Crónicas de la Hibriada - Prólogo

in spanish •  7 years ago 

Nota de la autora: Este es el esbozo del prólogo. Todavía no sé si aumentarle o dejarlo así. Espero que les guste.

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 Londres, Inglaterra. Otoño de 1862.

 Era medianoche en la Lehman Street, en el distrito Whitechapel. Las calles estaban tenuemente iluminadas. La gente caminaba de regreso a sus hogares o se iban a reunir con sus amigos en algún pub cercano. Los delincuentes, escondidos en los ruinosos edificios, planeaban una vez más algún atraco a transeúntes ingenuos o cobrar las “cuotas de protección” a las familias y a las prostitutas que extorsionaban. 

Y hablando de las mujeres de la vida alegre, un hombre de atavíos sencillos salía al encuentro de una de ellas en un callejón de la Whitechapel Road.  Para él era una alegría verla… Pero para ella, verle implicaba cosas nada agradables. 

 –¿Qué haces aquí? – inquirió la mujer con seria preocupación mientras empezaba a caminar.

 –Quería verte – respondió el hombre, quien seguía su paso. 

 –¡Vete! 

 –¿Por qué? 

 – ¡Te podrían ver! 

El hombre la asió de la muñeca. La prostituta se volvió hacia él con su mejor cara: Colmillos protuberantes y ojos rojos. El enamorado, sin embargo, no se asustó. 

 –¡No me obligues a lastimarte! – exclamó la mujer al soltarse violentamente de su agarre. 

 – Podemos resolver esto, Mary – ofreció el galán. 

 –¡Necio! ¡Sabes bien que la ley de mi raza lo prohíbe! 

 –¡A la mierda con las leyes! Mary, por favor, vámonos lejos. Vámonos a América… 

 –No sabes lo que pides, Henry. No sabes de lo que son capaces. 

Un ruido los distrajo. Mary, alarmada, le suplicó por última vez que se fuera y, de ser posible, que se olvidara de ella. Henry se negó, alegando que tenía un plan de escape infalible. Mientras tanto, dos hombres ataviados de rojo se acercaban a la pareja, atraídos por la escena que se desarrollaba entre la pareja. 

 – ¿Te está molestando este hombre? – inquirió uno de ellos. 

 – Ya se iba – respondió Mary, aterrorizada. 

El varón testarudo, empero, se volvió hacia los hombres con un cuchillo en la mano. Éstos no dudaron en transformarse en seres antropomorfos de pelaje gris, hocicos largos, orejas puntiagudas y colmillos puntiagudos. Mary, aterrorizada, tomó a Henry del brazo, pidiéndole que huyera, pero éste se negó nuevamente. Los seres antropomorfos, unos hombres lobo, se lanzaron al ataque. Mary sacó de entre sus faldas un cuchillo de plata, aunque no estaba segura si aquellos monstruos eran vrikolakas o loup garou. 

 El primero en acercarse golpeó a Henry con una de sus manos; el humano chocó contra la pared, perdiendo la conciencia. Mary, por su parte, trató de herir al otro con el cuchillo, pero éste la tomó de la muñeca y le torció el brazo, desarmándola y sacándole un grito lastimero antes de arrojarla contra la pared.  Mary sacudió levemente la cabeza e intentó levantarse para enfrentarlos de nuevo. Para infortunio suyo, uno de los lobos la tomó de su cabellera rubia; volviéndose hacia su compañero, le preguntó si era o no un nordekai.

 La respuesta era afirmativa. 

Mary, desesperada, suplicó piedad para Henry. El lobo se negó rotundamente. 

 –Bajo la Ley de la Alianza los sentencio a ti y a tu insignificante nordekai a muerte. ¿Algún último deseo, traidora? 

 – Sí: La vida – respondió una voz. 

El lobo levantó la mirada. Una bala atravesó su cabeza en medio de los ojos, provocando que cayera estrepitosamente al suelo. Mary, quien se había soltado de su agarre, se arrinconó contra la pared. El segundo lobo, estupefacto, levantó la mirada; lo que sus ojos vieron fue una figura cayéndole encima con un cuchillo en una de sus manos.

 El arma se enterró en uno de los ojos del monstruo. 

El extraño se apartó de inmediato con un segundo cuchillo en mano. El lobo se tambaleó, intentando sacarse el cuchillo de su ojo mientras que el extraño se impulsaba hacia adelante con la intención de cortarle una de las piernas; el lobo trató de darle su mejor golpe, pero su rival se apartó con agilidad, quedando detrás de él.  Lo que sucedió posteriormente fue rápido que ni la misma Mary supo qué pasó: El monstruo había caído muerto con un puñal en el corazón y un severo corte en la espalda. 

 La vampiresa levantó la mirada para observar bien a su salvador.  Error: Su salvadora. La mujer era alta, delgada, con el cabello rubio recogido. Vestía con atavíos masculinos de color negro y verde. La mitad de su rostro estaba tapado con un pañuelo negro, dejando a la vista sus penetrantes ojos dorados.  

 –¿Están bien? – inquirió la extraña.  

 –S-sí – respondió Mary mientras ayudaba a Henry a levantarse. 

 –Si yo fuera tú, me iría de inmediato con él. Los dos ya no están seguros en este lugar. 

 –¿A dónde iremos? No tenemos dinero suficiente para marcharnos. 

La dama misteriosa sacó de su sobretodo una bolsa de dinero y se la entregó a Mary. 

 – Los escoltaré hasta la estación – ofreció, mientras se apartaba de la pareja. 

 – ¿Por qué estás haciendo esto? – inquirió Mary. 

La rubia se detuvo y, volviéndose hacia la vampiresa, respondió:  

 – Porque no creo en las leyes injustas.       

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