esta ultima hay un nombre que domina su desarrollo en las ultimas décadas del siglo XIX con una intensidad y hondura similares a las del impresionismo en la pintura: Auguste Rodin. Rodin llega a expresar, a través de materiales como el mármol o el bronce, la acción de la luz y el movimiento sobre los contornos de las formas –particularmente las de la figura humana-, logrando imprimirles una extrema ligereza y profundidad a la vez.
Fuente Auguste Rodin