—«¡Malditas rosas. Son puntos rojos virulentos como el sarampión!»—decía el señor y las mandaba a cortar.
Y siete han sido las mujeres asesinadas durante los últimos cuatro años en circunstancias similares. Todas habían sido convertidas en ominosas obras artísticas por asesino —reseñó la prensa—. Este les mutilaba algunos miembros como el jardinero que corta las partes de una flor, o de un animal hecho de un arbusto. Pero el señor Konvintong, siempre estuvo más pendiente de su jardín, el cual ahora yace infestado por el perfume de las rosas que tanto odia mezclándose con un aroma pútrido y penetrante. También invasivo e insoportable como un recordatorio terrible.
Al investigar qué era ese olor, fue acompañado de sus trabajadores. Debajo de un árbol frondoso, encontraron a Sara, con la cabeza decapitada colocada dentro del estómago vacío sosteniendo entre los dientes a una rosa roja como su sangre.