All you need is love
Si algo puede describir la realización de la izquierda en Venezuela es el desvanecimiento de la sociabilidad. La revolución bolivariana se ha encargado, y vale tenerlo presente siempre, planificadamente, de crear un entorno hostil en todas las dimensiones posibles. La misión del comandante eterno, la suprema felicidad del pueblo, se traduce en operativamente en la sobrevivencia individual de la ciudadanía. Actualmente el venezolano debe lidiar con situaciones propias del siglo XIX tales como la búsqueda de agua corriente o esquivar enfermedades erradicadas como la malaria. La cultura, y con ella la sociabilidad, son concebidos por el bolivarianismo como actividades suntuosas, prácticamente inútiles para la vida. El socialismo del siglo XXI es indudablemente el socialismo de las cosas, prescinde de los seres humanos fundamentándose en la materialidad que le otorga el petróleo y el oro. Dicho con otras palabras: ni el pueblo ni el trabajo son necesarios para el desarrollo de la “revolución”, lo esencial es la extracción de los recursos naturales del país. En la Venezuela roja, rojita vivimos una versión magnificada de las relaciones frenéticas y frívolas que caracterizan la posmodernidad tal como apunta Bauman de Ética posmoderna. El encapullamiento se presenta como la solución a la animadversión aplicada por el gobierno bolivariano lo cual disminuye el estar primigenio social de Alfred Schutz, la relación cara a cara. Poco a poco pasamos del estar al tener. La amistad, situación social fundamental, se fundamenta en las portabilidades textuales e imaginarias y de tal forma, ya no estamos entre amigos, los tenemos. La creciente vida en red amplía las posibilidades de la desaparición social voluntaria. La presentación y narración virtual reducen la comunicación humana a la generación de información y búsqueda incesante por la actualización. Conocer al otro excluye cualquier forma de tacto conformándose con el nivel imaginario y los conflictos interpretativos que suscita este tipo de relación mediada.
En un plano más amplio, teórico para algunos, podría definirse la contemporaneidad como la era donde la fundamentación carece de sentido. Las posturas esencialistas se destiñen de cara a la creciente funcionalidad resultado de la expansiva racionalidad calculadora. La progresividad del funcionalismo, o el antiguo problema del utilitarismo en la sociología norteamericana del siglo XX, expresa la supresión de la humanidad por la objetualización del vivir. La razón calcula e instrumentaliza su entorno absoluto promoviendo la manipulación del mismo. La objetualización de la vida fomenta la evasión de la responsabilidad que manifiestan las relaciones sociales actuales. Los compromisos con el nosotros son cada vez más débiles, la resistencia propia del otro no desemboca en el diálogo o reconocimiento, produce aversión y desentendimiento. Si el otro no complace mis peticiones o necesidades buscamos su sustitución sin necesidad de rendir cuentas o dar alguna explicación, seguramente otro candidato espera ansiosamente su posición. Frente a la ascendencia del utilitarismo el amor renueva su imágen presentándose como salvación a pesar de los riesgos cognitivos e inestabilidad emocional que lo caracteriza siguiendo a Luhmann en el Amor como pasión. El amor se torna fundamental, muchos aguardan con esperanzas que el mismo sostenga firmemente la contingencia del vivir otorgándole asimismo sentido a su existencia. All you need is love de los Beatles ilustra magníficamente tal querencia, si algo es preciso calcular es la potencia del amor como la solución definitiva a la insatisfacción del vivir. La vida en pareja supone para algunos la manera efectiva de lidiar con la opresión contextual bolivariana. Tanto en el caso de quienes viven en el país como en el de quienes conciben la emigración como vía, la dualidad se figura como un cimiento seguro.
El amor comprendido como necesidad plantea ciertos escollos que muchos sencillamente deciden omitir para asegurar su existencia. La primera dificultad radica en la propia noción de necesidad la cual indudablemente implica sometimiento. Toda necesidad obliga y en el caso particular del amor plantea la pasión como padecimiento. Dicho en otras palabras, el amor es el mal menor de la existencia. Un segundo inconveniente se encuentra en la exaltación romántica de la completitud. El amor como salvación se basa en la idea de que su realización es la única posibilidad de superar la insatisfacción producida por el constante deseo. El vacío se llena con el amor a pesar de que una de sus cualidades es la apertura y la vocación por el conocimiento de lo amado. Aunque algunas personas no lo quieran aceptar, ningún amor puede satisfacer plenamente al Ser, su propia dinámica impide cualquier momificación a pesar de que el amor le otorgue una contingente seguridad o distracción de la angustia. Algunos ideales románticos son blindados por el pragmatismo característico del siglo XX. La reflexión sobre el amor es intercambiada por el razonamiento técnico moderno: no importa que es el amor, lo importante es desarrollar un conjunto de pasos que asegure la relación con el otro bajo la dinámica dicotómica amante y amado. La posibilidad de formar parte de una relación amorosa exitosa es constante dentro de las narrativas colectivas contemporáneas. Desde su realización a través de la posesión de cierto ítem material tal como un perfume o un carro hasta su posibilidad de acuerdo a los movimientos celestes en el horóscopo el amor goza de una promoción indetenible. Su estimulación como salvación promueve el desarrollo de una intimidad sin ética. Al suprimir el discernimiento la experiencia es vivida como una aventura sin ningún tipo de consecuencias, el fracaso no suscita reflexión y como dice aquella canción “pasado, pisado”.
