Capítulo UNO
Las reglas del juego
Hacía años que Brittany y Leopold se conocían. Siempre habían sido compañeros de clase en el colegio y en el instituto, siempre se movían en los mismos círculos de amistades, en las mismas fiestas, pero nunca llegaron a intimar, a tener una conversación entre ellos o a salir solos. Fue al llegar a la universidad que estrecharon esa amistad.
Ambos habían elegido un centro en otra ciudad y vivían en el mismo apartamento dentro del campus. Pasaban casi todo el día juntos, ya que, además, también compartían a las nuevas amistades. Pese a lo que todo el mundo lo pensase nunca habían estado juntos, Leo tenía multitud de chicas con las que se acostaba y Brit tampoco era ninguna santa, sobre todo en esas fiestas en las que solían pasar horas y horas todos los fines de semana. Se contaban todo (o casi todo), reían, compartían todo sin miramientos... a pesar de ello respetaban por completo la intimidad del otro, y quizás, eso era lo que hacía que esa amistad fuera inquebrantable.
—¡Auch! Quítate de encima mío, animal —gritó Brit cuando Leo se dejó caer sobre ella en el sofá, rozando con el codo uno de sus pechos.
Ese domingo no habían salido a ninguna parte. El viernes anterior habían estado en una fiesta y hasta esa misma mañana no habían vuelto a casa. Pero ahora él estaba aburrido, y ella no le prestaba atención por estar viendo una película cursi de las que solía ver. Se puso sobre ella de tal forma que interrumpía la imagen de la pantalla. Cuando Brit se quejó, él no dijo nada, sonrió, pero no se movió ni un milímetro.
—¡He dicho que te quites, Leo! —chilló más alto esta vez.
Leo volvió a sonreír. Sabía que le pesaba, era más alto que ella, y más musculado, pero no se movió. Le encantaba molestarla cuando se aburría porque, aunque ella siempre se quejase y gritase, siempre terminaban haciendo algo para pasar el rato.
—¿No te vas a mover? —Y aquella era una pregunta retórica de las que le gustaban.
Ensanchó la sonrisa aún más como respuesta, pero lo que vino a continuación no lo esperó. Brittany se acercó despacio hasta su boca, sin llegar a rozarla, se humedeció los labios deslizando la lengua lentamente de lado a lado, haciendo que los ojos de Leopold brillasen por lo que suponía vendría, rodeó su cuello con los brazos, apretando el respaldo del sofá con las manos, y de repente un golpe seco acompañado de un empujón le hicieron caer contra el suelo. Acababa de darle con todas sus fuerzas donde más le dolía. Por un momento la miró sin poder respirar, haciendo que su cara se volviera morada por momentos con una expresión de dolor de lo más graciosa. Luego lo hizo con aspiraciones cortas y rápidas. La muchacha empezó a reír como loca. Había sido un golpe bajo (y además literalmente), pero estaba cansada de que la tratase como a un juguete, que la buscase sin importar que ella estuviera haciendo algo y que la molestase hasta que conseguía que ella pusiera todas sus atenciones en él.
—Solo quería jugar —murmuró desde el suelo, con las dos manos en el lugar del golpe.
—¿Jugar? Casi parecía más que quisieras otro tipo de jueguecitos.
—Pues tú casi me besas —recriminó.
—No. Te equivocas. Nunca te besaría. Nunca, nunca, nunca. Ni eso, ni ninguna otra cosa de las que haces con tus amiguitas.
—¿Nunca? Apuesto a que lo estás deseando.
—¿Deseando? —Brittany rió con sorna a pesar de saber que él tenía razón. Tomó impulso para ponerse de pie y se agachó a su lado, Agarró su cara con una mano y dejó un beso en su mejilla antes de dejarle solo para ir a su habitación—. No creo que seas tan bueno como para querer estar contigo.
¿De verdad no quería? Se levantó con dificultad a causa del dolor en su entrepierna y, después de quitarse la camiseta, se acercó a su cuarto con actitud seductora. Iba a ver si iba a desear estar o no con él. Iba a comprobar por si misma lo bueno que podía llegar a ser. Llamó con un par de toques a la habitación de Brittany y se apoyó en el marco, esperando que ella abriera, pero como no lo hacía llevó la mano a la maneta y empujó la puerta. Brit estaba tendida en la cama, boca abajo, vestida solo con su diminuta ropa interior y el iPod en una de sus manos. La miró completamente impactado. Nunca antes la había visto así. Pese a conocerse desde los cinco años nunca, jamás, la había visto así. Ni siquiera en bikini. Cerró la puerta con los ojos abiertos de par en par con la imagen de su trasero grabada en la retina, pero pronto se dibujó una sonrisa traviesa en su cara. Si ella no le deseaba haría que pasase a como diera lugar. Estaban desayunando para ir a la universidad cuando Leo soltó la bomba que llevaba preparando toda la noche.
