#Venezuela: El lujo del asalariado 'ladrón'

¡Hola! Soy Verónica Fernández, una venezolana más buscando formas de desarrollar emprendimientos a partir de la cualidades que tenemos para subsistir.

Soy nueva y, sinceramente, no tengo muy en claro qué se debe hacer o no en Steemit. Tampoco tengo amplios conocimientos en cómo abrirse un campo para ser leído, pero me encantaría que dedicaras un minuto a leerme sin cerrarte a la experiencia.

Este post, es un pequeño relato de lo que me sucedió el pasado sábado, 2 de marzo:

Dentro del alocado universo que se ha vuelto mi amada Venezuela tras dos décadas de maltratos y humillaciones, que nada tienen que ver con jueguitos fetichistas, que un asalariado se permita una comida en la calle es verdadero privilegio. Un lujo. El lujo.

Bueno, ese lujo decidí dármelo esta semana. Era fin de mes y nos llegó el tan anhelado e inalcanzable sueldo -muy por encima de lo que es el sueldo mínimo, que se ubica en 18. 500 bolívares soberanos para este #4 de marzo, y muy por debajo del costo de la canasta alimentaria básica- y junto a mi actual pareja, tomamos la iniciativa de salir a cenar, pues nos habían pasado varias "fechas importantes" y no lo habíamos podido celebrar.

Un par de mensajes van y vienen hasta que llegamos a un acuerdo: comeríamos sushi. Él no lo había comido pero es de buen paladar, mientras que a mí ¡me encanta! Durante mi adolescencia comía seguido, pues el régimen del chavismo no estaba tan "metastásico".

Una vez que escogimos qué queríamos comer llegó un nuevo dilema ¿dónde? Lo único certero que teníamos pensado era que debía ser en el sitio más económico, por lo cual comenzamos a hurgar en las redes sociales de perfil en perfil hasta dar con un sitio que reunía el requisito de las tres "B" (bueno, bonito y barato): Hellosushi.

Se trata de un pequeño lugar donde va la clase media baja de ciudad, pero con comidas bastantes buenas. El punto es que lo pasamos bien, porque ambos disfrutamos de la compañía del otro, pero ¡ya va!

Me adelanté un poco y se me olvidó comentar que, normalmente, vestimos deportivos pues somos periodistas pero por las tardes entrenamos (con membresía gratuita en un buen gym de #Maracaibo, estado #Zulia), entonces para este día nos pusimos de acuerdo en ir con camisa y mocasines, sandalias y maquillaje, él y yo, respectivamente.

Sinceramente, hicimos lo que pudimos. Los dos tenemos la dicha de darle prioridad a los buenos temas de conversación más allá del atuendo que luzcamos, pero este día queríamos adobar un poco el menú, ustedes comprenden... El caso es que, llegamos muy bien vestidos, más que los de traje gótico que estaban a la derecha y los que venían de la piscina. Aún así, fuimos el centro de atracción visual para los camareros.

Tal parece que ser un asalariado y que se note, es suficiente razón para que te tomen como una persona deshonesta. ¿Por qué digo esto? Pues mira:

Todo venía color de rosa. Entramos al lugar, escogimos una mesa y el mesero nos abordó. Preguntó qué deseamos y nosotros dimos nuestra orden, luego de discutir ciertos aspectos de textura y mezclas.

Él servidor se marcha y la emoción nos embarga por experimentar algo distinto, hasta que la burbuja se explota con el camarero dabdo un montón de excusa y recitando un letargo de mentiras memorizadas para inducir a las personas como nosotros, pobres, a que paguen rápidamente y así garantizar que no te estafarán.

Evidentemente, esto no pasó desapercibido para mí, que aún cuando conversaba alegremente con mi tortolo, pude notar que las otras personas en el lugar pagaron al terminar su comida, como es lo normal.

Ahora bien, yo me pregunto ¿cómo podemos exigirle a un reportero que no haga un chiste (caso Canal Caracol), a un Ecuatoriano que nos maltrate (caso xenofobia) o Nicolás Maduro que no nos controle con comida (caso día a día), si entre nosotros mismos no nos damos el respeto que nos merecemos?