PRIMERA PARTE DE MI OBRA LAS VIRTUDES EL CAMINO HACIA LA PERFECIÓN MORAL Y ESPIRITUAL DEL HOMBRE
La Conciencia Moral
Como conciencia se define el conocimiento que un individuo tiene de sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos. La conciencia es la capacidad propia de los seres humanos de reconocerse a sí mismos, de tener conocimiento y percepción de su propia existencia y de su entorno. En este sentido, la conciencia está asociada a la actividad mental que implica un dominio por parte del propio individuo, sobre sus sentidos.
Así, una persona consciente es aquella que tiene conocimiento de lo que ocurre consigo y en su entorno, mientras que la inconsciencia supone, que la persona no sea capaz de percibir lo que le sucede, ni lo que pasa a su alrededor.
También podemos considerar la conciencia, como el fenómeno cognitivo donde hace que el individuo se conecte con la realidad moral que vive, determinando un juicio categórico de bien o mal, lo que suele llamarse por algunos autores estados incrementados de conciencia. Siempre la conciencia nos lleva a examinar nuestros actos y, cuando esto ocurre, estamos hablando de un examen de conciencia, donde recordamos con procedimiento de juicio todos los actos, que han pasado por nuestra mente o si con nuestra lengua hemos pronunciado palabras que comprometan nuestro bien moral.
Conciencia también tiene una connotación en cuanto sentido del deber, como reflexión sobre la conducta y sobre los propios actos. Moralmente, la conciencia es considerada como la forma superior, propia solamente del hombre, del reflejo de la realidad objetiva. Esta constituye un conjunto de procesos psíquicos que participan activamente, en el que conduce al hombre a comprender el mundo objetivo y su ser personal. Surge en relación con el trabajo del hombre, con su actividad en la esfera de la producción social, y se halla indisolublemente vinculada a la aparición del lenguaje, que es tan antiguo como la conciencia. Esta es considerada como la luz de las acciones del ser humano y aportarte de una satisfacción moral o de profundo remordimiento.
La misma sirve para medir nuestros actos, comparando las causas y consecuencias de los mismos, por el uso de las distintas manifestaciones propias del individuo. El grado de conciencia imperante en el individuo, identifica la aceptación o no de sus actos, porque estos son medidos por ella. La conciencia se halla estrechamente vinculada al deber.
El deber cumplido produce la impresión de conciencia buena, la infracción del deber va acompañada de dolor y angustia, y constituye una poderosa fuerza interna de perfeccionamiento moral del ser humano. La intervención de la conciencia en nuestros procedimientos, es una necesidad de la razón, para poder proyectarse hacia lo positivo o negativo de los distintos fenómenos morales, que regulan la cotidianidad del ser social. Ella dirige el interior del individuo hacia el fin esencial de la apreciación moral de su comportamiento.
Todos los humanos tenemos derechos a la libertad de actuar, pensar, opinar y tomar decisiones para enriquecer nuestro comportamiento moral.
Clases de conciencia de acuerdo a los valores Morales del hombre.
Aunque hay varias clases de conciencia, aquí me ocuparé solamente de la conciencia moral y la definimos como ese sentimiento de juicio presente en lo íntimo de la persona, es un juicio de la razón, que en el momento oportuno, impulsa al hombre a hacer el bien y a evitar el mal. Gracias a la conciencia moral, la persona humana percibe la cualidad moral de un acto a realizar o ya realizado, permitiéndole asumir la responsabilidad del mismo. Cuando se atiende a la voz de la conciencia moral, el hombre prudente siente el juicio interno que le habla y lo lleva a la apreciación de sus actos.
La dignidad de la persona humana, supone la rectitud de la conciencia moral, es decir, que esta se halle de acuerdo con lo que es justo y bueno, según la razón y la ley de Dios. A causa de la misma dignidad personal, el hombre no debe ser forzado a obrar contra su conciencia, ni se le debe impedir obrar de acuerdo con ella.
Toda persona debe obedecer siempre al juicio cierto de la propia conciencia, la cual, sin embargo, puede también emitir juicios erróneos, por causas no siempre exentas de culpabilidad personal. Con todo, no se justifica a la persona el mal cometido por ignorancia involuntaria. Es necesario, por tanto, esforzarse para corregir los errores de su conciencia moral.