—Haré que me desees hasta que pidas a gritos que te haga mía —murmuró, mordiendo la tostada con mermelada que se había preparado. Brittany se atragantó al oírlo y después de recuperar la compostura lo miró fijamente. Leo tenía la vista clavada en ella y la seguía dondequiera que se moviera, algo que la incomodaba en exceso.
—¿Cómo has dicho?
—Que te seduciré. Y lo haré de tal manera que me suplicarás que me acueste contigo.
—¿Y qué te hace pensar que te voy a dejar? Mi vida sexual es muy satisfactoria como para pretender quedarme a insatisfecha contigo, Leo. Aun así me llama la atención saber cómo piensas hacerlo.
—¿Insatisfecha? Ya lo veremos. —Sonrió de medio lado y se puso en pie, llevando el plato y la taza de su desayuno al fregadero. Acarició su cuello con la yema de los dedos mientras pasaba por detrás de ella y se acercó a la entrada para marcharse—. Si no nos vemos en todo el día, espérame antes de ir a dormir. Te contaré con todo lujo de detalles cómo voy a seducirte.
Cuando escuchó la puerta cerrarse y tuvo la certeza de que se había ido suspiró nerviosa. ¿Acaso pretendía romper esa amistad por un simple polvo? No. No le dejaría. Y lo haría poniendo ella las reglas para ese juego. Le deseaba, lo negaría una y mil veces pero lo hacía. Al principio era gracioso escucharle gemir a través de las paredes mientras se acostaba con una o con otra. Gritaba exageradamente y las hacía gritar a ellas también, pero luego no fueron solo desconocidas, a las que podía persuadir para que hicieran ese escándalo, pronto fueron sus amigas las que le acompañaban por las noches, las que reían y las que gemían de placer cuando él las poseía. Todas y cada una de ellas decían lo tremendamente bueno que era y después, pese a su amistad de toda la vida, deseaba ser ella quien estuviera, aunque solo fuera una vez, con el Dios del sexo, Leo. Pero pese a esa curiosidad o ese deseo, no iba a dejar que esa amistad se fuera al garete. Ella necesitaba a su amigo, porque relaciones sexuales satisfactorias las tenía cuando ella quisiera. Salió del apartamento pensando cómo podría hacer que se replantease sus intenciones, de qué forma aceptar su juego con unas reglas bien definidas. Leo la esperaba en la puerta. Nunca lo había hecho, tenían la facultad a escasos doscientos metros y siempre salía uno antes que el otro sin la necesidad de tener que acompañarse, pero ahí estaba, mirándola de esa forma tan extraña como la había mirado minutos atrás.
—¿Es así como vas a empezar? Leo, no necesito que me acompañes, sé ir yo solita.
—Solo quiero ponerte nerviosa. Que temas a la fiera que llevo dentro.
—A esa fiera ya le enseñé ayer como las gasto —rió mientras fruncía los labios en una mueca graciosa—. Y creo que no os gustó a ninguno de los dos.
—¡Brit, espera! —la frenó al ver como se adelantaba sin él—. Eres una cobarde.
—¿Cobarde? ¿Cobarde por qué, Leo? ¿Por no querer acostarme contigo?
—¿Lo reconoces?
Brittany no respondió, llevó la mano a la de él para que la soltase y se alejó con dirección a su primera clase de la semana. Si pretendía ponerla nerviosa empezaba a conseguirlo. El contacto de su mano ya no se había sentido como ninguna de las anteriores y por eso precisamente era por lo que no quería una relación sexual con él, porque sabía que en el fondo le deseaba y, aunque lo fuera, no quería ser una chica fácil para él. Al llegar a casa dio por hecho que ella estaría allí, eran las nueve y nunca salía del trabajo más tarde de las ocho, pero el apartamento estaba a oscuras y tampoco estaba en su habitación. Pensó en llamarla, pero esa mañana parecía haberse enfadado con él y sabía que no le respondería. La esperó sentado en el salón, a oscuras, sonriendo cada vez que recordaba su cara cuando le dijo que la seduciría. Nunca se le había resistido ninguna chica y, por muy amiga que fuera, ella tampoco se le resistiría, sobre todo porque a él también le llamaba la atención saber cómo sería el sexo con ella. Pasaban las once cuando Brittany llegaba. Abrió la puerta despacio y suspiró al ver que todo estaba a oscuras. Soltó el bolso sobre la mesa del salón y fue a la cocina sin encender la luz, de donde cogió un botellín de agua antes de ir a su dormitorio. Cuando entró y encendió la luz se llevó el susto de su vida al ver por el rabillo del ojo, una sombra en el salón.
