Creo que hace un buen tiempo hice una corrección de la redacción de este capítulo, por lo que veo no tomaste mis consejos y no te dignaste a arreglarlo un poco. La falta de signos y de coherencia es abrumante. Te voy a volver a pasar lo que aquella vez te pasé:

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Vampiros, criaturas de noche cuyos colmillos son capaces de acabar con toda esencia humana con solo absorber sangre. Habitualmente dichos seres habitan en Transilvania, castillo perteneciente a Vlad Tepes, o cómo muchos le conocerán, el conde Drácula, ser temible y aterrorizante desgastado por los años. Su hermano Michael tiene una hija, llamada Aura, demostrando así la antigüedad del conde, además el hecho de intentar que fuera descubierto de ser un vampiro, tampoco le favorecía, un día de estos eso pasaría, y él lo sabía. A los alrededores del castillo se podía ver aquellos aldeanos considerados seres inferiores o débiles por el conde con sus dichosas antorchas, ya le habían acusado de vampirismo, un fastidio sin duda para el rey de los vampiros.

Aura Tepes podía ser vista corriendo por los pasillos atemorizada por no saber que hacer ante aquella situación, no tuvo más remedio que ir a donde su padre. Su hermosa cabellera dorada y rizada estaba hecha un fiasco, y el sudor que le recorría por todo su esbelto cuerpo no reflejaba toda aquella belleza que en verdad tenía. Se propuso a tomar aire, para revelar la verdad de la situación.

— ¡Padre! ¡Los aldeanos están aquí! ¡Tienen antorchas y quieren quemar el castillo!

— Tranquila hija mía, todo estará bien — respondió el padre de la asustada chica con total serenidad —.

Ante aquel embrollo una portentosa sombra se hizo presencia, el conde Drácula había entrado a la habitación, después de mucho reflexionar sabía lo que tenía que hacer, su vida ya no era lo mismo, no estaba ese sentimiento de emoción que desde hace años le hace falta, su plan sin duda era perfecto.

— Ya van a entrar, tienen que irse — recalcó el conde — yo me encargaré del resto—.

Su hermano Michael tenía un mal presentimiento de todo lo que iba a pasar, y no pudo dejar de tener aquella sensación de preocupación, sin lugar a dudas, sabía que se venía lo peor, sólo con ver los ojos del que sería su hermano.

— ¿Y qué pasará contigo, hermano? — le preguntó, aunque él ya sabía la respuesta ante aquella necia pregunta.

— Yo me quedaré acá, ustedes vayan al puerto, un barco les espera.

—Ya perdí a Elizabeth, no me lo perdonaré si te pierdo a ti… — dijo Michael intentando convencer a su hermano con cierto tono de tristeza. —.

— ¡Si no te vas, todos moriremos! ¡Sal de aquí de una vez! — exclamó el conde con autoridad.

—Está bien, que dios esté contigo, hermano. — sentenció el prójimo mientras buscaba a su hija para llevársela. Esta no quiso irse sin antes ir a donde su tío Drácula, con lagrimas entre sus ojos, para abrazarle. El conde se conmovió ante aquella situación y aprovechó para advertir y consolar a su sobrina.

— Aura, viajarás muy lejos y verás cosas desconocidas para cualquier vampiro, tendrás que vivir ocultándote entre los humanos. Recuerda tus principios y tu deber, nunca confiar en ellos o te arrepentirás toda tu eternidad. — expresó el conde confiándole sus sabias palabras a su sobrina.

La niña regresó y le cogió la mano a su padre. El conde se le acercó a su similar para culminar lo que sería su despedida, con una mirada seria y tenaz en su cara le concedió a su hermano lo que serían sus últimas palabras, en respuesta a lo que le había dicho hace unos instantes que le resultó de un muy mal gusto.

— Dios no está conmigo, pero haré que los aldeanos vean al diablo.

Aura y su padre salieron corriendo de lo que había sido su hogar durante centenares de años, el castillo se encontraba en llamas y lo único que producía era humo, a lo lejos se escuchaban gritos de aldeanos, un placer auditivo para los vampiros. Les fue demasiado fácil pasar la ciudad para llegar al muelle, la transformación a murciélago que utilizaron era lo más eficaz en estos casos. Una vez allí procedieron a tomar su embarcación.

El clima era un caos, una fuerte tormenta comenzaba a asentarse y el mar se agitaba, y el marinero que comandaba el barco no estaba muy seguro de lo que tenía que hacer.

— El olaje es muy fuerte, tenemos que regresar.

— ¡Por supuesto que no!, ya no hay nada en Transilvania para nosotros.

— A este paso, naufragaremos…

— Entonces le sugiero que se ponga a trabajar. — le dijo mientras le apuntaba con lo que sería una espada, muy poco distinguible por la poca visibilidad de la noche. —