La conciencia moral se divide en varios tipos, veamos brevemente cada uno de ellos:
Cierta o verdadera: si sus dictados se adecuan a la ley de Dios; pero antes de entrar en materia sobre este concepto de la conciencia cierta y verdadera, debo aclarar la diferencia que guarda la una de la otra:
La conciencia cierta. Es cuando subjetivamente uno cree que está en la verdad; pero puede que lo esté o que no lo esté.
Conciencia verdadera. Es cuando objetivamente uno cree que está realmente en la verdad y lo está.
Por la limitación humana puede ocurrir que un hombre esté covencido de algo que no sea verdadero. Por eso mismo, hay que buscar tener una conciencia recta o verdadera.
Falsa: en este caso se juzga sin bases, sin prudencia y puede ser:
Conciencia estrecha. Cuando actúa con ligereza y sin razones serias, afirma que hay pecado, donde no lo hay o lo aumenta. Este tipo de conciencia juzga a una persona por un simple comentario.
Conciencia escrupulosa. Para este tipo de conciencia todo es malo. Es opresiva y angustiante pues recrimina hasta la falta más pequeña, exagerándola como si fuera una falta horrible. Siempre piensa que hay obligaciones morales donde no las hay.
Conciencia laxa. Es lo contrario de la escrupulosa. Este tipo de conciencia minimiza las faltas graves haciéndolas aparecer como pequeños errores sin importancia. En este caso, se actúa con ligereza, se niega el pecado cuando lo hay o minimiza su importancia.
Conciencia perpleja. Es la que ve pecado tanto en el hacer algo o en el no hacerlo. Es muy común ante las decisiones económicas o políticas. Es la que piensa quiero ayudar a los enfermos; pero si lo hago voy a quitarle algo a mi familia
Conciencia farisaica. Es la que se preocupa por aparentar bondad ante los demás, mientras en su interior hay pecados de orgullo y soberbia. Es hipócrita, quiere que todos piensen que es buena y eso es lo único que le importa. Un ejemplo concreto de este tipo de conciencia lo podemos apreciar en San Lucas 18.9 cuando Jesús expone la parábola del publicano y el fariseo:
A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:
Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
Cuando la conciencia está fortalecida, las acciones del individuo son analizadas, midiendo la responsabilidad de las mismas; haciendo la observancia intrínseca de lo que debemos hacer para bien y lo que no debemos efectuar, sintiendo remordimiento, llegando a los sentidos, la percepción de responsabilidad que pone limite a nuestras acciones inmorales.
Cuando todo lo anterior ocurre surge un pensamiento en nosotros…
¿Qué debo hacer…?
¿Cómo lo debo hacer…?
y esto, nos lleva a una reflexión exhaustiva y profunda que deja a un lado el anhelo errado de actuar y nos motiva a disfrutar de las vivencias positivas de nuestro comportamiento.
La intervención de la conciencia en nuestros actos, es una necesidad de la razón para poder proyectarse hacia lo positivo o negativo de los distintos fenómenos morales que regulan la cotidianidad de nuestro ser moral.
De acuerdo al anterior argumento, basado en la razón absoluta de la eficacia del pensamiento, este tipo de conciencia es la que se duele antes de cometer el acto o la acción. Aquí debe sobresalir el dominio propio, para que el impulso de la materia, sentimientos y apegos carnales, no sean superiores al principio supremo de entender y comprender lo plausible, haciendo uso de la razón dueña de los fenómenos determinativos de la verdad absoluta.
La razonabilidad es del ser guiado por la conciencia, que lo orienta y persuade en la comprensión del bien moral y, entonces, podemos aplicar el concepto de conciencia antecedente, porque ayuda a evitar los errores, para enfocarnos hacia la valoración perfecta de cada una de nuestras ideas antes de actuar; generando experiencias en el comportamiento renovador de nuestros valores; usando el sentido de pertenencia y razonabilidad, juzgando lo bueno como bueno y lo malo como es, midiendo correctamente nuestras actuaciones.
La mayor proyección moral para valorar la esencia de nuestros procedimientos, sin perjuicio alguno, es la conciencia viva, ya que esta nos impulsa a actuar con el cabal razonamiento del bien y el mal. Cuando el remordimiento llega por el juicio preciso de la viva conciencia, nace el fenómeno del arrepentimiento, sentimiento propio del bien moral; resultado del hombre que ha conocido su error.
