¡Queremos ser felices! En mi caso no quiero poder, espero disfrutar mi vida sin olvidar de donde vengo y cuanto me costó llegar a donde estoy parado, valorar lo que tenemos es un paso grande, para valorar lo que aún no tenemos, para apreciar a quién estuvo, cuando nadie creyó en nuestras palabras.
Personas llegan a donde quieren con esfuerzo, y olvidan cuanto les costó llegar a sus metas, cuanto daño recibieron de quiénes no creyeron en ellos, siempre quieren juntarse con otras personas, personas populares o con poder, personas a las cuales nunca en la vida se habrían interesado en uno mismo. Por querer ser como los demás ¿Por qué? Si nunca se interesaron en ti, no hay razón, solo el poder. Y olvidan a quién realmente si estuvo y los apoyó.
Se vuelven personas que se hacen llamar poderosas y denigran a personas nobles, personas que solo quieren amistad, o personas que no tienen los mismos intereses que vuestra persona.
Cada quién aprende a ser feliz a su manera y esta en su derecho de ser como quiera ser, sin ser juzgados. Conozco personas que pasaron por el peor de los casos y con el poder olvidan su origen, por pretender algo más. Nunca debemos dejar de ser humildes, debemos saber ser agradecidos con lo que la vida nos dio, y con lo que no nos ha dado. Por qué tenemos vida, y tenemos valores de los cuales esta ser humilde, no creerse más que nadie.
Recordar esos tiempos en los que tal vez no eramos exitosos, pero sabíamos reconocer de nuestros errores, y sabíamos no lanzarnos flores por nuestros bienes, cuando eramos callados, siempre hay que serlo. Es muy linda la humildad, ser una persona culta con amor propio hacía lo correcto, sin tener necesidad de humillar a nadie ni discriminarlo.
Aquí les presento una muy bonita historia acerca de qué nunca debemos olvidar de dónde venimos.
Dicen que quien olvida su historia es una persona que tiene inclinación a una cosa o a cometer nuevamente los mismos errores del pasado, por eso nunca debemos olvidar quiénes somos, y de dónde venimos porque recordar nuestras raíces es esencial para crecer en todo.
Cuenta una muy buena historia que Latif era el nombre del hombre más pobre de la aldea, dormía en la plaza o en zonas despejadas, abajo de los árboles y pasaba el día bajo un árbol, pidiendo limosna. Sin embargo, a pesar de todo, Latif era considerado por todos un hombre sabio e incluso el más sabio del pueblo.
Un día en la mañana el rey caminaba por la plaza, pasaba entre los puestos de frutas y baratijas riéndose de vendedores y compradores y casi tropezó con Latif, que meditaba bajo una encina. Una persona le dijo que estaba delante del más pobre de sus súbditos pero frente al más respetado por su sabiduría.
El rey se acercó al mendigo y le dijo: “Si me contestas una pregunta te pagaré, puedo darte esta moneda de oro”.
Latif lo observó a los ojos y dijo: “Descuida, puedes quedarte con tu moneda.
¿Cuál es tu pregunta?” y tendrás mi respuesta dijó Latif.
El rey se sintió desafiado por Latif y le preguntó por un problema interno del reino, que sus analistas no habían podido solucionar y a él le angustiaba, ya que tenía unas semanas de mala gestión. La repuesta de Latif fue justa y creativa y sobretodo, fue la correcta.
El rey asombrado al ver la respuesta, dejó su moneda al mendigo y siguió su caminando por el mercado.
Tras el pasar de los días el rey volvió a aparecer por la plaza, fue directo hasta Latif y le volvió a hacer una nueva pregunta.
Este volvió a responder con comodidad sabiamente y el soberano rey volvió a sorprenderse de tanta lucidez y seguridad al hablar, para el era increíble que el sabio diera la solución a sus problemas de una forma sencilla.
Fue entonces que el rey en vista de elló, le dijo: “Latif te necesito en el reino, estoy agobiado por las decisiones que debo tomar y quiero que vengas conmigo.
No quiero perjudicar a mi pueblo con malas decisiones, ni ser un mal soberano. Te pido que por favor vengas al palacio y seas mi asesor personal y me ayudaras con mis decisiones. Te prometo que no te faltará nada y podrás partir cuando quieras, tenlo por seguro… Por favor”.
Latif aceptó la propuesta, no por poder sino por qué le permitiría volver, así que fue al palacio, donde se le fue asignado un lujoso y grande cuarto cerca de su alcoba real, para así ser más fácil encontrarlo en el reino. Todos los días el monarca lo mandaba llamar con sus servidores llamados Juan y Enrique, para consultarle sobre los problemas del reino y su vida y Latif siempre contestaba con claridad y precisión.
El recién llegado se transformó en el favorito del rey.
Al tiempo ya no había medida, era de su confianza no había decisión o fallo que el monarca no consultara con su preciado asesor, que ya no era un mendigo, ni un pobre. Esto desencadenó los celos de todos los servidores del rey, que veían en él una amenaza para sus influencias e intereses para hacerse con la confianza del mandatario.
Un día los demás asesores se juntaron todos para hablar con el rey y le dijeron solemnemente: “Tu fiel amigo Latif, como tú llamas, está conspirando para derrocarte de manera descarada”.
“No puede ser” dijo el rey. “No lo creo, el es de fiar.”
“Puedes confirmarlo tu mismo mi rey. Cada tarde Latif se escabulle hasta un cuarto donde se reúne a escondidas con alguien, al parecer planea algo en su contra. Le hemos preguntado dónde va y ha contestado con evasivas, es notorio que debe esconder algo. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración”, dijeron todos.
El rey se sintió defraudado y dolido, no dejaba de pensar en esto, ya que no parecía cierto de una persona así. El rey le dio todo, inclusive su confianza.
Debía confirmar esas versiones, así que lo pensó. Esa tarde aguardó oculto y pudo ver cómo, en efecto, Latif llegaba al cuarto abría la puerta y se escabullía sigilosamente, sin que nadie lo viera.
“¡Lo vistes!” gritaron los cortesanos eufóricos, felices por qué se iban a deshacer de Latif…
El rey se acercó y golpeó la puerta, esperando respuesta.
“¿Quién es?” dijo Latif desde adentro, un poco confundido ya que el rey le había otorgado su tiempo de descansar.
“Soy el rey, ábreme”, dijo el soberano.
Latif abrió la puerta extrañado… no había nadie allí, salvo él.
Ninguna puerta, ventana, puerta secreta, ni lugar que permitiera ocultar a alguien, sin obstáculos ni nada.
Sólo había en la habitación un plato de madera, una vara de caminante y una túnica raída colgando del techo secándose después de haber caído al río.
“¿Estás conspirando contra mí?” preguntó el rey.
“¿Cómo se te ocurre, majestad? de ninguna forma no sería capaz, ¿por qué lo haría?”, contestó Latif.
“Pero vienes aquí en secreto, no comentas nada acerca de ello.
¿Qué es lo que buscas y para qué vienes a escondidas, escondes algo?”
Latif sonrió, se acercó a la túnica rotosa, la acarició y le dijo al rey: “Cuando llegué aquí lo único que tenía era esta túnica, este plato y esta vara, no tenía nada, no tenía respeto. Ahora me siento tan cómodo con la ropa que visto, es tan confortable la cama que duermo, tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que tengo a tu lado…
Qué vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de QUIÉN SOY Y DE DÓNDE VINE”.
A esto quiero llegar no hace falta tener poder y dejar de ser humilde, respeto se gana con trabajo, no derrochando físico. Puliendo lo más básico, lo técnico y lo empírico.
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