Yo renuncié hace años a los paraísos de los arrastrados y de los jalabolas. He pagado puntualmente el precio de los coñazos, los palos y las patadas. Y el precio, más doloroso aún, de los desprecios y de las traiciones.
No he renunciado, sin embargo, a mi propio paraíso: sigo soñando con los amores honestos, con la amistad sincera, con la posibilidad de libertad y justicia en actos e ideas.
Sigo soñando, y así seguiré porque afortunadamente renuncié hace años a los paraísos artificiales de los arrastrados y jalabolas.
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