La bicicleta tiene entre nosotros cierta nostalgia de la infancia, puesto que parece ser el regalo ideal para esa etapa de la vida. Los sanandresitos y almacenes bicicleteros deben hacer su agosto alrededor de la Navidad, ya que dar una bicicleta a un niño es como entregarle todo un universo para divertirse.
Yo tengo muy buenos recuerdos de mi bicicleta. Y también malos. Recuerdo que en la calle polvorienta donde estrené mi Monark, que se doblaba en dos (no sé para qué si era una época en que las casas eran grandes), yo hacía del rey de la montaña, pero solo daba vueltas a la manzana una y otra vez: sufría mucho al subir la falda pedregosa del barrio donde me crié, pero tenía el placer del viento y de no pedalear, sino dejarme llevar, cuando iba en bajada. (Creo que de ahí viene mi placer de viajar en bus: porque te dejas llevar y eres simplemente un espectador que ve la vida pasar).
Tengo raspones como huella en el uso de la bicicleta. Tengo el recuerdo de un papá sudoroso y cansado enseñándome a montar y de la competencias que hacía con la bicicleta verde (no rosada, léase bien) de mi hermana, aunque si tenía canasta y unos flecos de plástico en el manubrio que la hacían ver con un nosequé. Era bien peculiar y ataviada.
Más adelante en la adolescencia tengo el recuerdo de un amor furtivo (si es que a los amores de esa época se puede llamar así): uno de los dos manejaba en una bicicleta grande, de las de carreras de ciclistas -no la mía que era aparatosa y pesada- y las vueltas se hacían más extensas… ya éramos grandes y podíamos ir 10 cuadras a la redonda, inclusive entre los peligrosos buses. Tengo ese buen recuerdo de mi primer noviazgo, sudoroso y sediento, en el que nos turnábamos de manejar y nos medíamos el tiempo, y el premio era otro beso y una tocadita indiscreta.
Recuerdo que había alquiladeros de bicicletas y junto a un primo acostumbrábamos a ir, ya a los 15 años, puesto que las bicicletas que nos habían dado a los 10 ya no eran lo que antes. Recuerdo que esos lugares eran sucios y la grasa se acumulaba no solo sobre los vehículos sino en la cara y en los brazos de quienes despachaban en el lugar. Siempre que ibas estaban arreglando la cadena de alguna o poniendo un nuevo parche al neumático viejo. ¡No sé cómo nos dejaban montar en esas cochinas chatarras! pero nosotros tocábamos el cielo cuando el encargado barrigón nos entregaba el caballito de pedalear.
Tengo malos recuerdos y hasta mitos: que la hija de la vecina había perdido la virginidad en una bicicleta y ya solo le quedaba rezar para alguien la pretendiera. Que el hijo del dueño de la tienda se había quebrado una pierna por correr a mucha velocidad por la loma de La Cumbre y al llegar al puente encontró un bus y saltó a la quebrada La García. Que mi “amigote” Sergio en búsqueda de una incapacidad se había ido contra un bus y en la recuperación encontró el amor de su vida y juntos hicieron cinco hijos y una filosofía de vida.
Hoy tengo estos recuerdos de fotos de viaje que comparto, porque aún no he tenido el placer de dar vueltas en bicicleta con alguno de mis acompañantes. Aunque en el último viaje, Edgar, un viejo amigo, me sorprendió montando en bicicleta por las calles de Cartagena. Edgar me sorprendió gratamente por osado, porque ha hecho lo que yo no, y porque sé que se divierte de esta forma sana: en un paseo en bicicleta por cualquier ciudad. Un placer que pocos saben darse.
Claro que se puede chatear mientras vas en cicla, aunque esté el piso mojado #deporteextremo #florenciaitalia #tbt
Hoy no es día de la bicicleta y ni sé si habrá, pero buscando un tema para actualizar la etiqueta #TBT con fotos, encontré que este me parece perfecto: porque hoy todos, gracias al alto tráfico y la contaminación, ¡QUEREMOS UNA!
Las Fotos en Instagram : http://www.instagram.com/frankbedoyam
#Rockstyle: dejando la cicla ahí no más #florenciaitalia #tbt
#Menageatrois: una mujer en la vitrina, un trabajador de chaqueta naranja y el hombre en bicicleta que cruza frente a cualquier @dpam_officiel #París #TBT
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