A los tres meses de haberse casado, él le expresó: “Te amo”. Ella guardó silencio.
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Después de este diálogo inconcluso, no volvieron a dirigirse la palabra, hasta el momento en que ambos se hallaban en la edad nonagenaria, cuando de repente ella le indagó: “¿Aún me amas?” él respondió: “por más de seis décadas esperé esta pregunta, para decirte, sin ti no puedo vivir”. Sesenta y siete años guardaron silencio, actitud semejante a una expresión de rabia de ella hacia él, de él hacia ella.
Como suceso notable, ambos murieron en el mismo momento, no sin antes mirarse sin odio y cogerse de la mano. En la agonía esta pareja se hizo uno. Cierta sonrisa se esbozó en ellos e ilumino el lecho de muerte, donde durante numerosos años durmieron juntos sin rozar sus cuerpos.
Ahora el amor se desempolvaba, como si fuese un homenaje a sus primeras palabras de adolescentes, cuando ella desnuda le decía: “te amo”, y él besándola le contestaba: “eres mi vida”, mientras se juraron amor eterno.