Pitazo final. Francia derrotó a Uruguay en el primer partido de cuartos de finales. Yo, acostado en el sofá frente al televisor, celebré en silencio porque apostaba por la victoria del equipo europeo, pero no lo expresé con gran emoción, después de todo no tengo ningún motivo para gritar el triunfo de una selección con la que no tengo ningún lazo. Simplemente me mantuve echado, con un perro dormido a mis pies. Comerciales. Apagué el televisor para no tener que escuchar un montón de intentos de venderme productos de mala calidad y servicios que no me interesan. En cambio, opté por aferrarme al silencio que el televisor, ahora apagado, no me dejaba escuchar.
Tumbado en la sala de mi casa, la puerta cerrada y las luces apagadas, resulta fácil pensar que lo normal sería apreciar el silencio sin ningún problema. En el barrio no. Aquí, el silencio es un bien escaso. Siempre acecha el sonido de una sierra trabajadora, proveniente del taller de enfrente. O el ladrido de los perros en la platabanda de mi tía. O las niñas de la casa de los vecinos, gritando por cualquier cosa. Por otro lado, nunca falta el desubicado al que le encanta poner música urbana a todo volumen al lado de mi casa. Pero hoy todo se había ido. En algún momento, en medio del partido, un alienígena ancestral descendió de los cielos y cargó el ruido en su nave, de vuelta a su planeta.
Era agradable. Escuchar sin escuchar nada. Cerré los ojos y agudicé el oído para disfrutar el momento. No fue hasta entonces que noté cómo todo era una mentira. No existe el silencio absoluto, y mucho menos en medio de un cerro de Caracas. Oí a lo lejos el sonido de un tubo de escape dañado, una moto luchando por subir la cuesta de la carretera. Luego ladridos; perros, quizá de la calle, quizá con collar, que se comunicaban a la distancia, y sus palabras viajaban hasta mis oídos. Un gallo que, por alguna razón, cacareaba al mediodía también hizo acto de presencia. El silbido de alguna persona distraída. Se apreciaba como un rumor diminuto, apagado, difícil de captar pero que, si escuchaba con atención, podía descifrar por completo. Todos aquellos sonidos eran enviados al aíre desde la lejanía, y yo acababa recibiendo algunas ondas escurridizas. Me revelaban su presencia, pero ninguno sabía que yo los escuchaba. Entre ellos y yo había una puerta de separación, una barrera que dividía el mundo en dos; mi mundo, y todo lo demás.
Lentamente perdí consciencia de mi propio cuerpo y mi peso se aligeró. Digería los sonidos a la lejanía, intentando percibir cada pequeño detalle que se oyera. Mis sentidos flotando sobre el sofá, y mi mente perdida entre los susurros del exterior. Mi existencia estaba atrapada en aquellas vibraciones del aire, en las ondas que llegaban a mis oídos desde la distancia. Era una sensación extraña de la que no fui consciente en el momento. Últimamente he estado bastante obsesionado con Haruki Murakami y he leído varias de sus novelas en menos de dos meses. Me pregunto cómo lo describiría Murakami.
«Acostado, sentí cómo mi cuerpo se desmoronaba, mis contornos de desdibujaban. A medida que aguzaba el oído dejaba de ser persona, ya no tenía un contenedor en el mundo material. Ya no estaba acostado, estaba volando. No me podía ver, pero estoy seguro que en ese momento yo levitaba sobre el suelo, silencioso, inmóvil, invisible. Pronto, abandoné mi lugar. Ya no me encontraba en la sala. Estaba en cualquier lugar menos en mi casa. El sonido me seducía y me desorientaba, como una lenta caída por un tobogán infinitamente largo».
