Apreciados, amigos...tengan una feliz tarde.
Hoy deseo hacer un especial paréntesis en mi blog. Habitualmente escribo sobre temas de psicología y trastornos de desarrollo infantil; pero hoy voy a dedicar mis letras a mi Negra, una perrita de mi comunidad. Una historia que comenzó hace 6 meses y terminó muy pronto.
Ella un día llamó mi atención. La vi por primera vez cuando regresaba del trabajo, un mediodía. Estaba tan flaquita que los huesitos se le marcaban por debajo del raso pelaje negro. La vi caminar tan liviana, tan desprotegida y tan expuesta, que no pude olvidarla.
Salí por varios días a buscarla con una bolsita de comida, que reuní entre lo que apartaba de mis dos perritas, Alma y Sara; y lo poco que quedaba de la nuestra.
[De mi archivo: mis perritas; Sara, la negrita, y Alma.
Caminé por dos días seguidos las calles vecinas, hasta que pregunté por ella dando su descripción. Los vecinos enseguida me dijeron “esa es la Negra, es de aquella casa; pero a veces está por la policía porque hay una señora que le da comida.”
En los días sucesivos, iba hasta a la calle 3 con la bolsita de comida. En principio ella solo me veía y comía. Al poco tiempo, cuando me veía pasar, al ir o venir del trabajo, se paraba y me miraba desde su sitio, moviendo la cola. Siempre procuraba tener algo para ella.
Un día me siguió hasta la casa, se quedó en la puerta esperando que le trajera la comida. Nunca se dejó tocar. Se mostraba arisca, imagino que la dura situación de vivir en la calle hace a los animales desconfiar de las personas.
Así mi Negra ya no esperaba que fuera a la calle 3, ella venía hasta la casa. En las mañanas, a las 6 am, cuando salía a trabajar, la encontraba esperándome al frente.
Una tarde, me trajo a su hija. Una perrita pequeña, tan flaca como ella; pero blanquita. Así que desde ese día tuve que guardar un poquito más de comida.
Mi Negra comía, con un hambre atrasada de toda una vida; pero solo un poco; se apartaba para que su hija comiera el resto. Un gesto de nobleza que solo a muy pocas personas se lo he conocido.
Un día, regresaba del trabajo, a pleno sol de la una de la tarde, con la bolsita en la cartera porque no vi a mi Negra en la mañana… y me detuvo una vecina “Mira, a la Negra la envenenaron. Como ella cuidaba la calle, los que roban bombonas la envenenaron” Solo dije “¡Ah!, ok.” Solo pude decir eso.
He llorado a mi Negra. Aún la lloro. He buscado a su hijita, a la Blanca, y no he podido conseguirla, nadie sabe de ella.
No tengo una foto, a ella la llevo en el corazón, y la veo en cada perrito callejero que sé que necesita agua, comida y alguien que se (pre)ocupe.
Por eso siempre salgo con una botellita de agua y una bolsita con restos de comida y, a la memoria de mi Negra, le doy al perrito más flaco y desprotegido que vea en la calle y le digo “Esto te lo manda mi Negra”
[Foto de mi archivo: Sarita.]
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Los perritos son de una nobleza incomparable. Quien lastima a un perro, quien lo envenena, no merece vivir.
Qué en paz descanse La Negra y que su hijita haya encontrado un hogar.
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Hola, mi hermana.
Así es, gente sin alma.
Gracias por tu vidita.
Un abrazo.
🌻🌻🌻🌻🌻
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Hola, mi hermana.
Así es, gente sin alma.
Gracias por tu visita.
Un abrazo.
🌻🌻🌻🌻🌻
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Conmovedora historia @sandracabrera. Un abrazo amiga.
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Hola.
Gracias Antolina.
Es un gusto tenerte por acá.
Saludos.
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