Salieron del No Time con lentitud, pero aguantando perfectamente la vertical gracias a que se apoyaban el uno en la otra. Entonces, desde el último escalón de la iglesia, según se mira desde la base...
-¡Eh, Freewhee, díselo tú, que a mí no me hace ni caso, díselo tú...!
Free miró hacia arriba, poniéndose la mano de visera, un acto reflejo, seguramente, porque a esas horas el sol andaba por otro continente. Era el Bucanan, uno de los que solían posarse en alguna rama de la escalera.
-¿Y tengo que subir hasta allí...? me parece que no...
Los del grupo de la cima hablaron entre ellos y decidieron bajar, reconocieron que Julia y Freewhee no estaban para muchos movimientos. Al ver a quince o veinte personas descender la escalinata, entre ellos y ellas, y tal como procesaba la realidad en aquellos confusos instantes, a Free le pareció ver que cobraba vida la portada del It's Only Rock'n'Roll de los Stones, pero como si la escena fuese descrita por Victor Hugo o la dirigiese Eisenstein.
Cuando llegaron, el Bucanan explotó:
-Aquí, la Loli, que me dice que paro poco por casa y me monta un cirio cada dos por tres porque se cree que lo mío no es trabajo, sino diversión. ¡La madre que me parió, con lo que me cuesta a mí salir del sofá...! ¡Díselo tú, Freewhee, díselo tú...!
-¡Sí, como para esperarte tranquila viendo la televisión, con lo golfo que eres! -Loli, dejando claro su mensaje.
Estaban enamorados, pero no sabían controlar la pasión que les unía. Aunque llevaban juntos más de diez años, parecían dos adolescentes en su primera pelea por una tontada. Los demás miembros del extraño cortejo de caras secas o rotas; de manos rotas o lentas; de estrafalarias melenas de uñas negras decorando unos ojos que mirababan con gran interés al nuevo testigo que había llegado para arrojar algo de luz sobre la disputa, esperaban ansiosos el desarrollo de los acontecimientos.
Pero Free seguía en silencio, contemplando muy fijamente el bordillo de la acera, como si estuviera sopesando la posibilidad de sentarse en él para estar más cerca del suelo, por si una bajada de tensión tuviera la mala leche de hacerle la puñeta, aprovechando el elevado porcentaje de alcohol que soportaba su cuerpo. ¡Pues no eran malas las bajadas de tensión en esas circunstancias... ! Todo Lavapiés lo sabía, puesto que la primera fábrica de cervezas de Madrid había tenido el honor de radicar en la calle Argumosa.
El público daba por hecho que estaba preparando un alegato en defensa de su amigo, pero Julia sabía que no, así que fue ella la que, aunque vocalizando con dificultad, dijo:
-Loli, el Bucanan te quiere que te cagas, pero se dedica a la venta de jachís, y como se ponga una tienda con horario comercial y un cartel arriba con el nombre de lo que vende, seguro que le ibas a ver menos, sólo los días de visita. Y en lo suyo es un artista, se debe a su público, y su público le pide bises, qué va a hacer él...
-Julia, que tú no conoces bien el paño, a éste no hace falta que le animen, y está la calle buena...
-Chicos... -dijo Freewheeling, muy serio y haciendo una pausa que aumentó la expectación ante las palabras que se decidió a pronunciar- …esta vida es una mierda, eso ya lo sabemos los presentes -y levantó la mirada, porque hasta ese momento había estado enfocando el bordillo, hacia todos ellos, que asintieron con murmullos de adhesión, convencidos de esa gran verdad-, pero de vez en cuando vemos un milagro, como el de estos contendientes, que nacieron para estar juntos hasta en los mejores momentos... porque este es un momento muy bueno, colegas...
No pudo más, y potó. Eso sí que no se lo esperaba nadie, la sorpresa fue tal, que Loli y el Bucanan se tomaron enternecidos de la mano, pero se apresuraron a alejarse del charco de lo que hubiera quedado de cerveza y whisky en el estómago del hijo de la lluvia de las ranas. Los demás hicieron lo propio, menos Julia, que, tapándose la nariz, se acercó a Freewhee para sostenerlo firmemente por un brazo y llevarle a casa.
Según iban caminando, con la fresca de la madrugada se les pasó el subidón etílico. Decidieron ir por Santa Ana para comprar unos churros, que allí los hacen buenísimos. Subieron por Mesón de Paredes para doblar por Juanelo, cuando a la altura de la plazuela se encontraron rodeados de coches de policía. Llegaron de repente, bajando y subiendo en dirección prohibida, entrando por Cabestreros, Oso, Abades, Dos hermanas y Encomienda, todas por la derecha si se toma la cuesta hacia abajo, porque por la otra acera no podían, no hay acceso a los coches desde Amparo.
Se miraron preguntándose si les quedaba chocolate y resolvieron que no, así que se tranquilizaron mínimamente. Con todo, una escena semejante era bastante extraña y amenazadora para cualquiera. Habían hecho una redada en plena calle, eso traería problemas a mucha gente. No les dejaron atravesar el cordón policial que rodeaba la pequeña plaza, aunque a ellos ya les habían registrado sin resultado positivo, por lo que pudieron ver en qué se gastaba una buena parte del presupuesto para seguridad nacional: negros, blancos, marrones y colorados, pálidos todos ellos, todos ellos pobres, unos sin papeles o con varias órdenes de búsqueda, algunos, recién salidos de la cárcel y otra vez para dentro, todos ellos contra la pared, reunidos en mísera hermandad por perros policía...
Se pusieron morenos, claro, pero hubieran sacado mucho más, en calidad y en cantidad, si se hubieran ido a hacer la redada a La Moraleja, por ejemplo. Y las cárceles serían más glamurosas, y desde ellas se harían programas del corazón para mostrar la vida cotidiana de los condenados, la sociedad entera ganaría con el cambio de víctimas por responsables. Pero los perros no querían pensar, y a los policías no les pagaban para eso. La mayoría iba esposada hacia los furgones. Uno de los detenidos miró hacia ellos y gritó:
-¡Dile que ya llego pronto...!
Era el Chinito, un hijo de las ranas del Caribe.
-¡Dile que yo no me olvido...!
Free supo que debía contar a Rachid, de nombre africano, como su lejano origen, que a su padre no lo volvería a ver en las calles hasta que no pasaran ocho años, cuando él tuviera veinticinco. El primer cuarto de su vida estaría roto por el final, ese no es un buen comienzo.
Ya había titulares de sobra para que la silenciosa mayoría tomase café sintiéndose segura. Se abrió el cordón y, lentamente, subieron la cuesta. A Julia ya no le apetecía desayunar, y Free aguantaba las lágrimas como podía.
El rugido de la calle, que entraba por el interminable balcón de la habitación del sol poniente, les encontró varias horas después abrazados y con la piel expuesta a un cielo nuclear de donde colgaban algunas nubes blancas, casi transparentes. Cómplices en la tristeza conjurada.
No somos sacrificio de costumbres,
besamos muertes para asustarlas,
ángeles negros de pico abierto
frente al olvido,
alzamos la copa al viento
para brindar contra las leyes
de la mansedumbre.