PRIMERA PARTE CAPITULO I
Pasando las 8 de esa misma mañana noriega caminaba hasta su casa, sus pasos eran cansados se notaba a simple vista que estaba exhausto, incluso si llevaba orgullosamente el rostro de un hombre con un trabajo honrado; era imposible no ver que era empleado de algún duro trabajo de turno nocturno. No muy apropiado para un hombre de su edad que ya estaba en la segunda mitad de la vida promedio adulta, no podía darse el lujo de escoger otra cosa; su naturaleza era caritativa y amable pero a la larga descubrió con los años que el mundo no es muy gentil con las buenas acciones, de igual forma no manifestaba odio en su forma de mirar a los caninos callejeros camino a su morada o las octogenarias con la extraña costumbre de barrer el pavimento publico frente a la casa que muy seguramente obtuvo del retiro del tal vez aún vivo esposo.
Con saludos modestos el cansado hombre pasaba sin tropezar a la dama que se encontraba cada par de casa en un evento tan tempranero y sincronizado entre ellas que despertaría seguro la imaginación de algún joven mirando por la ventana de los edificios de apartamentos de la calle abajo, noriega odiaba ser una molestia al punto que prefería dar un par de pasos que esa mañana se sentirían como una odisea con tal de no perturbar la danza de escobas de la calle de pensionadas.
Después de un par de minutos que se sentían ligeros con las distracciones del camino ya mencionadas y el cantar matutino de las aves que muy cómodamente abusaban de la hospitalidad de las casa del vecindario anterior, noriega suelta una pesada exhalación manifestando satisfacción mientras pierde unos segundos en buscar sus llaves dentro del pequeño koala que usaba para guardas las pocas pertenencias que se permitía llevar durante ese viaje durante seis días de la semana.
No sabía que le generaba más ansiedad, el miedo de hablar con un extraño o el ambiente de tranquilidad que parecía perpetuo dentro de ese edificio. Su camino hasta el pasillo donde esperaba sentada con el corazón a millón no era más que un simple portón con un modesto y amable vigilante acompañado de un termo de lo que parecía ser un líquido caliente o solo simple agua fría esperando al medio día, un pequeño vestíbulo con una secretaria demasiado joven y arreglada para decir que pasaba trabajo o necesitaba alimentar algún niño producto de la irresponsabilidad de los jóvenes sin muchas oportunidades; acompañada de amigables y relajantes pinturas en las paredes con alguna que otra cartelera con información que seguramente nadie se molestaba en leer, y por ultimo varias puertas cerradas con números en ellas asignadas en orden con alguna banca de materiales baratos para quienes esperaban audiencia con quienes fueran usaban esas oficinas.
Una señora mayor de claras facciones indígenas limpiaba alegremente el pasillo en el cual esperaba, como si en su mente estuviera alguna banda de salsa que llenaban los discos que se vendían a nada en las autopistas, junto al ocasional ruido que producía la voz de la joven que ocupaba el vestíbulo para guiar e informar algún visitante o saludar algún hombre en traje que llegaba y coqueteaba unos segundos con ella para después ser rebotado por su propia conciencia de responsabilidad con la actividad que lo llevaba a entrar a ese lugar.
La ansiedad era demasiado grande y a pesar de como todo lo que pasaba a su alrededor no tenía nada que ver con ella sentía que todos la miraban y era el centro de ese edifico.
¿Pasa algo cariño? – le dijo la joven con lentes de pasta y vestida de buena ropa. – Si necesitas ir al baño o un poco de agua dime y te ayudo no tengas pena.
Creo que hoy no vendrá la doctora, supongo que pasare otro día. – dijo con voz temblorosa.
No te preocupes solo llegaste algo temprano, ella no es doctora y no deberías sentirte asustada por su ausencia; faltan unos minutos para las nueve que es la hora cuando inician sus consultas. – le aclaro la joven recepcionista con un tono calmado, como si supiera que se moría de la vergüenza.
Justo en ese momento entra Ana muy cómodamente vestida con una carpeta en manos con adornos floreados saludando con entusiasmo a la joven Julia, una voluntaria estudiante de sociología; vestida como si viviera en una sociedad moderna donde nadie tiene que pasar trabajo por una bolsa de pan y que solo tomaba ese trabajo como parte de sus convicciones en la lucha por las necesidades de las mujeres; o eso era lo que terminaba en la discusión que siempre tenía con el padre que todavía no se acostumbra a las decisiones de una universitaria.
Chama que bella estas hoy. – Dijo Ana rompiendo el aire de intimidación que sentía quien la esperaba. Buenos días Ana, justo aquí está tu primera cita del día, parece que ya estaba impaciente. – responde julia con tono de broma.
Buenos días, soy Ana acompáñame al consultorio debes estar ya incomoda de la espera. – dice Ana sin perder el tiempo como si tratara de evitar la huida de la muchacha que temblorosa y con pena se encontraba esperándola.
Al entrar y recibir la hospitalidad de su anfitriona para ponerse cómoda mientras ella se instalaba en esa modesta habitación que no era más que un par de archiveros junto a un escritorio con algunos adornos menores y una silla que se notaba que tenía tiempo, se acomodó en uno de los muebles que parecían sacados de la casa de la abuela de cualquiera; viejos pero cuidados, con claras faltas de coloración por los años pero de alguna forma se sentían limpios. Pasado el pequeño ritual matutino de Ana en aquella habitación que parecía ser la rutina que repetía cada vez que abría esa puerta de madera con el número 5 en un letrero de plástico, Ana se dispone sentarse cuando antes le ofrece un caramelo de miel para posiblemente calmar la ansiedad de quien sería su compañía esa mañana.
