De las insignes reliquias de glorias pasadas, en las que el tiempo ha sido, quizás, menos dañino que el descuido y la brutalidad de unos hombres que permitieron que la ruina y la desolación se llevaran consigo una obra de arte de notable calidad, destaca, en ésta parte de Guadalajara colindante con Madrid, la iglesia de la Virgen de la Varga, mandada construir por el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada y cuyos orígenes habría que remontar a finales de ese nebuloso siglo XII o principios del XIII, en el que la Reconquista constituía todavía una dura pugna entre moros y cristianos, toda vez que la Rueda de la Fortuna mantenía una actitud sobradamente casquivana con unos y con otros, en cuanto a victorias y derrotas se refiere. Independientemente de ello, de que en la actualidad su recinto mutilado conforme otra función sacra, como es la de albergar el pequeño cementerio municipal y de que ciertas tradiciones populares hayan conservado el recuerdo de una posible permanencia templaria en el lugar, no dejan de ser significativos, algunos paralelismos que, afines o no a éstos, constituyen, cuando menos, datos de interés a tener en cuenta. De esa época, o puede que del siglo XIII, data, en efecto, la imagen theótokos o Trono de Dios de la referida Virgen de la Varga, o de la Cuesta, que es realmente lo que significa la palabra varga y hace alusión a una de las características del lugar en el que fue milagrosamente encontrada. Refiere la tradición –que parece calcada de aquélla otra, acaecida en tiempos del rey Alfonso VI durante la conquista de Madrid y el descubrimiento de la imagen negra de la Virgen de la Almudena-, que ésta fue descubierta -¿casualmente?- por un vecino del cercano pueblo de Patones –pato, oca, rey-, oculta en el hueco de la muralla que -¿casualmente otra vez?-, estaba en cuesta y que además -¿por supuesto, casualmente?- tenía junto a ella –como la Virgen de la Almudena-, una lámpara de plata, de esas lámparas legendarias, de luz inextinguible o eterna de las que tanto nos hablan las leyendas medievales e incluso numerosas referencias del mundo clásico. Casualidad o causalidad, lo cierto es que no deja de ser curioso, que en muchos de estos casos, los templarios estuvieran presentes; como presentes, cuando menos, estuvieron en la conquista de Madrid y en la posterior toma de Toledo, de donde partieron, como parte de esa poderosa fuerza de choque que consiguió una de las más batallas más decisivas de la Reconquista: la de las Navas de Tolosa.
Otro de los datos interesantes y relacionados, tanto con ellos, como con ciertos lugares a ellos asociados, bien documental o tradicionalmente, es la presencia de un curioso personaje, cuando menos de vida carismática: el cardenal Cisneros. El cardenal Cisneros, que fue precisamente arcipreste y capellán de la Virgen de la Varga, cuando estuvo preso en Uceda por orden del arzobispo Carrillo. Como también estuvo preso en Santorcaz y como, así mismo, queda constancia –visión milagrosa, tipo Constantino incluida- de su paso por Titulcia y la famosa Cueva de la Luna. Otra de las curiosidades asociadas a ésta sugerente imagen mariana, aparte de su fama de milagrera, es que también se convirtió en la Patrona y Protectora de las batallas de algunos reyes, como Juan II. Pocas claves quedan, por otra parte, en los restos de la iglesia a la que perteneció, pero sí merece la pena destacar la cruz patada que todavía se puede contemplar en el ábside principal –de consagración, opinarán algunos-, la austeridad cisterciense de la portada principal, levantada en el lado sur y uno de los capiteles interiores que representa a Daniel con los leones. Leones, asociados con el Conocimiento y único animal, recordemos, que les estaba permitido cazar a los hermanos de la Orden.
Como conclusión, añadir que por Uceda pasaba la calzada medieval conocida como Camino de la Varga y junto a las ruinas de la iglesia, se localiza un importante yacimiento arqueológico.