Its neo-Gothic style undoubtedly possesses the extraordinary power of seduction, so that, together with that marvellous reproduction of the Goddess Cybele, whose back it gallantly protects with its unique cape or fan design, it constitutes one of the most admired and photographed buildings in that other Madrid, which has, in its different conceptions, a true architectural treasure.
Designed at the beginning of the 20th century by the architects Antonio Palacios and Joaquín Otamendi and known until relatively recently, when it was converted into the current City Hall of the capital, as the Telecommunications Palace, this superb architectural titan reflects, possibly like no other, those cold and melancholic sunsets of Madrid, whose magic also never goes unnoticed.
Its metamorphosis, passing from immaculate white to that other majestic transformation in hilarious golden tones, also picks up, in a natural way, that simile of the breaking of glory that many petulant painters tried to imitate in their paintings, constituting, by its own merit, a prominent place in that fascinating Passage of Light, which awards, with its finishing touch, an already fantastic city: Madrid.
Su estilo, neogótico, posee, sin duda, el extraordinario poder de la seducción, de manera, que, junto con esa maravillosa reproducción de la Diosa Cibeles, cuya espalda protege galantemente con su singular diseño en capa o abanico, constituye uno de los edificios más admirados y fotografiados de ese otro Madrid, que tiene, en sus diferentes concepciones, un verdadero tesoro arquitectónico.
Diseñado a principios del siglo XX por los arquitectos Antonio Palacios y Joaquín Otamendi y conocido hasta tiempos relativamente recientes, en los que se reconvirtió en el actual Ayuntamiento de la capital, como Palacio de Telecomunicaciones, este soberbio titán arquitectónico refleja, posiblemente como ningún otro, esos fríos y melancólicos atardeceres de Madrid, cuya magia tampoco pasa nunca desapercibida.
Su metamorfosis, pasando del blanco inmaculado a esa otra majestuosa transformación en hilarantes tonos dorados, recoge, además, de una manera natural, ese símil del rompimiento de gloria que muchos petulantes pintores trataron de imitar en sus cuadros, constituyendo, por merecimiento propio, un lugar destacado de ese fascinante Pasaje de la Luz, que galardona, con su broche de oro, a una ciudad ya de por sí fantástica: Madrid.
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