Tu cara resplandeciente, juguetona, rebelde. Cuántas cosas decías, cuántas cosas callabas. Nuestro amor fue una explosión del cielo mismo, como aquel cielo que se rodeaba de colores suaves, donde las nubes eran los extras y nosotros éramos el público.
Y por no reconocer los hechos, era resignarse fácilmente sin bajar lo suficiente la rodilla. Era creer en un mañana, en un hoy, en un para siempre y en un breve placer. Era una especie de dulce tormento que solíamos batallar con el alma y las canciones de aquellos viejos playlists . Sigo sintiendo aquel pedacito de paz que me regalaba el aire cuando estabas cerca de mí. Tu vibra color luz, color paisaje, color cielo. Era sencillo enamorarse de tu cielo.
Adornabas una eternidad efímera de sentimientos y pesares. Las canciones inquebrantables hechas con el alma para adornar la habitación. La armonía universal de tus besos fantasmas, la dulce nostalgia de querer tenerte y no poder.
La inquebrantable necesidad de necesitarte. En un absurdo encuentro de palabras imaginarias, el alma sigue palpitante. Cuántas sorpresas da la vida, te evaporas en un sueño sinfín, como la simplicidad de un borrón y cuenta nueva que nunca volverá a ser igual. Las mentes persiguen las almas inquietas. Mi alma inquieta te regala un fragmento de luz para guiar tus pensamientos.
El arte es cuestión de demonios.