Burgos y su fantástica iglesia de San Nicolás

La Ruta Jacobea, también llamada, Camino de las Estrellas o, simplemente, Camino de Santiago, tiene, en la ciudad de Burgos una cita ineludible, que, independientemente de los peregrinos, que, necesariamente, han de pasar por ella, cumpliendo con los rigores de un ancestral itinerario sagrado, uno de los lugares más recomendables y completos, tanto para viajeros como para turistas, en cuanto a Arte, Arquitectura, Historia, Belleza y Tradición se refiere, lo cual, desde luego, no es poco.

Sin perder de vista la maravillosa Puerta de Santa María, ni tampoco, obviamente, esa joya inestimable, Patrimonio de la Humanidad, que es la colosal catedral también a Ella dedicada, en la presente ocasión, me gustaría invitarles a conocer otro de los templos más carismáticos del excelente compendio patrimonial español: la iglesia gótica de San Nicolás.

Situada en pleno Casco Histórico, en una calle dedicada a una de las principales figuras de la primeriza nobleza castellana, el Conde Fernán González -todavía se conserva su espléndido torreón, en la vecina ciudad de Covarrubias- y separada, apenas una acera de la catedra, la iglesia de San Nicolás es un templo inestimable, cuya visita, no es sólo obligatoria, sino que, además, no deja a nadie indiferente.

No sólo por la elegancia estilística de un arte, el gótico, que todavía no sólo continúa despertando pasiones, sino que, al cabo de los siglos, sus orígenes continúan siendo un fascinante enigma, sino, porque, además, cuenta con uno de los Retablos Mayores más fastuosos y por defecto, fascinantes de cuantos puedan ver viajeros y peregrinos, hasta el punto de que no sería una exageración, en absoluto, decir que rivaliza, tanto en proporción, como en magnificencia, con el de la propia catedral.

Atribuido, también, a Juan de Colonia -uno de los maestros que intervino en la catedral- el Retablo de San Nicolás, monumental y realizado de una sola pieza que ocupa toda la anchura y la altura del ábside eclesial, es una obra maestra, cargada a rebosar de delicada belleza y simbolismo, capaz de provocar, en el espectador, esa misma tensión o borrachera artística, conocida como síndrome de Sthendal.

Finalizado en el año de 1505 y dedicado, en su práctica totalidad, a la vida y milagros -ingredientes, éstos últimos, que no podían, desde luego, faltar en tan maravillosa ruta sagrada- de San Nicolás de Bari -bueno sería, recordar que esta figura está considerada como el origen del popular Santa Claus- su contemplación, a través de la exorbitante cantidad de 464 esculturas que lo componen, es todo un viaje cultural, que nos introduce en los innumerables universos, donde lo objetivo y lo subjetivo, nos remiten, ineludiblemente, a esas aguas turbulentas en cuyos desconocidos islotes, metafóricamente hablando, yacen, como náufragos, todos aquellos arquetipos que el ‘mago de los Alpes’ -sobrenombre que sus amigos daban al genial e inolvidable, Carl Gustav Jung- consideraba como el Inconsciente Colectivo.

Por si esto fuera y dejando para una visita aparte, la magnífica colección de tapices flamencos del pequeño museo aledaño, la iglesia de San Nicolás está dotada, además, de un fabuloso retablo, flamenco también, dedicado al controvertido y por qué no decirlo, temido tema del Juicio Final -en su época, era un auténtico tema de espanto y respeto- del Juicio Final, donde destaca la figura de un San Miguel-Anubis, pesando las almas en su balanza, mientras un Diablo o encarnación de Seth, hace todos los esfuerzos inimaginables para rendir a su favor las balanzas de ésta y procurar inquilinos para el Infierno.

Todo, evidentemente, tratado con una delicadeza y un lujo de detalles, que, contemplado bajo la austeridad de los focos de la nave, no deja de ser todo un revulsivo filosófico, incluso para los espectadores de este mundo moderno y fascinado por las nuevas tecnologías, desprovisto de toda credulidad, excepto en el momento crucial, que no es otro, que aquel, que, de una manera eminentemente poética, Van Gogh describió como su noche estrellada.

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