Algo así. Aunque seguramente el escritor japonés lograra manejarlo con más gracia, con manos más delicadas, más experimentadas. No pasó mucho tiempo antes de que una ventolera, proveniente del sur, perturbara el aire y con ello todos los sonidos. La misma brisa movió con gran ímpetu algunos techos de lata de las casas a mi alrededor, haciéndolos chillar como bebés malcriados. Esa fue la primera señal de que el alienígena se había cansado del ruido y quería devolverlo. La cierra del taller comenzó a girar, cortando todo lo que se encontrara en su camino. El tono que emitía resultaba desagradable al oído. Aunque no tan desagradable como el que provenía de las cornetas del vecino, una canción de reguetón cualquiera. "CRIMINAL, CRI-CRIMINAL. TU ESTILO, TU FLOW, BABY MUY CRIMINAL". La música salía aguda y punzante, y me atravesaba con fiereza. No la quería oír. No quería oír nada, ¿por qué no me dejaban en paz?
No me podía oponer. Me había entregado a las ondas y ahora no me dejaban escapar. Lo podía oír todo; el bajo haciendo retumbar las paredes y el piso, el ruido persistente de la cierra mordiendo algún trozo de metal, y el aullido de un perro adolorido. Escuché el frenazo precipitado del conductor, escuché el golpe en el parachoques del carro que lo golpeó, y escuché también los ladridos desesperados de la manada que lo acompañaba. Llegó a mis oídos entonces un alarido de dolor proveniente del taller; el mecánico se mochó los dedos utilizando la maquinaria. Tres, para ser exactos, y yo escuché con claridad cómo se cortaba carne y hueso. El ruido de la cierra se detiene, pero el caos arropa el taller. Gente corriendo, una persecución. Se oyen gritos de un hombre en pánico, que comienza a golpear con mucha fuerza una puerta metálica en medio de la desesperación. Escuché la puñalada; navaja atravesando grasa y músculo. Después, la sangre corriendo. La música cambia, ahora suena alguna salsa vieja, y el vecino golpea una olla al ritmo, creando un sonido punzante, incesante. En medio de tal escándalo, por alguna razón, alguien pensó que sería una buena idea colocar «Levan Polkka» a todo volumen, la versión interpretada por Hatsune Miku, con su voz de computadora, artificial, irritante. Los perros continúan ladrando, la bulla en el taller es peor que nunca, los techos anuncian a voces que están preparados para irse volando con el viento, un grito chillón de mujer se levanta al cielo al encontrar un hombre que yace apuñalado, y ambos vecinos compiten para ver quién tiene la música más alta. Y yo me encuentro en medio de todo esto, indefenso, sufriendo, recibiendo el oleaje de frente, escuchándolo todo, junto y por separado, aumentar de volumen con la única intención de arrastrarme a la locura, no puedo aguantar más, no quiero aguantar más, el volumen sube sin parar, me atraviesa como una flecha, por favor, no quiero seguir escuchando.
Abro los ojos, preso de la desesperación. Paz. Mi mundo pasó del barullo a la tranquilidad en un segundo. Me toma un tiempo escuchar algo y notar que no era un silencio total, «Levan Polkka» sigue sonando no muy lejos, a volumen moderado. Pero por contraste me siento casi sordo.
Apoyo la mano sobre el sofá para sentarme y aclimatarme a la nueva atmósfera. Hay música aquí y allá, pero toda suena lejana; también se percibe algún que otro martillazo proveniente del taller, pero las paredes absorben gran parte del ruido. Mi gato maúlla. El mundo vuelve a ser normal. Me levanto y tomo el cortaúñas para realizar una acción totalmente mundana. Comienzo con el pulgar de la mano derecha. Clic. Clic. Clic...
Hola, solo venimos a avisar que en este buen post estamos de fiesta porque...
Cuando prefieres escuchar una cierra que la de cricriminal jajaja Lo volviste a hacer wilder, muy buena redacción ;)
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Uf es que esa canción de verdad me tiene mal jajajajaja gracias por el apoyo <3
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Eres el niñoquepiensa del 2018.
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