La bachata era más estruendosa de lo habitual. A través de la ventana, el mar de Macuto y su olor a sal. Un grupo de estudiantes arribó la unidad, con el chacharear particular de los jóvenes "encompinchaos". Las críticas al gobierno, en bocas inocentes y populares, comenzaron a tomar protagonismo. El tono era sarcástico, hiriente y colmado de insatisfacción. "Este gobierno es una mierda. No hay comida, no podemos comprarnos zapatos, no puedo ir al cine... Ni siquiera puedo sacar a mi novia a pasear", expresó uno de ellos. Los compañeros no tardaron en acompañar sus opiniones, que se tornaron en ofensas para un simpatizante de la Revolución Bolivariana. La separación se hizo evidente; era densa como la sangre.
Volteó el torso hacia los últimos puestos, con la mirada iracunda. Sus palabras incurrían en la defensa de un régimen, que según él, había humanizado las sillas gubernamentales. La cuarta había sido un infierno. Si sufríamos de una crisis humanitaria declarada por organismos internacionales, la realidad era mejor ahora; y los culpables de las fallas de la Revolución Bolivariana eran los gringos y los participantes de "la derecha". Inmediatamente, todos los que arribábamos el colectivo reflejamos risas contenidas. Nadie atendía a sus argumentos más que para comprender cómo funcionaba la lobotomía generada por la propaganda, y sobre todo, sustentada por la ignorancia. La reyerta no tardó en aparecer. Una oleada de insultos iban y venían, de parte y parte, hasta que noté un rostro de revancha en él. Era el gesto de quien admite una derrota con el arma bajo la camisa... Y con sed de venganza.
El enfrentamiento no alcanzó medidas alarmantes hasta que el "revolucionario" se bajó del autobús. Estallaron las carcajadas por sus excusas indigeribles, por su actitud de foca que aplaude al Dios del Pescado. Estaba sentada detrás de una de las estudiantes. Mi actitud era distraída como es costumbre, aunque intuía que algo tramaba porque se acercaba con un ademán de violencia. Al centrar mi atención en su figura, vi cómo se aproximaba a la ventana de una de las liceístas que se atrevió a juzgar al régimen. Sacó del bolso deportivo un cuchillo de carne -¡de tamaño considerable!-, exclamó improperios con la ira que enceguece e intentó atravesarlo en el brazo de la muchacha. Por el avance de la unidad, sólo alcanzó a meterlo en mi ventana abierta. Eché mi cuerpo hacia atrás, con el corazón acelerado y la consciencia en estado de shock. Mis reflejos me salvaron de ser una víctima del verdugo llamado "fanatismo".
Lo dejamos atrás, pero él siguió andando con su cuchillo revolucionario... Apuntando a quien intentara desafiar sus ideales de humanidad, intentando acuchillar a quien desconfiara de su razón. "Eso es la Revolución Bolivariana señores...", concluyó uno de los estudiantes. "¡Al que no esté con ella, cuchillo por esa jeta!". Y tenía razón.