El arrepentimiento nos impulsa a levantarnos de las caídas, hasta conquistar los méritos perdidos, en plena satisfacción de una conciencia moral perfecta.
Para un verdadero arrepentimiento hay que hacer uso del razonamiento, discurriendo y analizando las acciones que ya hemos realizado y que llevan a juicio de culpabilidad nuestro ser moral.
En el arrepentimiento actúan dos juicios, uno de culpabilidad y otro de libertad, los cuales originan, en el hombre interior, culpado, un choque de remordimiento, por la posible causa del fenómeno moral, es decir, los actos que lo llevaron a cometer el error, formalizando un remordimiento, preguntándose qué debe hacer para borrar de su interior, el juicio moral de su procedimiento; pero para eso, debe remediar la victima de su error que puede ser otra persona o su propio ser moral.
Mientras que en nuestra razonabilidad haya un concepto claro, objetivo y trascendente, surgirán deseos inteligibles que nos llevaran a actuar con transparencia, adquiriendo experiencias determinantes e inmutables, para nuestra superación de ser moral.
Para una mayor comprensión de la plena verdad, frente a un juicio moral serio e influyente, debemos entender que cuando el individuo juzga la acción, en conformidad con los principios objetivos de la moralidad, lo lleva a entender la verdad. Como es bien sabido, la verdad es la adecuación del entendimiento a la realidad de las cosas. Cuando esa adecuación falta, se produce el error. Así la conciencia verdadera sería cuando basa su conclusión en principios morales y hace un razonamiento en conformidad con esta.
En el caso del orden práctico habría verdad práctica, es decir moral, cuando se da adecuación entre el juicio correcto y la voluntad recta o buena. Se producirá así un círculo virtuoso, entiéndase no vicioso, porque estamos hablando de una valoración moral que genera fenómenos circundantes, nacidos de la práctica de hechos morales positivos, pues cuànto más se logre esa adecuación, más recta será la verdad, frente a un juicio práctico y verdadero.
En otros términos, si nuestro criterio de ordenación, es en razón a la valoración de la acción a la luz de los principios morales, actuaría con conciencia verdadera, es decir, juzgaría de acuerdo a los principios morales.
Un claro ejemplo de conciencia verdadera lo encontramos en
1 Pedro 3:16, “Teniendo buena conciencia, para que en aquello en que sois calumniados, sean avergonzados los que difaman vuestra buena conducta en Cristo.”
Toda esta apreciación del concepto de la conciencia moral, enfocado en el acierto de la verdad, contrasta con el vicio moral de la conciencia errada, la cual juzga la acción equivocadamente, es decir, confunde lo malo con lo bueno. Juzga sin bases y sin prudencia. Un ejemplo de esto, es cuando se piensa que si alguien fue violada, es lícito que aborte; si alguien está padeciendo hambre puede robar, es decir, justifica las acciones apoyado en unas causas que las considera justas, según su apreciación moral, basando su percepción ética en el principio del maquiavelismo donde se afirma que el fin justifica los medios.
Un caso concreto de conciencia errónea, lo encontramos en Génesis 37.19-20, cuando los hermanos de José conspiraron contra su vida, justificando su procedimiento en los sueños que este joven tenía, en los cuales se había fundamentado su odio y envidia hacia él.
Quiero entrar en breve comentario, sobre otros tipos de conciencias que algunos estudiosos han querido definir y, uno de ellos es la conciencia psicológica y es la que nos lleva a darnos cuenta de la presencia de sí mismo; de las cosas y los hechos que se encuentran fuera del yo, y de la reflexión resultante de los propios actos y de las realidades existentes en el mundo que nos rodea, por la falta de procesos concretos, haciendo uso de métodos, continuos que transforman al individuo, porque así lo exigen los fenómenos circundantes en la sociedad, a lo que damos el nombre de toma de conciencia, proyectándose en el ser, a raíz de esto, da el origen de una conciencia social, llamada conciencia sociológica.
Una conciencia aniquilada por sus defectos, no deja tener buenos amaneceres a su dueño, porque sus puñaladas son tan profundas que lo hacen sangrar de remordimiento.
Para enriquecer nuestra autoconciencia debemos hacer uso del medio que nos rodea; facultad moral de juicio, razonables y auto crítica y, así, poder construir la realidad pronta de la relación hombre sentimiento de culpa.
