Hola amigos Steemianos, una vez más quiero compartir con Ustedes otro vocablo que se oye muy a menudo en el llano Venezolano y lo hago citando el estudio realizado por el autor Yorman Tovar "Del llano y La LLaneridad".
En el contexto de la etnografía, y en pródigo vínculo con la historia y la literatura, el llano venezolano ha sido siempre objeto de estudios sistemáticos basados en su condición de tierra bárbara y en la idiosincrasia de sus moradores. De esos saberes surgen unas terminologías extrañas para identificar al hombre en su condición sociológica y en su cotidianidad. Dignos ejemplos son las palabras: “llanerazo”, “llanerías” y “llaneridad”. A decir verdad, ninguno de los tres términos ha sido incluido en los Diccionarios de la Real Academia de la Lengua. De poco tiempo para acá aparecen en los vocabularios de trabajos de investigación sistemática de algunas Universidades.
Llanerazo aparece en muchas composiciones poéticas del gran repertorio musical llamado “Joropo”. Palabra exclusiva para referirse a una persona de aquilatadas condiciones para una faena, un propósito o por su inquebrantable posición ante cualquier situación o compromiso. Por eso oímos decir: “fulano de tal es un llanerazo”, que es como decir aquel refrán: “el llanero es del tamaño de compromiso adquirido”. En cambio Llanería se refiere a la vida generalizada del llanero, pero específicamente atañe al trabajo de llano: vaquería, faenas de ordeño, de hierra, de arreo y las ocupaciones cotidianas del llanero en el contexto del hato, fundo o hacienda ganadera. Asimismo Llaneridad es un término algo más nuevo que el anterior y sobre el cual me he permití hacer algunas indagaciones para referirlas en un Trabajo de Grado que se titula Vigencia de costumbres y tradiciones del llano venezolano en la poesía musical de Joel Hernández, en la UCV-Caracas, con el que obtuve el Título de “Magister Scientiarum en Literatura Venezolana”. Entre esas conceptualizaciones encontramos las de Evelio Pérez Cruzzatti (2003), Joel Hernández (2004), Alonso Rivas Encinozo (2005), y una referencia importante (dentro de la más profunda utopía) de la Dra. Aurora Díaz de Sánchez (viuda del inolvidable cantautor cojedeño Pedro Emilio Sánchez.
Pérez Cruzzati sostiene que es un “patronímico representativo del gentilicio y la condición o cualidad que define el ser llanero”. Joel Hernández se refiere a “ese sentimiento que siempre lleva el llanero, de por vida. Los valores y principios que le siembran sus mayores, sus padres, sus ancestros, asentado, sobre todo en ese cúmulo de hermosas tradiciones, de vivencias, de costumbres que signan o caracterizan la cultura del llanero”.
Rivas Encinozo, por su parte, en detallada descripción, opina que “es una palabra extraña al contexto llanero, pero hermosa, porque dice mucho de lo que es y siente el hombre de esta tierra, hijo, nieto y biznieto de llaneros. Esa llaneridad que uno lleva por dentro es esa condición de ser como somos...¡llaneros!... que tampoco es tan fácil de explicar, pero que es una manera de vivir la vida: amplia, serena y franca, de amistad sincera, “llena de horizontes y caminos”, como dijo Gallegos. Una palabra rara, pero que a nosotros nos gusta, porque sabemos que dentro de esa palabra están encerrados todos los ancestros, todas esas formas de vida que tenemos en los diferentes ambientes llaneros en los que nos hemos criado, en los que hemos vivido, en los que hemos amado y en los que tendremos que morir alguna vez”.
Aurora Díaz de Sánchez se circunscribe en el mismo contexto, pero eleva su imaginación hacia un espacio más utopista al sentenciar que “nacer llanero es tocar las estrellas con la mano, es jugar con las nubes, es estar cerquita de Dios. El hombre de estas tierras es mito, es leyenda, canto y lejanía, ayer y mañana. Cronista de su tiempo y de su entorno, habla de sus heredades, las de su espíritu. Donde él está, siempre es el llano, y él vive en el corazón del llano”.
En definitiva, llaneridad es el conjunto de cualidades, condiciones espirituales, religiosas y culturales, incluyendo las debilidades humanas, que caracterizan al llanero; es decir: sus cotidianos modos de vida dentro de un contexto geográfico, histórico y sociológico, del cual se siente inmensamente orgullosos y del que se cree absoluto dueño. Tanto así, que su orgullo no le permite aceptar otra latitud geográfica como segunda patria chica. Esa amplia definición me inspiró hace algún tiempo la siguiente redondilla:
Llanero que cambia el llano
por la civilización,
cambia la prima y bordón
por flauta acordeón y piano.
