LA TARDE DEL GENERAL

in spanish •  6 years ago 

Debatiéndose en su cama con fiebres tardías a la espera de la muerte, el General Valdés recordó la vez que fue nombrado Presidente de Estado por el Dictador de un pueblo fantasma que se llevó con la última ventisca su gloria nacional.

Caía la tarde con todo su demoledor peso sobre las gastadas calles de Crisanto. Los árboles resecos delataban la inclemencia de un verano aciago, a lo lejos, una polvareda delataba la llegada de unos visitantes no esperados a esa hora. Un total de cinco carros negros como la noche hacían su entrada triunfal interrumpiendo de paso la soledad de un pueblo acostumbrado a su mutismo.

Llegó con horas tardías de una dictadura que se eternizaba con el paso de los años, la única diferencia el nombre del dictador, siendo el régimen el mismo, no existieron variantes por muchísimos años, tantos que unieron dos siglos sin cambios aparentes. Ese día se presentaba antes los habitantes del pueblo el nuevo Presidente Constitucional designado por su mismísima eminencia el dictador.

No hubo celebraciones especiales, ni ofrendas ante el padre de la patria. El presidente anterior se debió marchar sin atenuantes, mucho tiempo antes de lo esperado. Bajó del automóvil negro en traje de gala, con los soles relucientes en sus hombros y su pecho minado de condecoraciones reales e inventadas para elevar aún más su jerarquía.

Eran cosas normales dentro de la dictadura, más en momentos que la nación tenía más de medio siglo devorándose en guerras internas ya que desde 1821 no se combatía con otro país. El legado del Libertador no permitía hacerle la guerra a otra nación hermana.

El General Valdés era un hombre alto y fornido, de bigotes frondosos que infundían respeto y sobre todo autoridad, más en un pueblo de sublevados donde la Guerra Federal había dejado el pueblo desértico. Las puertas de las casas se cerraron con su llegada, solo algunas tímidas ventanas se entreabrieron, dejando ver unos temerosos ojos que observaban el acontecimiento histórico de ese día. Aun se encontraba latente la última gran guerra la Federal y los más ancianos pensaban que el espanto de Zamora vivía con ellos.

Su comitiva estaba conformada por diez personas que representaban sus más cercanos colaboradores, los nuevos integrantes del gabinete que se estrenaba ese día junto a él. El prefecto le esperaba a las puertas del palacio de gobierno, al acto se incorporaron el Concejo municipal en pleno, dos escribientes para dar fe del acto simbólico que se efectuaba esa tarde polvorienta.

No todos los días se está al frente de un momento histórico como el que acontecía. Nunca el General Valdés, a su llegada a Crisánto, se imaginó que se estaba encargando de un pueblo minado por el paludismo y en donde sus largas tierras se encontraban en completo abandono, por culpa de la guerra Federal y los males endémicos que en el paso de veinte años se encargó de borrar del mapa a más de la mitad de sus habitantes, pasando a ser de un Estado prospero y agropecuario a un desierto de increíbles dimensiones, gran parte de los vivos huyeron con la ventisca.

El General Valdés con todos estos comentarios esgrimidos por el Prefecto quien era testigo de excepción de tanta pandemia, en respuestas a sus preguntas a que se debía tanta soledad, solo se conformó con secarse el sudor de su frente, tragar grueso y decir para sus adentros una de sus frases más célebres. ¡Me jodí¡

Se paseó por el Palacio de Gobierno y así conocerlo en toda su dimensión, era una casa de alto muy antigua, se cree que fue una de las primeras que fueron terminadas a tiempo, para la celebración de los primeros años del nuevo siglo.

Originalmente sería la residencia del Marqués del Toro, quien era el dueño por Real Cédula de Rey de España de todas esas tierras y que con la llegada de la Primera República, fue abandonada a su suerte y modificada su estructura original con el paso de los años y por no encontrarle una utilidad práctica, le fue cedida a los misioneros que llegaron para terminar de educar a los indios que aún quedaban sin cristianizar.

Con la llegada de la Segunda República fue transformada en el ayuntamiento y por espacio de cincuenta años funcionó como tal, hasta el día que fue elevado a Estado soberano y se transformó para siempre, en la sede permanente del gobierno.

El General Valdés era un hombre recio, de una formación militar a toda prueba. El Dictador no dudó en ningún momento al elegirlo como el primer Presidente de este nuevo Estado. Era su carta de triunfo en un pueblo signado por las maldiciones de sus antepasados y que unido a ello, el paludismo, la fiebre amarilla y tantos males endémicos juntos, estaban por acabar con lo poco que quedaba en pie.