El hombre débil de conciencia siempre se convierte en autómata de lo antimoral, siendo una antorcha que no brilla con luz propia, carece de intuición para obtener la libertad de proceder de acuerdo a las normas morales plausibles, dentro de un conglomerado socialmente establecido. Vive de la apariencia y de las contradicciones morales, impulsado por falta de una percepción crítica y cuestionable a su comportamiento. La buena conciencia encamina al hombre a la perfección moral, es decir, aplica principios, normas y reglas de comportamiento intrínsecamente comprensibles, por el grupo social de la cual hace parte.
Los principios morales en una persona están determinados por la sociedad que traza las pautas necesarias, de acuerdo al grado de moralidad que la caracterice, porque así como hay grupos sociales con reglas de moral loables, frente a los principios de la valoración moral por excelencia, también hay mazas con principios morales deplorables, frente a las reglas morales universales.
Todo esto, nos hace aceptar que las reglas de moralidad establecidas en todas las sociedades no son homogéneas, porque de acuerdo a las regiones, pululan ciertas costumbres o comportamientos morales que son incompatibles con la esencia moralista de otros sectores de la sociedad. Esto se debe, muchas veces, a ciertas condiciones políticas, culturales, o económicas que enmarcan la realidad social, con consecuencias puramente morales. También puede encontrarse, en ciertos grupos sociales, tipos de aberración que en su núcleo lo admiran y practican como principios loables de sus costumbres, pero que en la universalidad de las normas morales son repudiables.
Podemos mirar como ejemplo de esta apreciación, la aberración del homosexualismo, defendido en estos últimos tiempos, por la mayor parte de las naciones; pero que por naturaleza, no es concebible con las normas morales trazadas por Dios; y a pesar de esto, muchos la defienden por intereses ante una conciencia depravada y sin valoración, tratando de modernizar la moral y la conciencia, sabiendo que estas dos jamás podrán sufrir mudanza ni variación alguna, porque son manifestaciones rectamente de la pureza del ser, por ese sentido de pertenencia espiritual que Dios le infundió desde el principio de la creación.
El comportamiento moral de las personas hay que mirarlo desde el punto de vista objetivo, dirigido por la premisa del bien o el mal. En este caso las normas morales universales, se convierten en exclusivistas, de acuerdo a la pluralidad de costumbres y acciones de cada uno de los pueblos y, en muchos casos, del individuo en particular, por cierta tendencia de relativismo moral donde el bien y el mal se encuentran como conceptos e influencias variables, de acuerdo a determinada época o tipo de sociedad influyente. No obstante en esta apreciación, hay una línea intermedia, donde todos debemos conducirnos hacia comportamientos morales que nos identifiquen como hombres de bien; esto es, practicar las costumbres que mejor se acoplen a la sociedad, abnegada por acciones procedentes del bien, apoyado en lo moral que se debe sustentar con el respeto entre los hombres.
La vida como forma de movimiento de la materia, es la principal peculiaridad de la esencia del ser pensante, con rasgos y principios característicos, que deben estar sometidos a los modales y costumbres sanas de la sociedad, proyectada hacia el bien moral, apoyado en esa concepción del gran pensador Engels, que define la vida como la modalidad de la existencia y el intercambio constante de sustancias, con la naturaleza externa que nos rodea. Y esta influye también en el comportamiento del individuo. Debemos entender la moral como la grandeza plausible de la existencia humana, porque la sabiduría de lo moral, es la razón de ser de la valoración del hombre, con razonamiento de viva conciencia.
La vida es la existencia, en el efecto profundo que produce como fenómeno existencial, porque ella se fundamenta en la esencia del efecto que produzca la valoración de cada comportamiento, frente a las normas morales medida por la conciencia. La falta de valoración a nuestros principios y deberes morales, nos llevan a no reconocer los derechos que imperan en la esencia de nuestra valoración moral, como individuo social por excelencia. Quienes no tienen un alto grado de valoración marcado por sus principios morales, no pueden estimarse y estimar a los demás.
