Fuente
En un viaje entre los filúos y Maracaibo, me regalaron un pato recién nacido, era mediado de año y por mi mente pasó engordarlo para que fuera parte de la cena navideña junto al cochinito que tenía dándole desperdicios de vegetales desde hacía un mes.
Al fin y al cabo, estas navidades las pasaría solo, ya que acababa de terminar con mi última relación y estaba desintoxicándome de amores.
Pernoctaba en un rancho en el moján, que tenía un patio cercado donde hice un cochinero, de modo que el pato tendría todo el patio para él y pronto lo compartiría con unos pollos que traería.
Nunca había tenido un ave de este tipo, ni tampoco había comido su carne que me decían era dura como al del pavo pero más jugosa y sabrosa.
Lo cierto del caso es que me olvidé del animal que se las ingeniaba para comer lo que conseguía y tomaba agua con el cochino.
No sé cómo ni por donde logró meterse al cochinero porque en esos meses andaba enguayabao y cada vez que tenía oportunidad me emborrachaba.
Una noche cuando abrí la puerta de la cerca me lo conseguí frente a frente, sus plumas negras y blancas le daban cierto aire aristocrático.
Me di cuenta que estaba gordo como una gallina y que caminaba cojo, al parecer un defecto de nacimiento.
-Ya alcanzas para una sopa. –Le dije y entré a la casa.
Desde esa noche cada vez que llegaba a la casa, ya fuera borracho o no, el ave estaba lli esperándome, como el perro que espera a su amo.
A veces borracho me sentaba en el frente de la casa y hablaba lamentándome la situación y el pato se quedaba allí, como si me escuchara.
Un día le puse como nombre Lucas, porque me encantaban las comiquitas de ese pato.
Cuando llegó diciembre había hecho ya las paces con la mujer y pasamos la navidad en la casa, junto a nuestra hija y una cuñada.
En la mañana salieron a comprar los ingredientes para las hallacas y antes de salir ella me dijo.
-Cuando lleguemos espero que hayas matado al cochino, los pollos y el pato.
Y yo le respondí.
-A todos menos a Lucas, ese es mi mascota.
Con el tiempo nos dimos cuenta que no era pato sino pata y le conseguí un pato y por años estuvo dándonos paticos, que terminaba vendiendo para no comérmelos.
Cuando murió la enterré en el patio.