Por definición, el espíritu es la parte no física que define nuestro carácter y emociones. Comúnmente se asocia espíritu con metafísica. Pero ¿Qué pasaría si le diéramos una definición más completa y apegada a la verdad? Es decir, que la palabra espíritu se refiriera a una transformación psicológica que genera cambios radicales en nuestras emociones, actitudes y por ende en nuestras acciones. En ese caso, espíritu podría consistir en la transformación conductual caracterizada por la fortaleza, la inteligencia, y la creatividad.
Fortaleza
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Al nacer, no podemos elegir ciertas circunstancias como nuestros padres, hermanos, amigos, eduación, etc.
Estas circunstancias tiene relación directa con el aprendizaje que adquiririmos en nuestros primeros años de vida.
El aprendizaje que desarrollamos en nuestra infancia nos genera los más profundos paradigmas y conocimientos; nuestro carácter y psique se moldean en base a ellos, siendo así, los que nos definen en años posteriores.
A través de los años, conforme vamos interactuando con más personas, experimentando diferentes contextos sociales, y adquiriendo conocimiento de distintas fuentes de información, comenzamos a desarrollar pensamiento crítico. Esto nos permite generar nuevos desesos e intereses. Pero ¿Si estos nuevos deseos e intereses confrontan aquellas creencias y paradigmas que adquirimos en nuestros primeros años de vida? Es probable que entremos en conflicto, incluso en duelo con nosotros mismos, cuando decidimos hacer algo que va en contra de lo que siempre hemos creído.
Cambiar paradigmas de la infancia o que llevan mucho tiempo siendo alimentados por nosotros, es una de las tareas más difíciles de los humanos. Requiere de mucho esfuerzo, dolor y catársis.
Es por eso que la primer etapa para transformar el espíritu es la fortaleza y la capacidad de aceptar cargar un peso muy grande, enfrentar situaciones de conflicto interno, y comprometerse en actividades que nos guien hacía donde nuestro raciocinio realmente lo definió.
Inteligencia
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Podría decirse que la abstracción es la única distinción que tenemos con los animales, los cuales guían sus conductas puramente en necesidades biológicas; son salvajes y buscan primordialmente la supervivencia.
Los humanos evolucionamos y a través de la transmisión de conocimiento con el uso de símbolos, la organización social y la ciencia, entre muchas otras activiades, hemos logrado sobrevivir y desarrollar mejores herramientas tecnológicas, y deseos más trascendentales.
Hoy, las tecnologías que desarrollamos nos brindan una gran variedad de fuentes de información. El esfuerzo, y la fortaleza, se pueden optimizar con el buen uso de las herramientas a nuestro alcance. Es decir, no importa que tanta voluntad, constancia o energía se invierta, si se hace de manera ineficiente. La inteligencia y el saber desarrollarla nos permiten no perdernos en el mar de posibilidades y enfocar nuestros esfuerzos a su máximo potencial.
Así, el espíritu, también se conforma de esta valiosa cualidad: la inteligencia.
Creatividad
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La repetición, ya se espaciada o regular, genera patrones en nuestras conductas y en nuestros pensamientos, es decir, nuestra percepción ve la realidad cesgada en base a lo aprendido.
A medida que crecemos, nos olvidamos de la importancia de dudar, de hacernos preguntas escenciales como ¿Porqué'? ¿Para qué? ¿Cómo?. Es como si olvidaramos por completo nuestra infancia y esa increíble actitud de preguntar y asombrarse por casi todo. Comenzamos a creer que hemos visto, aprendido, escuchado y sentido lo suficiente.
La última, pero no menos importante, transformación y cualidad del espíritu es la creatividad. La creatividad en un sentido de hacer catársis, de generarnos circunstancias liberadoras, destructoras de paradigmas y que nos hagan renacer, de recordar que siempre seguiremos siendo pequeños niños ante el universo y su inmensidad.
Ser creativo implica jugar, divertirse, relajarse y estrezarse, ser una nube sin forma, reinventarse de vez en cuando y sobre todo aprender a mantener un equilibrio para enfocar esa catársis hacía un fin trascendente.
Referencias:
Nietzsche, F.: Así habló Zaratustra. Introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza, 1972.