Hemos hablado un poco de la percepción moral, que debe tener toda persona que razona conforme los atributos del bien y, también hay otro principio moral universalmente valido y este es la justicia. Principio ético que expresa una valoración moral de los fenómenos sociales de gran valor dogmático, que en su fondo no acepta discusión, de ser o no ser aplicable. Es un principio que demanda libertad, valor este que se enmarca en las teorías filosóficas que predican la relación entre las actividades del hombre, y las leyes objetivas de la naturaleza y la sociedad. Su aplicación valora la responsabilidad de las acciones morales del hombre, pues la justicia engendra libertad y, esta, es coherente con la razón.
La libertad tiene explicación científica y su necesidad es fundamental, en el desarrollo moral del hombre. De acuerdo a este concepto, hay que aclarar que la libertad tiene unas normas apoyadas en principios dialécticos, y reconoce la necesidad objetiva en ciertas tendencias y criterios, nacidos de antagonismos sociales, por la necesidad de ordenar unos pueblos con sus propias leyes, dependientes de unos ajuste morales.
Al hablar de libertad encuentro la forma de hacer entender al lector la posibilidad de elegir voluntariamente sin coacción externa con conocimiento del hecho, antecedentes y consecuencias. El conocimiento que aquí enfoco es el proceso en virtud del cual, la realidad se refleja y produce el pensamiento humano, originado en la intuición de los sentidos a través de la razón; dando una justa valoración moral a cada acción, propia de la idiosincrasia del individuo, sujeto a unos principios y leyes morales, establecidos por la sociedad y el Estado con base en una verdad objetiva, adquiriendo saber, asimilado conceptos propios de la verdad absoluta.
La libertad busca la transformación a través del conocimiento, indaga los fenómenos sociales y sus consecuencias, basado en la observancia de normas abstractas y la práctica de la justicia. Mientras que el conocimiento es un valor de la justicia moral, relacionado con la verdad, pues sin esta no hay conocimientos discutibles; ella es la esencia del conocimiento. De acuerdo a esta apreciación, debemos mirar la verdad como producto de aplicación de la justicia, en el ordenamiento de criterios y procedimientos que orientan al hombre a examinar y clasificar en el bien o en el mal, cada una de sus acciones.
Hombre libre es aquel que ama, enseña y practica la justicia, guardando la relatividad entre las normas morales establecidas por el Estado, la sociedad y la responsabilidad de sus acciones, porque la justicia en su apreciación moral, invita a actuar al hombre como lo demande la percepción que tenga de las cosas; pero sin menoscabar las condiciones establecidas por las leyes morales y espirituales.
La justicia como deber moral debemos aplicarla todos los hombres, amparado bajo un juicio también moral, donde actué la conciencia valorando el bien de los demás y el propio, como elemento de juicio comprensivo y persuasivo, apoyados en la razón de un juicio a conciencia. Para juzgar los actos y comprenderlos, debemos apoyarnos en otros actos que las condiciones universales determinan, amparados en criterios que en su conjunto conforman o determinan el juicio moral.
Reflexionando un poco en mi comentario sobre la justicia, apoyada en la libertad, debemos entender que todo hombre, considerado universalmente libre, debe buscar la libertad en la propia justicia moral, donde no se encuentren sentimientos apologistas de lo inmoral en palabras, procedimientos y costumbres. Hombre libre es aquel que valora sus acciones morales positivamente, considerándose el mismo, como el agente principal de su cuidado y prosperidad.
La justicia y la libertad moral se entrelazan, para no esclavizar la razón de las ideas en la inmoralidad social, por mera conveniencias de fenómenos circunstanciales, originados por apetitos económicos, políticos y, muchas veces, sociales, donde se apagan las expresiones de la ideas, matando la libertad y dando origen al libertinaje.
La libertad moral, conlleva a la comprensión de comportamiento moral de la sociedad en general, actuando con conciencia, apoyado siempre en el idealismo epistemológico, donde todas sus acciones son guiadas por la conciencia y la participación de sus sentidos y sentimientos.
El libertinaje es la apreciación errónea de la libertad moral, que hace el individuo en particular o de un grupo exclusivo, que traza condiciones limitadas, buscando principios individualistas, generadores de conflictos morales. En este caso la esencia principal del individuo o grupo, es la satisfacción de unos apetitos y desenfrenos que originan controversias sociales.
La realidad de todo èsta disertación, se apoya en que la actuación humana no puede sobrepasar las barreras de la incomprensión, es decir, no podemos comprender lo moral, si no hacemos uso de la conciencia, donde actúa el objeto cognoscitivo, frente a la experiencia obtenida, en la percepción de los fenómenos intrínsecos, razón de ser de la lógica como contenido fundamental del juicio, apoyado en el realismo de la libertad moral.
