Hay algo casi mágico en sostener una cinta o cartucho viejo de algún sistema olvidado, objetos que en su tiempo eran herramientas de diversión, pero que ahora se han convertido en cápsulas del tiempo que conectan generaciones. Para muchos coleccionistas, buscar esos viejos tesoros es como buscar una parte perdida de su infancia, una forma de volver a ese momento en el que las tardes lluviosas frente al televisor eran la mejor manera de escapar de la realidad. Y es ahí, en esa nostalgia, donde reside la verdadera motivación para coleccionar.
Pero, como sucede con cualquier bien preciado, lo que alguna vez fue simplemente un pasatiempo inocente y un ejercicio de preservación cultural, se ha visto envuelto por la inevitable sombra de la especulación. Lo que comenzó como un pequeño nicho de coleccionistas que buscaban sus antiguos juegos para rememorar viejas aventuras, ha dado paso a subastas astronómicas, precios inflados y especuladores que ven en estos videojuegos retro una oportunidad para llenar sus bolsillos más que sus corazones.
Los precios de algunos juegos, como ciertos títulos raros de Neo Geo o versiones limitadas de juegos de NES, han alcanzado cifras absurdas, lo que ha generado una especie de fiebre del oro digital. Un cartucho que en los años 90 tal vez habrías comprado en un mercadillo por 5 euros ahora puede costarte cientos, si no miles. Aquí es donde la nostalgia se entrelaza con la ironía, porque lo que antes era accesible para cualquier jugador de barrio hoy parece estar al alcance solo de quienes tienen una cartera lo suficientemente gruesa para competir en estas guerras de ofertas.
Y es que, como todo lo que toca el mercado, los videojuegos retro se han transformado en un objeto de deseo, no solo por su valor sentimental, sino por su potencial financiero. Estos especuladores no buscan revivir viejas glorias en 8 bits, sino sacar provecho de un mercado que, alimentado por la nostalgia y la escasez, sigue inflando los precios hasta límites ridículos. El coleccionismo, que solía ser un espacio íntimo de recuerdos y emoción, ahora es también un campo de batalla en el que las subastas online son ganadas por los que pueden y no por los que aman.
Sin embargo, los verdaderos coleccionistas — esos que siguen buscando en los mercadillos, que intercambian con amigos y que todavía se emocionan al encontrar un juego olvidado en el fondo de una caja polvorienta — resisten. Para ellos, el valor de un juego no está en su precio de mercado, sino en lo que representa. El tacto de un viejo mando, el sonido de una cinta cargando, esas pequeñas cosas que los transportan a un tiempo donde lo más importante era simplemente pasarlo bien.
Quizás la mejor ironía de todo esto sea que, al final del día, por mucho que los especuladores traten de ponerle precio a la nostalgia, lo que realmente mueve a los coleccionistas es algo que no se puede comprar: la memoria, esa tinta indeleble que quedó grabada en cada uno de esos píxeles que aún sobreviven al paso del tiempo.
La ironía de la especulación: ¿Coleccionar o preservar?
Mientras el mercado sigue inflando los precios, un problema mucho más profundo se está gestando, uno que amenaza con borrar una parte significativa de nuestra historia cultural y tecnológica: la preservación de los videojuegos retro. En un mundo ideal, cada cinta, cartucho, consola y manual de instrucciones sería tratado como una reliquia de un pasado que merece ser preservado para futuras generaciones. Sin embargo, la realidad es mucho más complicada.
Cuando los especuladores elevan los precios, no solo están creando una barrera de entrada para los nuevos coleccionistas, sino que también están dificultando el acceso de los archivistas y conservadores que buscan digitalizar y preservar estos juegos para que no se pierdan en el olvido. Muchas de las copias físicas de títulos raros, sobre todo aquellos en formato de cartucho, se están quedando en manos de inversionistas cuyo interés principal es el valor monetario del objeto, no su preservación cultural. De este modo, los juegos se almacenan, a menudo sin ser jugados o disfrutados, en lugar de estar disponibles para el disfrute de la comunidad.