El término –repito- abarca todas las vivencias del llanero: desde su nacimiento hasta su muerte y más allá de ésta. Uno de los géneros más ricos en llaneridad es -dentro de la literatura oral- la llamada “Poesía musical”, es decir: joropo, golpe, pasaje y tonada; incluyendo también al poema declamado o recitado al compás de los instrumentos típicos.
Dentro de ese género poético musical, el portugueseño Joel Hernández (Araure, 1947), abogado y cantautor es uno de los que ha profundizado en toda la diversidad de fenómenos y hechos relacionados con el entorno de la vida en el llano, razón por la cual fue mi objeto de ese estudio sistemático que realicé en los mencionados estudios en la UCV (2003-2007). Dentro del mismo conformé un capítulo designado como “Ocho símbolos característicos de la llaneridad”, refiriendo sus tonadas y pasajes en los que menciona los elementos: el sombrero, la cobija, el cuchillo, el cuatro, el caballo, la mujer, la vaca y el gabán. Según Cirlot “todos los objetos naturales y culturales pueden aparecer investidos de función simbólica que exalta sus cualidades esenciales para que tiendan a traducirse a lo espiritual”.
Interpretando a Cirlot, podemos deducir que “lo espiritual” es todo lo estético como por ejemplos: poesía y música, formulas para construir expresiones simbólicas en el imaginario del poeta, en nuestro caso, poetas llaneros, compositores como Joel Hernández. Imaginémonos a un llanero de a caballo, bajo un chubasco, ataviado de sombrero y cobija, de cuchillo al cinto, llevando su cuatro en una capotera, terciado a la espalda: ¡un Florentino cualquiera! Cada uno de los ocho símbolos aparecen en las respectivas canciones de Hernández, describiendo sus cualidades y las funciones que cumplen en la cotidianidad del hombre llanero: El sombrero, símbolo de caballerosidad, señorío y orgullo, como afirma el poeta: “El que usaba Alberto Arvelo/ era un pelo e `guana negro,/ el poeta de mi llano, /el poeta de mi pueblo”. La cobija, atavío de protección para el sol y la lluvia o para cualquier circunstancia de emergencia: “Mi cobija me dio el grado/ de hombre de toro solo/ cuando, con ella en la mano/ le di cuatro carpetazos/ a aquel toro borcelano”. El cuchillo, utensilio de trabajo; el cuatro, complemento de su vida al igual que la mujer. Con este instrumento disipa el llanero sus penas y endulza más aún sus alegrías cantando a su mujer amada. El caballo, fiel compañero de faenas, de recreación y de todas sus actividades: “Caballo/ como el mío no había nacido,/ ligerito como el viento,/ yo con él y él conmigo”. La vaca, símbolo de maternidad y de fertilidad que toma carácter sagrado para el llanero en su viaja “vaca fundadora”, la que nunca será sacrificada y a la que se ha de “tragar la sabana”, respetada por su amo. Y el gabán, ave de mayor tamaño que, a través de la canción el llanero expresa las peripecias, triunfos y derrotas personificando al gabán, depositario del otro yo del llanero. El gabán es el particular ficcional del hombre, que describe en poesía y música las realidades de su particular real, escudándose en la bondadosa e inofensiva figura del gabán.
He ahí el sentimiento de la llaneridad, una manera de preponderar el gentilicio de la patria chica del llano, el lar nativo o el terruño; y es que la poesía musical llanera es el último género garante de la vigencia de nuestras costumbres y tradiciones perdidas, la mayoría de ellas, en la maraña del fenómeno civilizador, vorágine que ha consumido la identidad de los pueblos hasta lo más profundo de sus raíces; sin embargo, para fortuna nuestra (de los llaneros) todavía quedan exponentes de ese gentilicio, y Joel Hernández es uno de ellos. Su amplia obra nos permite, además de recrearnos en el las armonías que generan el arpa, el cuatro, las maracas, el bajo y la bandola, familiarizarnos con la condición de tantos llanerazos venezolanos; con las llanerías que estos ejecutan, conformando con ello ese espectro conocido como LLANERIDAD, fuente inagotable de memorias latentes en el colectivo del llano, en las canteras de la oralidad, donde sobrevive el verdadero sentimiento del hombre, fenómeno de heredad, de generación en generación, alimentando por siempre la fuente de la literatura escritaPor Yorman Tovar.
Espero que disfruten de este trabajo de investigación que nos adentra en las peculiaridades del llano y sus llaneros. Hasta una próxima entrega.
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