Una ciudad seca
llena de recónditos lugares
en los que se encuentran aves,
capaces o tal vez, incluso, incapaces
de abandonar la oscuridad.
Pero como buenos ciudadanos que también son
acechan a otras aves
más o menos fuertes,
lo importante -para bien o para mal- es demostrar valor.
Capaces de aplastar a otros por poderes
concebidos o tal vez, incluso, robados.
No hay cadenas que no sean puestas;
al que se resiste o llega solo,
-con pena, pronto todos llegarán solos-
es fichado y tatuado.
A cambio solo consiguen un recorrido
-uno largo y alto-
en el que se les permite conocer al rey ave.
Los pecados son perdonados,
mientras un único Dios es imitado;
esa la causa principal de la tormenta
apenas convertida en brisa.
Los pecados son incrementados,
el único Dios conoce de lo justo;
pronto las imitaciones -y adoraciones-
serán condenadas
y los gusanos los primeros en ser echados,
pues, detrás de ellos, irán aquellos -que como siempre-
han sido unas hambrientas aves.
De poder,
de ceguera o tal vez, incluso, de inocencia,
los primeros en ser cimiento de ese laberinto para aves
serán tierra en una superficie olvidada.
Tan olvidada como tal vez lo es la ciudad
en todo comenzó a formarse
el movimiento de aves.