UN VIAJE POR VENEZUELA. MOCHILERO II PARTE

in travel •  7 years ago 

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Zulia: Mecosal, Santa Rita, Mracaibo, a pesar de todas las atracciones turisticas que me podia ofrecer el estado Zulia mi unico objetivo en ese entonces era enfrentarme al unico recuerdo que para cuando tenia 7 años me provocó algo que vi por primera vez y que para ese entoces lo unico que me generó fue miedo, llegar a Congo Mirador y ver de nuevo el relampago del Catatumbo, admito que mas que temor senti admiracion, luego de 1 hora, senti respeto, pasadas 3, senti Orgullo.

Durante 260 noches al año cada segundo caen entre 30 y 60 relámpagos sobre el Lago de Maracaibo. Cada uno de ellos ilumina el cielo con la fuerza de un millón de bombillas de 100 vatios creando un espectáculo meteorológico merecedor de un Récord Guinness. Un experiencia única en el mundo. Hay gente que mira al sol con los ojos cerrados.

A nuestro alrededor todo es verde: Verde Hoja de plátano, verde hoja de mango, verde hoja de cacao, verde lechosa.

Tras dos horas de camino llegamos a Puerto Concha. La palabra puerto, pienso en un primer momento, parece excesiva para un lugar que apenas podría ser catalogado de embarcadero. Pero, atajo mis prejuicios de inmediato, habría que pensar qué significa el término puerto: un lugar desde donde partir, un lugar adonde llegar. Un sitio de tránsito. Desde ese punto de vista hasta mi cuerpo es puerto.

En fin, dejemos la filosofía barata de lado.

Puerto Concha es apenas una estación del viaje que nos llevará a ver la mayor atracción meteorológica del mundo, el lugar con el Récord Guinness a la mayor concentración de rayos del planeta.

Para decirlo en cifras: Durante 260 noches al año, por un lapso de tiempo de hasta de 10 por horas, sobre el Lago de Maracaibo se desata una apasionada cúpula de vientos que origina una serie de tormentas que arden a razón de entre 30 y 60 rayos por minuto, casi tres mil por hora. Cada uno de ellos tiene una potencia que puede ir de 10.000 a 200.000 amperios. Si pensamos que cada rayo fulgura en el cielo con la fuerza de un millón de bombillas de 100 vatios, resulta fácil imaginar el espectáculo. Tan poderoso que puede verse hasta a 500 km. de distancia. Es decir, desde Aruba.

Antes de asistir a la maravilla, nos embarcamos en una lancha para transitar por ella.

Entramos en el Parque Nacional Catatumbo a través de un bosque inundado llamado Concha. El cielo azul se refleja en el agua, la selva se refleja en el agua. En torno a nosotros, a pesar del sonido de las lanchas, se siente eso que podríamos llamar el rumor de la naturaleza: el correr del viento, el ruido de las cosas al caer sobre el agua, silencioso se siente el correteo de los monos sobre los árboles, el vuelo de los pájaros, el zumbido de las libélulas que nos acompañan, el deambular de las mariposas. A pesar de las temperaturas (puede llegar hasta a 40 grados si se tiene mucha mala suerte) y del sol inclemente, es difícil no conmoverse con la fuerza del lugar y si el calor aprieta mucho, ya conocemos el remedio: cerveza.

Vemos monos araguatos, las pequeñas babas del Catatumbo, gavilanes colorados, la bellísima garza morena, unos pajaritos negros llamados cormoranes y águilas pescadoras. Las venezolanas resultaron ser un grupo de estudiantes de fotografía y cada rato nos detenemos a buscar una instantánea.

Por el amor de una mujer, Se acaba la selva.

A nuestro alrededor todo es agua. Es como si fuera el mar. Uno que no es azul, se extiende por 13.800 km² y lleva dentro de territorio venezolano unos 36 millones de años. Aunque el Lago de Maracaibo alberga cerca de 15 mil pozos petroleros, ahora mismo se parece al fin del mundo: no hay nada, no hay nadie, ni señal de teléfono.

El único vestigio de vida es una planta que cubre al lago como una alfombra. Son las reverberaciones que produce el peso de la lancha sobre el agua las que rompen este manto. Uno hermoso signo de vida y no de muerte. Pero, la Lemna Obscura es un signo de contaminación. Una suerte de predador vegetal que aparece en ambientes ricos en nitrógeno y su presencia en grandes cantidades, explica la voz de Alan, va mimando lentamente los ecosistemas, al quitarles la luz y contaminar con su descomposición el lecho del lago.

El sector en la desembocadura del río Concha se llama Chamita. A lo lejos divisamos los vestigios de lo que treinta años antes fue un pueblo. En pie, sobrevivientes de las tormentas habituales quedan apenas seis casas. El resto son pilones colonizados por la enorme variedad de pájaros del lugar.

Sobrecoge pensar en la fuerza de voluntad humana capaz de construir un hogar en medio de la nada, bajo un sol inclemente de día y a merced de tormentas eléctricas por las noches. Hoy Chamita es un sitio de paso y su mayor atracción, aparte de los pájaros, es un puesto de la Guardia Nacional Bolivariana.

