A pasado bastante tiempo, diríamos que fueron meses, semanas, días, tiempo es tiempo...
de aquella partida donde todo me resulta extrañamente nuevo, a través de tu ausencia el mundo se reconfigura ante mis ojos.
Y es en estos últimos años que redescubrí el amor contigo, reafirmé que el amor no lo puede todo, pero aprendí que lo contiene todo. Gracias por permitirme cuidar de ti, me convertí en tu enfermero-hijo, de tu primogénito a pasar a darte tanto amor y cariño a tiempo completo y más, porque allí y solo allí fue que aprendí a proporcionar los cuidados paliativos para el cuerpo, y a su debido tiempo, para el alma, para el espíritu, y que cuando se agotaron las esperanzas. Gracias a ti descubrí una fortaleza inquebrantable y una tranquilidad absoluta a pesar del dolor. Agradezco haber tenido la fortuna de ser tu hermana, gracias por tanto. A la distancia, me sigues iluminando con tu alegría, tuviste una vida plena y ahora me toca honrarla de la misma forma. Vuela alto, y siempre estarás presente en tantas formas.
Porque aprendiendo a cuidarte es que aprendí más de mí mismo y de lo que es amor de los hijos mayores por sus ancianos padres.
Dios es generoso y virtuoso, porque a pesar del cansancio y del sueño muchas veces.... tuvimos tanto tiempo que se compartió.
Bendiciones viejito querido.