Los bosques suelen ser sitios desoladores, fríos y oscuros al caer la noche. En un otoño donde los árboles lloran hojas que caen sobre la humedad de una llovizna fresca y tenue pareciera generar un ambiente único y sin igual.

Se trataba de un lugar al que muchas familias viajaban con el fin de poder descansar mientras que los jóvenes gustaban de tener la idea de explorar un bosque muy extenso en el cuál si no se tenía la precaución necesaria era fácil perderse. Aunque perderse no sería el mayor de los problemas. Entre la oscuridad y las sombras que generaba una linterna a la que se le suplicaría fidelidad, aquel pequeño grupo buscaría un lugar seguro donde refugiarse de los peligros que los acechaban.

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Al mirar a lo alto de los árboles se podían ver siluetas a través de la luz de la luna. Una luna llena tan blanca e iluminada que daba gusto apreciarla. Las ganas de disfrutar de aquella belleza natural se acababan cuando se escuchaban chillidos de distintas direcciones. Y antes de tener reacción alguna unos murciélagos de gran tamaño comenzaron a atacarlos. La desesperación por encontrar donde guarecerse significaba el seguir con vida.

Entre la lejanía de un camino gastado se podía visualizar unos arbustos que daban a la parte exterior de una cabaña. Sin duda entrar ahí significaría un menor peligro que estar expuesto a los salvajes ataques de aquellos animales que parecían buscar saciar su ansias de beber sangre, como los vampiros de los que se podían ver en algunas películas. La realidad parecía superar la ficción. Entonces decidieron ingresar. Sin embargo tanto la puerta como las ventanas estaban cerradas. Era buena hora de usar la típica rebeldía de los jóvenes en esa edad. Golpearon entre turnos la puerta hasta que cedió y cayeron en la sala principal de la cabaña.

Una vez dentro cerraron la puerta con una tranca que había a un costado. Un lugar muy cuidado, como si alguien hubiese estado ahí hace poco tiempo. No había rastros de suciedad o polvo, menos de telarañas como imaginaríamos una propiedad abandonada. Uno de ellos al entrar a la fuerza se había cortado la pierna y el sangrado comenzaba a tener relevancia.

Entonces se pusieron a investigar que podían encontrar. Al correr tanto debido al ataque sucedido uno de ellos quiso comunicarse con sus padres mediante un teléfono móvil pero para su desgracia no captaba señal y el intento de un llamado solo ocasionaba ruidos extraños, como si de interferencias se tratase. Al cuarto intento de llamar a su familia se escucha de fondo una voz profunda y agitada aunque inentendible. Lo cierto es que era espeluznante, perturbador en el amplio sentido de la palabra.

Estaban seguros que no estaban solos. Se escuchaban ruidos en lo que parecía ser un sótano. El tiempo era escaso, necesitaban encontrar algo con qué curarle la pierna a su amigo. El torniquete que le habían hecho no estaba dotado de tanta experiencia. Al buscar se acercaron por curiosidad al sótano y desde allí el ruido a cadenas hacía vibrar la intranquilidad tensa del momento. Desde el fondo del sótano una mujer gritaba con desesperación y angustia. Su captor, un hombre corpulento vestido de Santa Claus (Papá Noel) con una guadaña en mano.

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Los jóvenes pudieron escapar a excepción de uno. Aquél que estaba herido quedó dentro y posiblemente haya sido llevado al interior de ese sótano donde de un vistazo han visto varios cuerpos mutilados. Las denuncias se han hecho presentes pero no son otra cosa que un reporte más de una situación macabra de la que nadie podría hacer nada más que prevenir otro lamentable deceso de un visitante más.

Se dice que cada Navidad un hombre del que nada se sabe siembra el terror en los bosques donde entre el frío y la desolación se halla la locura y la maldad en su máxima expresión.

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Salir de allí con vida será el mejor regalo que se pueda obtener aunque podría estar muy difícil de lograr.

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