No es broma si digo que aun con unos huesos delante de si, ellos activan la prueba de carbono para confirmar si lo que está frente a sus ojos es realmente un cadáver.
Es cierto, lo leí en un artículo del The New York Times.
No bastan entonces las sábanas desordenas, el labial marcado al borde de una las copas, las sangre decantando entre la hendidura de dos pulidas baldosas en la sala. ¡Plash! Eyaculan sobre la pared un líquido transparente, que luego tornará en diminutas gotas azules que gritan: sí, es verdad. Aquí hubo un crimen.
Fue un disparo. A corta distancia, lo dice el tipo de salpicadura.