Es la ignorancia moral, la principal barrera para alcanzar la libertad espiritual del hombre, porque esta le impide identificar sus vicios y condición morales donde actúa.
Hay que buscar el supremo conocimiento de la moral, para obtener la libertad, actuando con justicia, buscando el reflejo de la realidad en Dios, reproduciendo en el pensamiento, la imagen persuasiva de los cambios morales que nuestra conciencia percata y buscar en la realidad objetiva acciones que satisfagan nuestro deber moral.
El hombre pregona una igualdad social, política y económica, apoyado en los principios de justicia social, la que demanda una solidaridad, que lo lleva a practicar unas normas con sentimientos de servicio social, basado en el bienestar del prójimo. El hombre es un ser de necesidades y la naturaleza de su entorno, también lo es, por eso debe haber en todo ser humano principios de solidaridad, ley objetiva de la naturaleza, proyectada hacia el bien de todos para todos.
La justicia social demanda servicio mutuo entre los hombres, principios de convivencia a través de la intuición como fuente autómata de servicio a la solidaridad; es por ello que, la solidaridad se define como la disposición de ánimo voluntario para sentir las necesidades de los demás como propias, en la alegría como también en la tristeza. .Los seres humanos somos solidarios por naturaleza, siempre hay algo que nos une, bien sea por motivos permanentes o circunstanciales. En este accionar del hombre distingue lo bueno de lo malo y aplica lo que conviene sin descuidar sus propios deberes para consigo mismo como ser social.
El valor moral, apoyado en la justicia y la verdad, nos invita a reflexionar en una doble respuesta de la valoración de cada concepto y buscar en la apreciación lógica de la razón, el conocimiento de la categoría de nuestros valores morales, analizando, investigando qué grado de valor poseemos y cómo nos estamos proyectando moralmente hacia los demás. Debemos siempre buscar la libertad moral, para poderla ofrecer y no servir de obstáculo en las otras personas, poniendo de barrera el mal comportamiento, como esencia de juicio de procedimiento, sin justo reconocimiento de la verdadera libertad moral.
En toda esta disertación podemos comprender lo justo y verdadero, que se puede aplicar en la búsqueda de la libertad moral con justicia. No olvidemos que la verdadera justicia se aplica cuando damos a cada quien lo que le corresponde, sin menoscabar derechos ajenos. En muchos casos la falta de educación moral, nos lleva al desprestigio de la justicia y de los valores, dejando atrás la concepción del ser solidario y generoso, sin la observancia de las consecuencias de la des valoración de la imagen social que hemos tenido y, la aplicación de sentimientos recíprocos, como alternativa de pudor, responsabilidad y decencia.
La justicia y la libertad, rechazan la corrupción y todas las acciones sin juicio exhaustivo de la conciencia, que causan daño a la sociedad, porque hay que reiterar que, justicia es el conjunto de acciones proyectadas a que respetemos a los otros y que estos nos respeten a nosotros.
El valor moral, producto de una exigencia social, obliga al hombre a tener una integración objetiva como razón mínima de su permanencia. Si no existiera la relación mutua entre los hechos de cada individuo y la sociedad, actuarían como entes aislados, sin fines y propósitos comunes. La moral construye en los hombres escrúpulos en sus actuaciones por el cumplimiento de sus deberes razonables y moderados. Sus actuaciones deben proyectarse siempre a una libertada moral.
El hombre es un producto de la moral social, es decir, debe ser consciente que su valoración moral está sujeta a normas y principios morales trazados y evaluados por la sociedad, donde actúa, como célula de la misma; aquí el ser moral como tal, debe producir moralidad buscando su propia superación y la de sus semejantes, haciendo uso del racionalismo y del empirismo mismo, normas y causas del conocimiento, que aunque se vean como antagonistas, son la esencia del aprendizaje y del saber. Esa esencia reciproca del buscar y el encontrar, genera en el hombre plena libertad y capacidad de autodeterminación.
Para que la libertad y la justicia vivan, en el individuo, debe existir una buena voluntad para ordenar y elegir sus actos, actuando sin impedimento, buscando su propia restitución donde se conjugue el yo quiero. En esta voluntad se debe poner por delante el deseo consciente para realizar acciones éticas y objetivas y conservar su vida moral frente a la sociedad.
