Quizás el pintor que más nos sugiere la imagen de un fauve (una fiera, un animal salvaje) es Vlaminck. Para él, los colores eran como “cartuchos de dinamita”, bombas de tiempo con las que pretendía atacar todas las carcomidas costumbres y los convencionalismos de la “sociedad burguesa”. Este artista instintivo, dotado de una fuerza vital que se imponía por su sola presencia física, que había sido boxeador, ciclista, violinista de cafetín, que había expresado que cuando conoció los cuadros de Van Gogh en la exposición de 1901 lo amó más que a su propio padre, representa el espíritu (profundamente ingenuo) de la poética fauve. La obra de Rouault se caracteriza por su contenido religioso. Pocas son las expresiones de real valor artístico que revelan en el siglo XX una fe con poder de convencimiento. Las pinturas y grabados de este expresionista francés que también comenzó en 1905 a exponer con los fauves, tiene como único y obsesivo tema el cristianismo. Pero la poética de Rouault no exalta las virtudes de una vida celestial, sino que se vuelve ferozmente sobre las injusticias de la vida terrenal para estigmatizarlas y denunciarlas sin piedad. En 1917 Rouault da comienzo a su extensa serie de grabados y dibujos (aguatintas y aguafuertes) que se agrupa bajo el título de Miserere y que constituye una de las expresiones más originales de la plástica del siglo XX, además de un tremendo alegato social-cristiano. Los franceses consideran a Rouault un fauve patético, aun cuando él se negó a que lo catalogaran dentro de la tendencia.
Fuente Georges Rouault, Convicts
Todos los esfuerzos comprendidos en este período que tratamos conducen a una misma búsqueda de sencillez, limpieza de los medios para partir hacia nuevas posibilidades expresivas. Llevar el arte hasta un nuevo punto de partida. El famoso A B C del encuentro inicial; construir desde la base un nuevo vocabulario plástico. Esto explica también el alejamiento de Gauguin hacia una isla del Océano Pacífico, una colonia francesa, en la que espera encontrar la pureza de lo primitivo, lejos de la desarrollada Europa Central. Y esto es lo que impulsó a viajar por los mares del sur al expresionista Emil Nolde, un solitario del movimiento que sólo permanece en el grupo de El Puente en 1906. La búsqueda de la vida en estado salvaje, como repudio alas conquistas de la civilización, es parte importante de su vivencia. También en el acto mismo de pintar él se transforma en un “salvaje”, dependiendo de su instinto para encontrar la “esencia primigenia”. Los cuadros de Nolde son también expresión patética de un estado angustioso, y representan muy bien la orientación que guiaba la búsqueda de los expresionistas alemanes imbuidos de un impulso irracional: el cuadro debe contener un resplandor que ilumine el alma atormentada del pintor o la sacuda con el temblor del espanto. Nolde invoca la energía de las fuerzas de la naturaleza huyendo permanentemente del ambiente de las grandes ciudades.
Fuente Emil Nolde, La señora T. Con un collar rojo
El expresionista Kirchener, en cambio, trata de captar sus impulsos pictóricos en el corazón de la gran ciudad. Comparándolos, ha dicho de ellos Werner Hartfman: “La energía terrena, que Nolde abreva en la naturaleza, aparecía en Kirchener como energía anímica y nerviosa, tomada en la antinaturaleza de la gran ciudad”. Así son sus figuras femeninas estilizadas y elegantemente ridículas, ubicadas en un paisaje urbano pletórico de restallantes colores que aun conservan en el motivo su centro de inspiración. Es común en el expresionista concebir la materia del cuadro como un conjunto de agitados colores que contienen una “extraña” energía vital. Aquí cabe aclarar que nos estamos refiriendo al expresionismo típicamente alemán, aunque en este período de la historia del arte existan algunos puntos de coincidencia con los fauves franceses. Sin embargo, esos puntos comunes son más bien de forma que de fondo. Los pintores franceses que se agrupan en el fauvismo lo hacen intentando reaccionar contra el amaneramiento en que había degenerado el impresionismo, y fundamentalmente frente a la tiranía de los principios técnicos que impusieron los neoimpresionistas. Respecto a esto, y como corolario, Matisse manifestó: “el neoimpresionismo, o, mejor, la parte de él que se llama divisionismo, fue la primera organización del impresionismo, pero esta organización fue puramente física y a menudo mecánica. La división del color trajo la división de la forma y el contorno. El resultado: una superficie a sacudidas. Todo se reduce a una mera sensación de la retina, pero a una sensación que destruye toda tranquilidad de superficie y contorno. Los objetos se diferencian únicamente por la luminosidad que se les procura. Todo es tratado de la misma manera. Al final, no hay más que animación táctil, comparable al vibrato de un violín o una voz. Al hacerse cada vez más grises con el tiempo, las pinturas de Seurat han perdido la cualidad programática de su ordenación de color y han retenido únicamente sus valores auténticos, esos valores humanos y de pintor que hoy nos parecen tanto más profundos”.
Fuente Ernst Kirchener, Autorretrato
El aporte de Matisse es considerable también en la escultura. Ya en 1900 había comenzado su obra El esclavo, que concluirá dos años más tarde, y en la que se siente la influencia del genio de Rodin, particularmente por la obra de éste que se conoce con el nombre de Hombre caminando. Sin embargo en la escultura de Matisse es más sensible la intención de simplificar las formas tendiendo a resaltar su estructura fundamental y siguiendo las direcciones opuestas de sus ejes principales. Ya totalmente despojado de lo accidental, Matisse llegará a modelar su Crucifijo para la Capilla que creó y decoró totalmente en Vence, poco tiempo antes de morir.
Fuente Henri Matisse, El esclavo
Próxima entrega: “El ‘aduanero’ Rousseau”.
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