Lo que Dios piensa sobre la vida de un bebé no nacido se refleja, por un lado, en la Ley que dio a la nación de Israel, y por otro, en nuestra propia conciencia. La Ley establecía que si una mujer embarazada perdía el bebé a causa de una agresión, el culpable merecía la pena de muerte. Así, el asesino pagaba la vida de la criatura con la suya propia (Éxodo 21:22, 23). Los jueces primero tenían que evaluar las intenciones y circunstancias de cada caso (Números 35:22-24, 31).
Además, Dios ha dotado a los humanos de una conciencia o voz interior. Cuando una mujer le hace caso a su conciencia y cuida de la vida de su bebé no nacido, se siente bien con ella misma. * Si hace algo en contra de esta, tal vez la atormente o incluso la condene (Romanos 2:14, 15). Es más, algunos estudios afirman que las mujeres que tienen un aborto corren más riesgo de padecer ansiedad o depresión.
Pero ¿y si no pensaba tener hijos y esta responsabilidad le parece abrumadora? Fíjese en la promesa tan reconfortante que Dios hace a quienes siguen sus consejos, tanto hombres como mujeres: “Con alguien leal tú actuarás en lealtad; con el hombre físicamente capacitado, exento de falta, tratarás de un modo exento de falta” (Salmo 18:25). También promete: “Jehová es amador de la justicia, y no dejará a los que le son leales” (Salmo 37:28).