—Por dios, Leo, ¡casi me matas! —exclamó con el corazón a punto de salírsele del pecho cuando se dio cuenta de que era él.
—No exageres. ¿Por qué llegas tan tarde?
—¿Oh, Ahora eres mi marido? ¿Tengo que explicarte lo que hacía? Hoy era el cumpleaños de Kiara. Estaba en un Boys con ella y con las chicas, ¿Vale? ¿Más preguntas?
Nunca antes se había comportado tan a la defensiva con él y se detuvo un momento a respirar y a retomar la compostura. Él la miraba con el ceño fruncido pero con una sonrisa pícara. Le encantaba cuando sonreía así.
—Mira, llevo pensándolo todo el día. ¿Quieres jugar? Juguemos.
—¿Jugar?
—Oh sí, jugar. Quieres jugar a seducirme, pero le daré un giro a tu pequeño jueguecito. A ver quién cae primero —sonrió. Esta vez fue ella quien tenía ese aire travieso.
—¿Qué quieres decir?
—Es fácil, Dios del sexo. Yo no me voy a dejar seducir tan fácilmente, en cambio, haré lo que sea para volverte loco, para que te arrastres pidiéndome que consuele a tu pequeño amiguito. —dijo acercando la mano a la parte delantera de su pantalón, rozándolo. Leo abrió los ojos casi tanto como la boca. No creía lo que estaba oyendo ¿El seductor seducido? Empezó a reír imaginando las artimañas que se le ocurrirían para lograrlo—. Pero no te rías tan deprisa —dijo dando un paso atrás y cruzándose de brazos—. Como se trata de un juego, hay que poner reglas. Entró en la habitación para coger una libreta y un bolígrafo de su escritorio y salió nuevamente, tirando de su ropa hasta el sofá, donde se sentó para decidir cuáles eran esas normas básicas. Leo se dejó caer a su lado sin ser capaz de ponerse serio. Casi no creía que fuera cierto el giro extraño que estaba dando la situación—. Primera regla: queda prohibido besarse en los labios.
—No en los labios. ¿Pero puedo besarte en la cara, en la frente o en el cuello? —Brit lo miró con una ceja arqueada. Iba a perder. Estaba segura de que iba a perder. Él no solo era el dios del sexo, era el rey de la seducción y sabría cómo hacerlo para que fuera ella la que pidiera desesperadamente que le... Sacudió la cabeza para expulsar esos pensamientos—. ¿No?
—Ehm, sí. Puedes. Supongo. Pero no en los labios. Los labios están prohibidos. —Aclaró—. Segunda regla: nada de cosas raras. —Antes de que él abriese la boca para preguntar ella levantó la mano—. No somos novios, no estamos liados... no haremos escenitas de celos, no pediremos explicaciones y tampoco le diremos a nadie lo que estamos haciendo. Lo que pasa en esta casa se queda en esta casa.
—Tercera regla —la interrumpió de pronto—: nuestra meta es hacer que el otro se rinda, así que no podemos acostarnos con nadie más, ni tener ningún tipo de acercamiento íntimo con otra persona mientras dure el juego. No saldrás con otros tíos mientras estemos con esta partida y yo tampoco lo haré con... ya sabes.
Brittany empezó a reír. Con esa regla, esa partida, como él había llamado a su juego, estaba más que ganada por su parte. Él era el dios del sexo y tenía la certeza de que no iba a aguantar sin relaciones más de una semana.
—¿Tienes más reglas? —Él negó con la cabeza—. Yo tampoco. El que rompa cualquiera de las tres o ya no aguante más, pierde.
—Llevo rato pensándolo, Brit. ¿Qué pierde? En realidad ganamos. Nunca hemos estado juntos y ganaríamos una experiencia más.
—Entonces pongamos una fecha límite, por ejemplo un mes. Si en un mes ninguno de los dos ha caído, se termina el juego. Los dos perdemos. Yo haré lo que tú quieras, siempre que no tenga nada que ver con el sexo y tú tendrás que hacer lo que yo quiera.
—¡Hecho! —Ofreció una mano para cerrar el trato y ella se la estrechó de inmediato—. Pero sin duda, caerás. ¿Empezamos mañana? —Brittany asintió con una sonrisa y acto seguido se levantó para ir a su habitación.
Fin del primer capítulo
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Wow, this is an illegal adaptation of my history... :O
Thank you so much for this message.
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Espero impaciente el siguiente capitulo...Saludos..!!
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Hola!
Gracias!!
En un ratito lo subo. Espero que te guste!!
Saludos!!
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Me ha encantado!! Ya estoy esperando a leer el siguiente!!
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