La ascendente divulgación de técnicas que pretenden asegurar una relación amorosa exitosa disminuyen la importancia constitutiva de la experiencia. La misma juega un papel clave en el desenvolvimiento de otra virtud muy vinculada a la efectividad amorosa, la prudencia. Tal como señala Aristóteles en su Ética a Nicómaco, el hombre adquiere prudencia a partir de su experiencia vital. Se puede concebir tal posición en la muy mentada no se aprende en cabeza ajena, la cual además expresa el nexo particular entre la experiencia y el aprendizaje. La unión experiencia y aprendizaje toma forma a partir de la noción de la acumulación, la paz a futuro se fundamenta en el pasado el cual ingenuamente se toma por hecho-cerrado. En este sentido y como indica Bauman de Amor líquido, nadie aprende a amar como tampoco es posible aprender a morir, cada experiencia es única y si algún consuelo se espera, está en reconocer el papel fundamental que demanda el presente, la prudencia amorosa solicita atención e inmersión en el ahora. La cualidad inmersiva se manifiesta asimismo en la tradición, la cual no se pretende oponer bajo ninguna forma a la experiencia. Una buena ilustración de la relación tradición y experiencia se encuentra en como ciertos venezolanos fuera del país conciben aún el “avísame cuando llegues” (a tu hogar) después de un encuentro como algo tácito. Si bien la notificación es una exigencia en la Venezuela Bolivariana, podio en el índice mundial de criminalidad mundial, carece de sentido fuera de ella. La experiencia no solo incluye singularidad, requiere asimismo tiempo para realización. La técnica promueve la aceleración de procesos lo cual en ciertos casos anulan toda capacidad de discernimiento. La pérdida reflexiva no preocupa dentro de la confección amorosa ya que para muchos el amor es una pasión y en consecuencia un padecimiento. No se elige lo que se siente, en la afección se pierde el control capitulando en el terreno antagónico de la emoción.
Desde una perspectiva diametralmente opuesta, la cual se puede definir tentativamente como voluntarista, el amor es algo que se hace. Estar enamorado no supone una situación que sencillamente sucede. En el amor no se está, es una actividad que se construye (y deconstruye) constantemente. El amor exige una participación activa la cual incluye, además de los interesados, su inmersión en un contexto histórico particular. Algunas personas notan tal carácter activo del amor exclusivamente en el cortejo. La persuasión expresa un ejercicio complejo ya que involucra asimismo la valoración in situ de quien se busca convencer: No basta la actividad, es necesaria su reconocimiento. De tal manera, y no se puede olvidar, reductivamente, en ciertas narrativas populares enamorar es cortejar, o dicho con otras palabras, llamar la atención a la atracción. La sugestión a crear, o compartir a profundidad una relación, manifiesta la importancia de la participación activa, prescindir de la misma deshumaniza cualquier forma de vinculación creyendo que se obtendrá seguridad en la objetivación o técnica. La sintonía del vivir conlleva la atracción y solicita de igual forma la integración tanto a nivel intersubjetivo como contextual. Es complicado empezar una relación en la Venezuela Bolivariana con miras a una mudanza conjunta si no se tiene presente el cambio que supondrá la integración al país elegido. Irse en pareja otorga una seguridad contingente, el clásico otro como apoyo. No obstante, el consumo cultural y lingüístico posee un papel fundamental en el desarrollo de la vinculación, el nosotros se ve frente a nuevas pautas típicas, existen roles y patrones de comportamiento desconocidos los cuales interpelan a los migrantes planteándoles situaciones nunca antes experimentadas. Es posible concebir la actividad en la noción de la actualización. La relación constantemente se actualiza y se re codifica siendo tal el sentido realizativo de hacer el amor.