No te preocupes, todo lo que me quieras contar es entre nosotras y mis anotaciones son solo para llevar el control de las consultas,- Aclara Ana de forma firme – no creas que no te estoy escuchando o planeo juzgarte, estoy aquí para ayudarte y te pido que confíes que esto te ayudara. – Como siguiendo un libreto.- Adelante, ¿cómo te llamas?
Me llamo Beatriz, tengo 19. – Soltó de forma lenta. – En el hospital le recomendaron a mi hermano que me tarjera para ayudarme.
¿Qué fue lo que paso? – Pregunto Ana para continuar con una sesión que para ella era una rutina pero para su vulnerable acompañante era como la orilla de una playa con mucho oleaje, donde la fuerza de la marea sería capaz de tomar desprevenido a un adulto en su máxima condición física.
El sonido de la regadera llenaba la atmósfera junto al vapor del agua caliente, un par de toallas colocadas dobladas de tal forma que harían sentir satisfacción a cualquier obsesionado con la simetría y un piso que a pesar de ser de un baño daba la sensación de tal limpieza que ningún extraño pasaría unos segundos incómodos al tratar de ubicarse en ese espacio tan privado. El silencio fue absoluto mientras Alejandro dedica demasiados segundos en colocarse la toalla oscura para taparse y la clara para secarse el rosto y la parte superior de su cuerpo; era claro que disponía de iniciar el ritual de higiene personal que cada persona desarrolla con los años.
Ya bajando las escaleras era imposible ignorar la vestimenta completamente anómala para su profesión como especialista en salud mental; unos vaqueros azules clásicos de todo joven al estilo casual, una manga larga de tela gruesa y un par de botas que parecían sacadas de la tienda de aventureros todo terreno. Una sencilla pero generosa porción de una comida preparada horas antes era el objeto principal de su atención, destacando la ausencia de radio noticiero que en su ausencia existía una agradable música que ambientaba el piso inferior del cómodo hogar donde destacaba una guitarra y un piano al puro estilo de los años sesenta.
Alejandro mira su reloj de forma detenida concentrándose en cálculos que solo el podría entender sobre sus actividades para volver a la limpieza de los utensilios que había utilizado, toma una reconfortante exhalación de oxígeno para dirigirse a la mesa donde reposaba el aparato electrónico donde un dispositivo de memoria era la fuente física de la música que escuchaba con la intención de; primero apagar el aparato, retirar el mencionado objeto y finalmente tomarse un segundo en mirar la pequeña novela que tenía al costado del mueble que soportaba lo mencionado.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? – dijo al leer el título de la novela que había adquirido después de un viaje a la librería junto a su pareja por entretenimiento.
Guarda el pequeño libro en edición de viaje junto a sus objetos de trabajo en un bolso para una portátil, saca las llaves de un vehículo y parte a su jornada laboral.
El incesante sonido del reloj analógico inundaba cada segundo interrumpiendo el silencio del cual óscar trataba de disfrutar, a veces en su aburrimiento le prestaba demasiada atención a uno de los objetos que le permitían a su alcance. Miraba sus manos con lucidez cuando las vendas en su muñecas sugerían lo contrario, eran nuevas recién cambiadas y el ojo observador notaria las minúsculas tonalidades de color oscuro que parecían formar una casi invisible línea que subía hasta su mano.
Cada tantos minutos miraba alrededor de su habitación en busca de que sería objeto de su análisis, tenía una modesta cantidad de novelas bien cuidadas en una pequeña mesa blanca que estaba fijada a la pared pero de un material plástico soportada en una pequeña estructura de un metal ligero sin ningún tipo de borde recto. Su mirada se llenaba de decepción al no tener sus lentes de lectura para al menos disfrutar de la clásica aventura escrita por un hombre llamado Dumas que siempre era agradable de leer en forma esporádica cada tanto tiempo; volvería a fijar sus ojos en el reloj que marcaban 6 en la aguja pequeña pero se ubicaba entre el número 11 y el 12 de un fuerte color negro con la más grande.
Con un lento movimiento se acomoda recostado en la cama de color blanco como si supiera los acontecimientos que tomarían su curso en los minutos siguientes.
Te traje unos lentes nuevos. – suelta Alejandro cuando está todavía a medio cuerpo fuera del portal.
Se lo agradezco doctor Vílchez, es demasiado atento conmigo. – dice Oscar como si se despidiera de un viejo amigo.
Los muchachos me dicen que despertaste temprano pero no peleaste con el turno del día para poder ir al área de recreación, sabes que creo que eres muy listo para tener estas crisis. No me gusta limitarte en tu progreso por el descuido del personal.
Oscar lo miraba como si le estuvieran regañando alguna travesura infantil.
¿Cómo dormiste? – dice Alejandro.
Estaba en un hospital y utilice un elevador, todo parecía ser nuevo como recién inaugurado.
Ella estaba conmigo y me llevo a un cuarto.
¿Qué hay con ese cuarto?
Había una cuna de madera de segunda mano, y ella me dio un beso en la mejilla. – dijo un entristecido óscar a punto de llorar.
¿Y el niño? – pregunto el medico como si conociera ya los elementos que le contaban.
No había niño.
La calma regreso al rostro del entristecido paciente como si perdiera memoria del pequeño dialogo del cual formo parte. Alejandro levantándose de la pequeña silla que ocupaba el limitado espacio para caminar en ese cuarto dejo las gafas sobre la mesa al lado de los libros que la adornaban.
Casi en el pasillo de aquel blanco interior que daba la sensación de calma absoluta Alejandro se voltea para con una mirada firme decirle a su paciente: “esa mujer rubia no existe, tu hijo quiere verte cuando regrese de la plataforma”. Acto seguido llama a un auxiliar instruyéndole que lo lleve a comer su cena en un lugar más abierto.