Un palafito grande donde, como único vestigio de tiempos acaudalados, quedan unas sillas de fibra de vidrio que remotamente recuerdan a la Dining Chair de Charles Eames. Sobre ellas tomamos nuestro primer refrigerio.La comida es muy sencilla, pero suficiente para mitigar el hambre. Pan, queso, ensalada y un picante de leche cuyo sabor aún está registrado en mi memoria.

Abandonamos la inmensidad del Lago de Maracaibo para adentrarnos en uno de los 135 afluentes que tiene. El Río Catatumbo. Eddy, nuestro lanchero sortea con cuidado una corriente mansa, pero corriente al fin. El cause está flanqueado por palmeras y ceibas siempre habitadas por loros. Dentro del agua, junto a nosotros, a veces se dejan ver un par de Sotalias, la variedad más pequeña de delfines de río.

A las tres de la tarde arribamos al Congo Mirador. Es una pequeña ciudad sobre las aguas. Tienen calles, alumbrado (no quiero pensar en lo que puede suceder si un cable se cae), escuela, plaza, iglesia, bodega.

Hay niños por todos lados, van en balsa, lancha, canoa, tobo, ponchera y cualquier recipiente hueco en el que quepa una persona. De entrada me sorprenden cuatro cosas:

1.- Descubrir que el pueblo tenga 200 años.

2.- La cantidad de perros que asoman su cabeza por la puerta de todas las casas. He llegado incluso a ver un Chow Chow. Lo que invariablemente me lleva a preguntarme: ¿a dónde llevan a pasear los perros?

3.- La fisonomía de los pobladores de Congo Mirador es muy especial. Son una mezcla extrañísima. Rasgos indígenas con ojos claros, cabellos castaños. Son además muy estilizados. Dicho en criollo, son como si Patricia Velásquez se hubiera apareado con un alemán.

Antes de la construcción del Lago de Maracaibo, estas aguas eran a menudo frecuentadas por embarcaciones llamadas piraguas, que comunicaban Maracaibo con el resto del país. Así es como muchos de los alemanes afincados en la ciudad e ingenieros petroleros americanos surcaron esta agua y más de una vez se llevaron algún suvenir y dejaron otro.

4a.- La luz. El Congo Mirador ademas del espectáculo pirotécnico producto del relámpago tiene la luz. En este lugar perdido al sur de un lago está la más bella del mundo. Poderosa. Capaz de dotar la pobreza del lugar de un aura conmovedora. Otorga a sujetos y cosas la profundidad que tendría el trazo de un pintor flamenco que viajó en el tiempo y se perdió en el trópico.

4b.- Un episodio curioso. Tras visitar algunas casas del pueblo, sumidas en una pobreza tal que parece el siglo XVII con coloridos implementos de cocina plásticos, radio y televisor; entré en busca de un baño a la sucursal del lujo en Congo Mirador. En otras circunstancias sería una casa clase media, pero me sorprendió ver: Chandeliers, pesados muebles de madera imitando el estilo ingles, grandes televisores, varios aires acondicionados y un equipo de sonido que ya hubiera querido para sí el Príncipe del Rap.

A punto de caer el sol, nos despedimos del pueblo. basta subir la mirada para comprender por qué otros pensaron que existía. El cielo de Ologá es una criatura extraña. Por un lado es tan diáfano que casi se puede apreciar uno de los brazos de ese espiral llamado la Vía Láctea y por el otro, a lo lejos, como guerreros, se dejan ver las torres de nubes haciéndose cada vez más grandes. Y ¿qué pasa dentro de las nubes?

La génesis de un relámpago es la separación de las cargas eléctricas en la nube: la negativa se acumula en la parte inferior, mientras que la positiva lo hace en la superior. Cuando la carga negativa crece lo suficiente para vencer la resistencia eléctrica del aire -que sucede a unos 18.000 voltios- un flujo de electrones empieza a descender de la nube, zigzagueando hacia la tierra o de una nube a otra. Mientras contemplo el cielo, esa fuerza atronadora está gestándose al interior de las nubes.

Durante la calma que precede a la batalla vamos a dar un paseo nocturno. Alan, antes conocido como “Alan Conda”, decide ir a cazar serpientes. Me armo de valor, me monto en la lancha y lo acompaño. Por fortuna solo encontrará un lindo reptil verde fosforescente. Regresamos. Mientras los demás duermen, me quedo con los lancheros a esperar el relámpago.

Veo, siento, cómo poco a poco se acerca la tormenta. Las nubes son cada vez más altas. El aire nos golpea con una densidad desconocida. Y poco a poco, a lo lejos, empieza el espectáculo. Primero uno, luego dos, entonces son muchos. Cada uno de ellos con la potencia de un millón de bombillos de cien voltios.

Aquí estoy sentado al borde del Lago solo para ver los destellos. Para sentir en la retina el fulgor que produce una descarga eléctrica. Muchas, una tras otra, todas a la vez.

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