La cristalización de la idealización romántica es indefectiblemente imaginaria. Tal cualidad no pretende atizar el componente fantástico asociado cotidianamente a la potencia imaginativa, resuena con la preeminencia de la imagen sobre el tacto. Mientras el tacto expresa la presencia, y esta vez acompañados por Levinas citado por Bauman en Ética posmoderna, supone igualmente un atrevimiento, la imagen fomenta una construcción segura y solitaria que deviene en la expresión trillada no eras lo que yo creía (imaginaba). La proximidad, asunto capital en la relación, es asimismo imaginaria como textual. El amor y la amistad se diluyen en la esfera informativa de la web 2.0 transformándose en notificación. De tal forma la sensibilidad no posee ningún asidero, el otro, preso de nuestras propias expectativas, deviene en imagen, en un futuro tejido desde nuestro presente, deseos y temores. La complicada relación con el otro se puede comprender con la noción del futuro tal como es expuesta en Levinas. El futuro genuino es aquel que ningún tipo de discernimiento puede dar cuenta, aquel que ocurre libre fuera de nuestra voluntad. La dificultad tiene un doble origen. Como indica Gergen en El yo saturado, el yo posmoderno es circunstancial así como mudable. El yo moderno, a saber, sustancial, ha perdido la superioridad cuando se inserta en el mar de retratos que expresa la vida posmoderna, o dicho con otras palabras, en la creación comunitaria de los discursos. Trasladarse de contexto altera las narrativas desde las cuales fundamentamos nuestro yo, el cual se amplía en la lectura que los otros hacen de nosotros. La orquestación de nuestra conducta, tomando la expresión goffmaniana, puede fracasar estrepitosamente por el desfase con el nuevo entorno. La decepción contemporánea se funda en la defensa del yo sustancial, la propiedad como el último refugio.
La frontera entre el amor y la amistad es sutilmente ambigua. Ambas actividades son fundamentales para el desarrollo de la vida en medida de que fomentan la posibilidad del autodescubrimiento. En cualquiera de las dos formas se crean oportunidades para exteriorizar dimensiones propias que desconociamos su existencia, usualmente por quienes sentimos afecto somos capaces de llevar a cabo acciones que no haríamos ni siquiera por nosotros mismos. No obstante, y como fue mencionado anteriormente, la posibilidad de revelar facetas de la personalidad en el trato con el otro puede producir la instrumentalización del mismo. Tal como reza el adagio, quien es bueno con todos, no es bueno con nadie. Sin intimidad, sin una apertura honesta a lo genuinamente desconocido, no es posible una relación auténtica, una convivencia plenamente humana. La intimidad desnuda, y por ello para algunos, problematiza la cuestión interpretativa en múltiples niveles. Tanto epistemológicamente (“te conozco más que tú mismo te conoces”) corporalmente como ontológicamente (“viviré para ti”) la construcción e interpretación es compleja e incesante. La magnitud constructiva del otro se exhibe con claridad en la idea del alfarero tal como es expuesta por Aristóteles en Ética a Nicómaco. La conformación de la personalidad ocurre en el trato constante con la otredad. El papel protagónico del otro en la formación propia suscita reticencia cuando el yo es aún definido desde la idea de la autonomía. Sobre tal vinculación es preciso retomar la posición de Castoriadis en Los dominios del hombre, donde contundentemente expresa como la autonomía reside en la apertura, no el cerco moderno que muchos defienden a ultranza. La elementalidad del otro es una temática constante de los griegos clásicos. Se puede precisar en la postura de Aristófanes en El Banquete de Platón en donde, desde el diálogo en torno al amor, expresa una posición ontológica particular, la existencia como ser en falta.
El chavismo como movimiento político es inequívocamente anti philia. La Venezuela bolivariana exhibe todas las cualidades del clan y su praxis excluyente, no en vano el comandante nunca se cansó de repetir el odioso conmigo o en mi contra. La philia, tal como es expuesta por Aristóteles en Ética a Nicómaco, manifiesta la posibilidad de elegir nuestra compañia, elección que demuestra la libertad que tanto detesta el esperpento ideológico que desgobierna al país. El chavismo no necesita y mucho menos desea ningún amigo, demanda exclusivamente súbditos y en tal caso, aliados. A pesar de la propaganda internacional existente, lamentablemente pagada en muchos casos con el erario del país, el chavismo nunca convocó ni convocará a la mutua felicidad. Una espléndida ilustración de ello se manifiesta en como muchos seguidores rodilla en tierra del comandante eterno que se cansaron de ofrecerle a sus prójimos palo, palo por ese culo (sic) han abandonado el país escondidos sin tomar ningún tipo de responsabilidad en el deterioro planificado de la República. Para el chavista (aunque ahora diga que no es chavista, es de izquierda) el problema es de otros, mi felicidad es mi problema.