El doctor Henry Jekyll sufría la incontrolable pérdida del dominio de sí mismo. En un mundo donde su comportamiento se adaptaba a las estrictas e imperativas estructuras del bien, algo en su interior le llamaba para escapar ante la cordura. Se planteó, ante el espejo de sus días, la razón del buen comportamiento y el correcto andar, pero su interior le gritaba zafarse de unas ataduras a las que todos estamos confinados: las ataduras del buen proceder.
Luchó contra la obligación de seguir siendo humano, para transformarse en la otra parte de sus instintos, la sombra de su naturaleza: su bestia interna, abominable, aborrecible; eminentemente voraz y salvaje. Así también, sucumbió ante sus instintos más misántropos y menos indulgentes, para liberar la bestia encerrada en la jaula de su propia alma.
Robert Louis Stevenson, el autor, nos recuerda la pérdida de la cordura y el anhelo de un autocontrol casi insostenible. Este libro es un péndulo que oscila entre nuestras ganas y nuestras dudas; entre nuestros más sensatos y propios impulsos. Este libro es el susurro del demonio, que a veces duerme y otras deambula, en los laberintos de nuestra psique. Todos somos Jekyll… todos somos Hyde…