La relación hombre sociedad y justicia libertad, lleva a la persona a trazar metas diversas, por esa necesidad de ser para ser y luchar para mantenerse. Engels afirma que el libre albedrío, no es otra cosa, que la facultad de tomar una resolución con conocimiento y causa, es decir, el carácter volitivo, acciones y actos de conducta con máxima claridad, en los casos en que el hombre, para alcanzar un objetivo, ha de vencer obstáculos exteriores e interiores.
De esta forma puedo afirmar que, la superación moral, es el resultado de la búsqueda de productos morales con caracteres lógicos y abstractos que sirven de medio para estructurar nuestras condiciones volitivas: normas y estrategias para resolver dificultades en la transformación que debemos encontrar, comprendiendo que la superación moral, la logran los hombres que tienen la verdad como base de la justicia, y la libertad como la razón de cada procedimiento positivo.
Para que todas estas apreciaciones de carácter moral, se desarrollen en la intuición de los sentidos, debemos apoyarnos y utilizar sentido de pertenencia y, a la vez, buscar la competencia para encontrar la superación, ya que la idea trascendental de la moral, es la confrontación objetiva de los hechos particulares de cada persona, con la razón y de esta con el conocimiento, para encontrar la certeza de la percepción ética, fundamental en el efecto de la misma, encontrando causas y consecuencias de nuestras acciones. Es bien sabido que el auto conocimiento que tengamos de nuestro procedimiento, ayudará en la evaluación y valoración de nuestro ser racional.
La libertad moral y, por ende, la justicia que esta engendra, impulsa a todo ser humano a buscar metas en beneficio de la sociedad. Siempre vive decidido sin importar las críticas de los mediocres, sin locomoción moral que no propugnan considerar que el mundo es bello en todos sus matices, si se apoyan en la objetividad de la vida moralista por excelencia. Todos los hombres deben perfeccionarse, haciendo uso de sus atributos morales: amor, generosidad, misericordia, voluntad, entre otros, para poder aplicar el principio moral de James Sully y George Eliot, en su teoría del “melionismo” que significa mejor, donde afirman que el mundo debe ser mejorado con el aporte de todos los humanos. La anterior concepción contrasta con el concepto reaccionario defendido por Schopenhauer y Edwardhartmarnn, quienes piensan que las cosas del universo son caducas y que no prestan ningún beneficio moral, porque tienden a desmejorarse. Para lograr la primera apreciación de el “melionismo” debemos hacer uso de la buenas relaciones sociales, donde podemos encontrar el equilibrio de nuestro comportamiento moral y balanceado, analizando y aceptando los conceptos ideológicos, que nos conduzcan a la perfección moral.
En la relación permanente individuo y sociedad, nace la verdadera libertad moral, para que cada persona aporte lo que quiere ser, lo que cree que le conviene y puede aceptar, trazando como elemento de juicio en la relación hombre sociedad, moral y libertad. No puede haber una verdadera integración social llena de libertad, si no hacemos uso de la caridad donde se enfoque el amor de Dios en la compasión al prójimo, haciendo morir la animadversión, nacida de la desintegración moral. La libertad moral nos incita, sin recelos ni perjuicios, al reconocimiento de nuestros actos con hechos objetivos, propios de la emotividad volitiva que nos conduce a actuar con pulcritud, sin temor de castigo. La conciencia moral es consciente de lo que se debe hacer y de lo que no se debe hacer, diferenciando lo bueno de lo malo. Miremos algunos textos bíblicos que nos aconsejan y nos invitan a gozar de este tipo de conciencia moral. Tenemos el ejemplo palpable de José frente a la esposa de Potifar.
También podemos considerar la conciencia como el fenómeno cognitivo donde hace que el individuo se conecte con la realidad moral que vive, determinando un juicio categórico de bien o mal, lo que suele llamarse por algunos autores estados incrementados de conciencia. Siempre la conciencia nos lleva a examinar nuestros actos y, cuando esto ocurre, estamos hablando de un examen de conciencia donde recordamos con procedimiento de juicio todos los actos que han pasado por nuestra mente o si con nuestra lengua hemos pronunciado palabras que comprometan nuestra valoración moral