Cada amanecer es distinto, no hay dos iguales. Cada onda de luz, cada nube, cada detalle que puede ser visto, sentido, cada brisa y fragancia. Como cada día, como cada instante, nada es igual, en la naturaleza, todo es original, literalmente.
Esta sensación de cambio constante, plasmado en la metáfora de los amaneceres que nos regala la vida, no deja de sorprenderme. Madrugar y ver salir el sol, ir a buscar su nacimiento, esté en la ciudad, esté fuera de ella, me ayuda a recordar que cada momento es único y singular, y que la vida es una sucesión de amaneceres y ocasos en todas las dimensiones de lo humano, permanentemente.
Holas y adioses que se suceden, sístoles y diástoles, inspiraciones y espiraciones, días y noches, estaciones, latidos, instantes, todo vive en un ciclo permanentemente renovado de nacimiento y muerte; yin, yang. Y entre el latido, aparece el sentido, el camino, la presencia constante que evoluciona entre la dualidad aparente: tao.
Una invitación: detenernos aquí, ahora, en el instante presente a captar el nacimiento, el amanecer de lo que sea: un saludo, un latido, la luz que entra por la ventana, el aire que nos alimenta en este momento, lo que sea que viene a decirnos hola.
Amanece.
Fuente: https://www.alexrovira.com/reflexiones/blog/articulo/amanece