Dios hace como quiere. Él no es casualidad.
Desde hace unos dos años vengo siguiendo los trabajos de un joven pintor de mí la ciudad en la que vivo, es decir, Ciudad Bolívar. Lo sigo a través de sus redes sociales y me ha impactado su capacidad para hacer trabajos que pueden clasificarse como hiperrealistas. Me encantan sus retratos.
Hace pocos días me quedé admirado con un trabajo en el que pintó una guacamaya. Realmente, es muy bueno.
Hoy, al salir de mi programa de radio, a las 10 de la mañana, debí volver caminando a casa, porque no tengo carro y no consigo dinero en efectivo para el pago del transporte público,
Así que emprendí mi marcha de regreso como siempre lo hago: poco a poco, pensando y pensando, cantando una canción de vez en cuando, disfrutando la brisa y las calles solitarias por la pandemia y la falta de gasolina –que en mi ciudad es bastante acentuada, ya que solo surten, por lo regular, dos veces a la semana- y deteniéndome a conversar con los amigos que me encuentro en el camino, los cuales no son pocos.
Es una caminata de más de hora y media, incluyendo el tiempo que invierto esperando que me den “la cola” en un tramo que incluye una prolongada subida y en el que ya es costumbre que todos pidan “el empujón”,
Cada vez que vengo a pie desde la emisora a mi casa trato de variar la ruta. A veces lo hago para estar más tiempo solo, a veces lo hago con la intención de pasar por un determinado lugar en el cual podría encontrar a un amigo con el que me gustaría hablar y a veces lo hago por pura intuición y confianza en Dios.
Hoy decidí venirme por la avenida Rotaria. Primero debí recorrer una parte de la avenida Libertador, después pasar por los sectores de Virgen del Valle y Carlos Andrés Pérez, antes de caminar por la Rotaria.
El joven artista y quien escribe, al fondo. (La foto fue tomada con mi teléfono ZTE Lite)
Por esa avenida marchaba cuando escuché el ruido de una moto que llegaba desde atrás y aminoraba su marcha para ponerse a mi lado, por el canal contrario.
“¿Cómo está señor Osto?”, me dijo el individuo desde la moto y con la mitad del rostro cubierto con un tapabocas rojo.
No tuve tiempo de asustarme, que es lo que los venezolanos hacemos regularmente cuando una moto se detiene a nuestro lado sin que la esperemos. El tono afable del motorizado y el trato de señor no me dieron confianza, pero me quitaron el sobresalto.
“Bien, bien. ¿Y tu quién eres?”, expresé por mi parte tratando de ser cordial, como siempre trato de ser con todos.
“Disculpe. Soy Luis Zerpa”, me dijo mientras se bajaba el tapabocas para que le viera el rostro.
“¿Eres Luis Zerpa, el pintor?”, le pregunté de inmediato, sin llegar a reconocer su rostro.
Yo no conocía su contextura delgada ni sabía que tenía una moto, pero, para mí, no podía ser otro, sino Luis Zerpa, el joven pintor que me ha deslumbrado con su trabajo.
“Si”, me respondió.
Se inició entonces una improvisada y larga conversación a un lado de la avenida, a pesar de que era la primera vez que nos encontrábamos personalmente y a pesar de la diferencia de edad.
Cuando le pregunté cómo supo que era yo, me dijo simplemente que pasó en su moto en sentido contrario al mío –y yo ni cuenta me di-, y al verme supo que era yo. Entonces decidió dar la vuelta para venir a saludarme, pues él me sigue en las redes sociales.
Para mis adentros pensé que es muy fácil para muchos reconocerme en la calle, pues en mi rostro hay ciertos rasgos “asiáticos”, especialmente en mis ojos. Por eso una gran cantidad de mis amigos, especialmente los de mi infancia y mi juventud, me dicen “Chino”. En casa de mi madre todos me llaman así, también.
Durante la conversación con Luis me enteré de que su madre es una buena amiga, amante de la cultura. Igualmente supe que el joven artista está iniciando talleres de dibujo y pintura dirigidos a niños y jóvenes.
Una de las cosas que me gustó de esta conversación fue la madurez que mostró y su disposición de seguir trabajando todo lo que pueda por rescatar las artes plásticas en nuestra ciudad.
Otra selfie para recordar la conversación. (La foto fue tomada con mi teléfono ZTE Lite) El joven artista y quien escribe, al fondo. (La foto fue tomada con mi teléfono ZTE Lite)
Asimismo, me habló de su preocupación por la situación de muchos artistas de la ciudad, especialmente los de mayor edad que no han podido adaptarse a la situación de pandemia y al uso de las redes sociales para promocionar su obra.
También me comentó lo difícil que se ha hecho la compra de materiales para los artistas plásticos en Venezuela, pues casi no se consiguen y sus precios son muy elevados.
Cuando conversábamos se detuvo a saludarlo un profesor de karate, que dicta sus clases en la sede del Colegio Nacional de Periodistas. Allí también dicta sus clases de dibujo y pintura el joven Luis.
Igualmente, se detuvo otro motorizado para averiguar si la moto de Luis había sufrido algún desperfecto.
Esta guacamaya es una de las obras de Luis Zerpa. (Foto extraida de la página de Facebook del artista, con su permiso)
Fue una muy agradable conversación en la que salieron los nombres de muchos amigos comunes.
En la despedida quedó la promesa de nuevos encuentros para una entrevista y para seguir hablando del arte.
Luego seguí mi camino. Me quedaba mucho por caminar.
Agradezco a Dios este encuentro.