Y lo más alarmante: la fragilidad de los medios físicos. Los cartuchos y discos tienen una vida limitada, y sin los esfuerzos de preservación digital, muchas de estas piezas podrían perderse para siempre. No es solo cuestión de coleccionar, sino de proteger un legado. A medida que el tiempo pasa, las consolas originales se degradan, las baterías internas de los cartuchos mueren, y los discos se vuelven ilegibles. Sin iniciativas activas de preservación, como las llevadas a cabo por comunidades de emulación y archivistas digitales, gran parte de este patrimonio cultural se desvanecería.
Aquí, la especulación se convierte en un enemigo silencioso, pues en su afán de convertir los videojuegos retro en objetos de lujo, está poniendo en riesgo la posibilidad de que se preserven para las generaciones futuras. Paradójicamente, mientras más alto suben los precios, más lejos estamos de garantizar que estos juegos sobrevivan a su propio medio. ¿Cómo se puede preservar algo que está fuera del alcance de quienes tienen la capacidad técnica para hacerlo?
Afortunadamente, existe una resistencia. Comunidades de aficionados y voluntarios han tomado la misión de preservar digitalmente estos juegos mediante emuladores y dumps de ROMs, asegurándose de que, aunque los medios físicos se deterioren, la esencia del juego — ese código que nos hizo soñar y emocionarnos — siga existiendo en el vasto mundo de lo digital. No obstante, estas prácticas a menudo chocan con barreras legales impuestas por las mismas compañías que ven sus juegos como productos más que como artefactos culturales. Esto plantea la pregunta: ¿es más importante preservar el legado cultural de los videojuegos o proteger los intereses comerciales de empresas que, en muchos casos, ya han dejado de producir esas consolas y juegos?
La preservación de los videojuegos retro es algo más que la suma de consolas, cartuchos, cintas y discos. Es la protección de una parte esencial de la cultura popular que, para muchos de nosotros, marcó una época. Pero mientras la especulación siga gobernando el mercado, la preservación tendrá que luchar por mantener viva esa memoria, resistiendo en las sombras como una última línea de defensa ante el olvido.
Mi pequeña colección y la gran paradoja de la nostalgia
El coleccionismo de videojuegos, al menos para mí, no tiene nada que ver con el valor económico. Es una cuestión puramente sentimental, una forma de reconectar con las emociones y recuerdos que aquellos juegos guardan como si fuesen cápsulas del tiempo. No es solo tener los cartuchos o cintas ahí, sino volver a contemplar esas carátulas que me transportan de vuelta a mi pequeño cuarto, donde jugaba con mis colegas del barrio, o a la casa de mis amigos, donde pasábamos tardes enteras frente al televisor.
Mi colección es modesta, y probablemente no valga una fortuna. La mayoría de los juegos que tengo pertenecen al MSX, un sistema que, aunque no sea de los más valorados en el mercado de coleccionistas, tiene un lugar especial en mi corazón. Algunos de los títulos que conservo quizá tengan algo de valor económico hoy en día, pero lo cierto es que eso me resulta irrelevante. Lo que me importa es el viaje emocional que cada uno de esos juegos representa.
Cada vez que vuelvo a uno de esos títulos, no solo estoy reviviendo un juego. Estoy reviviendo un fragmento de mi vida. Recuerdo el momento en que conseguí mi primera cinta, la emoción de ver cómo cargaba, la pantalla de bienvenida del MSX al encenderse. No me importaba entonces, y no me importa ahora, si la caja estaba desgastada o si el manual ya no estaba (bueno, un poco sí que me importaba 😁). Lo que realmente me importaba, era la sensación de descubrir nuevos mundos, de sumergirme en aventuras pixeladas que me alejaban de la realidad.
Y aunque hoy en día los precios de algunos juegos suben a cifras desorbitadas y los especuladores parecen haberse adueñado de este hobby, sigo aferrado a la verdadera razón por la que empecé a coleccionar: los recuerdos. Para mí, esos cartuchos y cintas no son objetos de lujo, sino pedazos de una vida que, de alguna manera, siguen ahí, esperando ser revividos. Mi colección es modesta, sí, pero cada pieza tiene un valor incalculable para mí, porque me recuerda quién fui, y quizás, quién sigo siendo.
Así que, aunque el mercado siga inflándose y los especuladores sigan viendo estos objetos como inversiones, siempre habrá un lugar para los que, como yo, coleccionan por el simple placer de recordar y volver a vivir aquellos momentos mágicos que solo un videojuego retro puede ofrecer.