El recuerdo del brujo de Crisanto, Hecheman, solo quedó como una leyenda del pasado y en ese momento histórico pasó a ser un comentario de pueblo más que una verdad, desapareciendo de la misma manera como llegó. El General Valdés, intrigado por la fascinante historia coloquial, quiso conocer más del asunto, pero sus colaboradores más cercanos, para mantenerlo al margen de todo se encargaron de disuadirlo de todo eso y solo alcanzaron a decirle que. Esas son vainas de pueblo!

Benjamín era el nombre del guajiro que le acompañó hasta la muerte, desde hace más de veinte años, quedó unido al General Valdés después de haberle salvado la vida en una reyerta en la frontera, cuando fue descubierto en su intención de pasar un contrabando de ganado en perjuicio de uno de los caciques de la región, este tipo de afrenta se pagaba con la muerte.

El General tuvo que pagar veinte pesos de oro, una fortuna para la época pero bien valió la pena desde ese día se convirtió en su sombra, era el encargado de supervisar su comida antes de él ingerirla, el terreno que debía transitar, las personas con las que tenía que hablar, todo era un ritual que no tuvo alteraciones hasta el día de su muerte.

Muchas historias se contaron años después de la muerte de ambos, la más ambiciosa de todas tiene que ver con la existencia de un inmenso baúl, que según cuentan las malas lenguas de la época, contenía una fortuna incalculable en morocotas que el indio se encargó de ocultar el mismo día de su muerte y que jamás fue encontrado. Nunca lo afirmó, pero tampoco lo negó. El General Valdés por su parte, mantuvo su palabra de que eran habladurías de la gente que no tenía en que gastar su tiempo.

El indio Benjamín siempre anduvo descalzo, jamás llegó a ponerse nada en sus pies, ni las elementales alpargatas llaneras. Dentro de sus creencias ancestrales, aseguraba que era la única manera de sentir el corazón del planeta y conocer sus más recónditos secretos, para él, el planeta era una persona viva que sentía igual que cualquiera.

Se especuló que fue instruido en las artes mágicas de su raza y el General Valdés, siempre hizo caso a sus augurios, fue por eso que aceptó ser el primer Presidente de un pueblo abandonado a su destino, porque le aseguró que sería el lugar ideal para su consolidación como General.

A su llegada a Crisanto, las personas encargadas de la dirección política, así como los pocos comerciantes, la mayoría secuelas de la época colonial y algunos llegados por impulso obligado de las guerras en sus naciones de origen, vieron en ese lugar paz para su errante vivir. Todos se extrañaron de tan pintoresco personaje, mucho más se sorprendieron de sus vínculos con el nuevo presidente y la influencia que ejercía sobre él.

Ninguno osó comentar su indumentaria y fue bien recibido en los escasos círculos sociales de la ciudad, su mirada vivaracha y unos bigotes puntiagudos al estilo Fumanchú contrastaba con su vestimenta, nunca se apartó de su machete enfundado a la espalda y dos colt's 45 que le acompañaron hasta la muerte. En su testamento dejó expreso que era su último deseo, el dormir el sueño de los justos al lado de sus más amadas pertenencias.

Benjamín murió cinco años después del General, nunca se supo a ciencia cierta quién era mayor de los dos. Muchas personas que les acompañaron en sus últimos años de retiro glorioso en su hato de Maracay, calculaban que pasaban de los cien años. La democracia hacía su entrada triunfal en el País y se iniciaba un segundo periodo constitucional, cuando el General Valdés dejó el mundo material de los vivos.

Con su muerte se fueron sus memorias, las cuales inició de manera tardía a redactar dos años antes de su despedida, todo se limitó a borrones imprecisos en cinco páginas que se perdieron en su hato, más al no dejar descendencia, ni quien le heredara, solo su lugarteniente Benjamín viejo y ciego, no pudo contener la turba de invasores, que amparados en la tan mentada Reforma Agraria, tazajeó la última vaca que quedó realenga en tan inmensa llanura.

El General Valdés no quedó en el recuerdo nacional, su historia desapareció al igual que su tumba y la del indio Benjamín. El paso inclemente de los años y el monte se los tragó con todo su misterio. Hoy son solo parte de los cuentos de caminos, esos que escuchamos si por casualidad, nos encontramos perdidos en el llano.

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